Aunque muchos libros pueden ser disfrutados simplemente por la historia que cuentan, a menudo hay significados literarios más profundos que suelen pasar inadvertidos. · Esta guía nos muestra lo fácil y gratificante que es descubrir estas verdades escondidas, y entrar en un mundo en el que todo camino es una misión, toda comida un vínculo, y la lluvia, purificadora o destructiva, nunca es simplemente lluvia. Un clásico, revisado y actualizado por el autor, para aprender a leer entre líneas.
Uno de los grandes regalos de la vida es haber tenido un buen profesor de literatura. Uno de esos que nos enseñan a disfrutar de los libros y a identificarnos con sus protagonistas, que nos quitan el miedo a los clásicos o nos animan a leerlos en cómic, y que nos hacen llegar un mensaje revolucionario: que cada uno puede leer lo que quiera. Thomas C. Foster es uno de esos profesores, un verdadero creador de lectores, abanderado de la literatura no como refugio para exquisitos sino como disfrute compartido y al alcance de todos. Y con este libro, publicado en inglés hace más de una década, consigue mostrarnos lo fácil y gratificante que es leer como un profesor: ver que, en los libros, todo camino es una misión, toda comida un vínculo, y alguien que se cae al río casi siempre es alguien que renace. Un regalo para no lector…
Thomas C. Foster
Leer como un profesor
ePub r1.0
Titivillus 19.06.16
Título original: How to Read Literature Like A Professor
Thomas C. Foster, 2003
Traducción: Martín Schifino & Francesc Parcerisas
Traducción de Fiesta en el jardín: Francesc Parcerisas
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Para mis hijos, Robert y Nathan
THOMAS C. FOSTER es profesor de Inglés en la Universidad de Michigan, Flint, donde imparte clases de ficción contemporánea, teatro y poesía, así como escritura creativa y composición. Foster ha estado enseñando literatura y escritura desde 1975, los últimos veintiún años en la Universidad de Michigan-Flint. Vive en East Lansing, Michigan.
Además de Cómo leer novelas como un profesor (verano de 2008) y Cómo leer literatura como un profesor (2003), ambos de HarperCollins, Foster es el autor de Forma y Sociedad en Literatura Moderna (Northern Illinois University Press, 1988), Seamus Heaney (Twayne, 1989), y Comprensión John Fowles (University of South Carolina Press, 1994). Su novela La hija del profesor, está en curso.
Foster estudió Inglés en el Dartmouth College y luego en la Universidad Estatal de Michigan, avanzando a partir de los siglos XVIII y XIX al XX en el proceso. Su escritura académica se ha concentrado en el siglo XX británico, estadounidense, y figuras y movimientos —James Joyce, William Faulkner, Seamus Heaney, John Fowles, Derek Mahon, Eavan Boland, modernismo y posmodernismo irlandeses—. Pero él dice que enseña un montón de otros escritores y períodos: Shakespeare, Sófocles, Homero, Dickens, Hardy, Poe, Ibsen, Twain.
PREFACIO
Lo asombroso de los libros es que cobran vida propia. Los escritores creen que saben lo que están haciendo cuando se sientan a redactar una nueva obra, y supongo que así es, hasta que ponen el último signo de puntuación en la frase final. La mayoría de las veces, ese signo es un punto. Pero debería ser una interrogación, porque nadie sabe qué ocurrirá de ahí en más.
El típico ejemplo es el del escritor cuyo libro hace un ruido sordo al publicarse. Pensemos en Herman Melville o en F. Scott Fitzgerald. Melville debió de creer que, tras encontrar un gran público con sus novelas anteriores, la loca persecución de la ballena blanca sería un exitazo. Pero no. Tampoco lo fue el relato de Fitzgerald sobre un soñador romántico que trataba de reescribir el pasado. El gran Gatsby es mucho más sutil, mucho más perceptivo en cuanto a su contexto histórico y a la naturaleza humana que sus libros anteriores, de manera que resulta casi inconcebible que su enorme público le diera la espalda. Al mismo tiempo, quizá lo hiciera por eso mismo. Predecir correctamente una calamidad inminente se parece mucho al exceso de pesimismo… hasta que llega el desastre. La humanidad, como observó un contemporáneo de Fitzgerald, T. S. Eliot, no soporta demasiada realidad. En cualquier caso, Fitzgerald vivió lo necesario para ver cómo sus libros se descatalogaban y se reducían casi a la inexistencia. Al mundo le tomó una generación más descubrir la verdadera grandeza de El gran Gatsby, y tres o cuatro veces ese tiempo reconocer que Moby Dick es una obra maestra.
También se habla, por supuesto, de inesperados bestsellers que no paran de vender, así como de éxitos relámpago que, tras el fogonazo inicial, se desvanecen sin dejar rastro. Pero las historias que cautivan nuestra atención son las del tipo Moby-Gatsby. Si alguien quiere saber qué piensa el mundo de un escritor y sus obras, que vuelva a preguntarnos en unos doscientos años o así.
No todas las historias de altibajos editoriales son tan adversas. Todos tenemos la esperanza de encontrar un público —cualquiera sea— y creemos tener cierta idea de quién será. A veces acertamos, a veces nos llevamos un chasco. Lo que sigue es una especie de confesión.
Los agradecimientos suelen ponerse al final de un libro. Quisiera darle las gracias aquí, sin embargo, a un grupo cuya ayuda ha sido enorme. De hecho, sin sus integrantes, esta revisión hubiera sido imposible. Hace más o menos una docena de años, cuando redacté el original de este libro, tenía bastante claro quién sería su público. Era una alumna mayor de treinta y siete años que retomaba los estudios, quizá divorciada, quizá una enfermera que se veía obligada a pasar exámenes por los cambios en las reglas de la profesión. Ante la posibilidad de estudiar para una licenciatura, decidía hacer por una vez lo que le gustaba y tratar de sacar un título en literatura. Siempre había sido una lectora seria, pero sentía que estaba perdiéndose algo en su trato con la literatura, un secreto profundo que sus profesores conocían pero no le habían transmitido.
Creen que lo digo en broma, ¿no? Nada de eso. Como profesor en la sucursal de una universidad famosa, la conocí, a ella o a su equivalente masculino, el tipo (por lo general, hombre, aunque también hay mujeres en esta situación) que ha sido despedido de la fábrica de General Motors, una y otra vez. Y otra. Una de las ventajas de dar clase en la universidad de Michigan-Flint, y no en la universidad de Michigan, es que uno se relaciona de manera incesante con estudiantes adultos, muchos de los cuales están ávidos de conocimientos. También tengo muchos de los típicos alumnos universitarios, pero los alumnos menos tradicionales me han enseñado un par de cosas. Primero, nunca dar por supuesto nada en cuanto a los antecedentes de cada uno. He tenido alumnos que habían leído todo Joyce o Faulkner o Hemingway, y a uno que había leído más novelas checas de las que tengo la esperanza de terminar alguna vez, y también alumnos que sólo habían leído a Stephen King o Danielle Steel. Me he encontrado con fanáticos de Hitchcock y devotos de Bergman y Fellini, y con otros que creían que