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Jerry Brotton - Historia del mundo en 12 mapas

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Jerry Brotton Historia del mundo en 12 mapas
  • Libro:
    Historia del mundo en 12 mapas
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    ePubLibre
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    2012
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Historia del mundo en 12 mapas: resumen, descripción y anotación

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JERRY BROTTON es catedrático de Estudios Renacentistas en la Queen Mary - photo 1

JERRY BROTTON es catedrático de Estudios Renacentistas en la Queen Mary University de Londres, y uno de los principales expertos en la historia de los mapas y la cartografía renacentista. Su libro anterior, The Sale of the Late King’s Goods: Charles I and His Art Collection (2006), fue finalista del premio Samuel Johnson y del Hessell-Tiltman de Historia. Vive en Londres.

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Ciencia

La Geografía de Ptolomeo, c. 150 d. C.

ALEJANDRÍA, EGIPTO, c. 150 D.C.

Viajando a Alejandría por mar desde el este, lo primero que veía el viajero clásico en el horizonte era la colosal torre de piedra del Faro, situado en un islote en la entrada al puerto de la ciudad. Con sus más de 100 metros de altura, la torre actuaba como un punto de referencia para los marineros a lo largo de la costa egipcia, una costa carente en gran parte de rasgos distintivos. Durante el día, un espejo situado en su parte superior emitía señales a los marineros, mientras que de noche se encendían fuegos para guiar a los pilotos a la orilla. Pero la torre era algo más que un mero punto de referencia para la navegación: anunciaba a los viajeros que llegaban a una de las grandes ciudades del mundo antiguo. Alejandría fue fundada en el año 334 a. C. por Alejandro Magno, de quien la ciudad tomó su nombre. Después de su muerte se convirtió en la capital de la dinastía ptolemaica (que a su vez tomó su nombre del de uno de los generales de Alejandro), la cual gobernaría Egipto durante más de trescientos años, y extendería las ideas y la cultura griegas por todo el Mediterráneo y Oriente Próximo. Tras pasar junto al Faro de piedra, el viajero que entraba en el puerto de la ciudad en el siglo III a. C. se encontraba ante una urbe estructurada en forma de clámide, la capa de lana rectangular que llevaban Alejandro y sus soldados, una imagen icónica del poderío militar griego. Alejandría, como el resto del mundo civilizado de la época, se hallaba envuelta en el manto de influencia de Grecia, el «ombligo» del mundo clásico. Era un ejemplo vivo de una polis griega trasplantada a suelo egipcio.

El auge de la ciudad representó un cambio decisivo en la geografía política del mundo clásico. Las conquistas militares de Alejandro habían transformado el mundo griego, que dejó de ser un grupo de pequeñas ciudades-estado insulares griegas para convertirse en una serie de dinastías imperiales extendidas por todo el Mediterráneo y Asia. Esta concentración de riqueza y poder en imperios como la dinastía ptolemaica trajo consigo cambios en la guerra, la tecnología, la ciencia, el comercio, el arte y la cultura. Condujo a nuevas formas de interactuar entre la gente, de hacer negocios, de intercambiar ideas y de aprender unos de otros. En el centro de este mundo helenístico en evolución, que entre c. 330 a. C. y c. 30 a. C. se extendió desde Atenas hasta la India, se alzaba Alejandría. Por el oeste acogía a los mercaderes y comerciantes de grandes puertos y ciudades mediterráneos de lugares tan distantes como Sicilia y el sur de Italia, y se enriquecía con su comercio con el creciente poder de Roma. Por el norte, asimilaba la influencia cultural de Atenas y las ciudades-estado griegas. Reconocía asimismo la influencia de los grandes reinos persas del este, y por el sur absorbía la riqueza del fértil delta del Nilo y las vastas rutas comerciales y los antiguos reinos del mundo subsahariano.

Como la mayoría de las grandes ciudades que se alzan en una encrucijada de pueblos, imperios y comercios, Alejandría también se convirtió en un núcleo de conocimiento y erudición. De todos los grandes monumentos que la definen, ninguno es más poderoso en la imaginación occidental que su antigua biblioteca. Fundada por los Ptolomeos c. 300 a. C., la de Alejandría fue una de las primeras bibliotecas públicas, y se diseñó para albergar un ejemplar de cada manuscrito conocido escrito en griego, además de traducciones de libros de otras lenguas antiguas, en particular del hebreo. La biblioteca contenía miles de libros, escritos en rollos de papiro, y todos ellos catalogados y disponibles para su consulta. En el corazón de su red de palacios reales, los Ptolomeos establecieron un Museion, o museo, originariamente un santuario consagrado a las nueve Musas (o diosas), pero que los Ptolomeos redefinieron como un lugar para el culto a las «musas» del conocimiento y la erudición. Aquí se invitaba a los eruditos al estudio, con la promesa de un alojamiento, una pensión y —lo mejor de todo— el acceso a la biblioteca. Desde toda Grecia y más allá, se atrajo a algunas de las más grandes mentes de la época para trabajar en el museo y su biblioteca. Euclides (c. 325-265 a. C.), el gran matemático, llegó desde Atenas; el poeta Calímaco (c. 310-240 a. C.) y el astrónomo Eratóstenes (c. 275-195 a. C.) llegaron ambos de Libia; Arquímedes (c. 287-212 a. C.), matemático, físico e ingeniero, viajó desde Siracusa.

La biblioteca de Alejandría representó uno de los primeros intentos sistemáticos de reunir, clasificar y catalogar el conocimiento del mundo antiguo. Los Ptolomeos decretaron que cualesquiera libros que entraran en la ciudad fueran confiscados por las autoridades y copiados por los escribas de la biblioteca (aunque a veces sus dueños descubrieran que lo que se les devolvía era solo una copia de su libro original). Las estimaciones del número de libros contenidos en la biblioteca se han revelado de una extraordinaria dificultad debido a las afirmaciones enormemente contradictorias de las fuentes clásicas, pero aun las evaluaciones más conservadoras sitúan la cifra en más de 100 000 textos. Un comentarista clásico renunció a intentar contarlos. «Con respecto al número de libros y el establecimiento de bibliotecas —escribía—, ¿por qué necesito siquiera hablar cuando ellos son toda la memoria de los hombres?».

Fue aquí, en uno de los grandes centros de cálculo y conocimiento, donde nació la cartografía moderna. Alrededor del año 150 d. C., el astrónomo Claudio Ptolomeo escribió un tratado titulado Geographike hyphegesis, o «Guía de geografía», que pasaría a conocerse simplemente como la Geografía. Sentado en las ruinas de la que antaño fuera la gran biblioteca, Ptolomeo redactó un texto que afirmaba que describía el mundo conocido, y que pasaría a definir la cartografía de los dos milenios siguientes. Escrita en griego sobre un rollo de papiro dividido en ocho secciones, o «libros», la Geografía resumía mil años de pensamiento griego sobre el tamaño, la forma y el alcance del mundo habitado. Ptolomeo definía su tarea de geógrafo diciendo que consistía en «mostrar el mundo conocido como una entidad única y continua, su naturaleza y el modo en que está situado, teniendo en cuenta solo las cosas que están asociadas con él en sus contornos más amplios y generales», que él enumeraba como «golfos, grandes ciudades, los pueblos y ríos más notables, y las cosas más destacables de cada clase». Su método era sencillo: «Lo primero que uno tiene que investigar es la forma, el tamaño y la posición de la Tierra con respecto a su entorno, a fin de que sea posible hablar de su parte conocida, cuán grande es y qué aspecto tiene», y «bajo qué paralelos de la esfera celeste se conoce cada una de las localidades».

Ningún texto antes o después de Ptolomeo proporcionaría un estudio tan exhaustivo de la Tierra y de cómo describirla. Una vez concluida, la Geografía de Ptolomeo desapareció durante mil años. No se ha conservado ninguna copia original de la propia época de Ptolomeo, y la obra solo reapareció en la Bizancio del siglo XIII, con unos mapas, dibujados por escribas bizantinos, que se basaban claramente en la descripción de la Tierra que había hecho Ptolomeo y en la posición de sus 8000 ubicaciones, y que nos muestran el mundo clásico tal como aparecía ante él en la Alejandría del siglo II. En orden ascendente, el Mediterráneo, Europa, el norte de África, Oriente Próximo y algunas partes de Asia parecen relativamente familiares. En cambio, están ausentes América y Australasia, el sur de África y Extremo Oriente, todas ellas regiones desconocidas para Ptolomeo, al igual que el océano Pacífico y la mayor parte del Atlántico. El océano Índico se muestra como un enorme lago, con el sur de África extendiéndose a su alrededor en la mitad inferior del mapa hasta unirse con un Asia cada vez más especulativa al este de la península malaya. Pese a ello, es un mapa que nos parece entender: orientado con el norte en la parte superior, tiene nombres de lugares que marcan regiones clave, y está confeccionado utilizando una retícula. Como la mayoría de sus antecesores griegos, remontándose hasta el propio Platón, Ptolomeo comprendió que la Tierra era redonda, y utilizó esa retícula para afrontar la dificultad de proyectar una Tierra esférica en un plano o superficie plana. Entendió que dibujar un mapa rectangular requería un sistema de coordenadas «para lograr un parecido con una pintura de un globo, de modo que también en una superficie plana los intervalos establecidos en ella estén en la mejor proporción posible con los intervalos reales».

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