PRÓLOGO
Cuando se nombra a un Ministro de Asuntos Exteriores, una cosa está clara desde el principio: va a usar mucho el avión. Por suerte, actualmente la tecnología permite una comunicación fluida y permanente, como la que yo he mantenido siempre con el Ministro García-Margallo pese a la distancia física. Eso sí, corriendo el riesgo de perturbar su sueño debido a la diferencia horaria entre Madrid y el rincón del planeta en el que se encontrase en ese momento.
Desde el inicio de la legislatura hasta finales de julio de 2015, el Ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación ha recorrido —en aviones del Grupo 45 de la Fuerza Aérea Española, ejemplo de profesionalidad y buen hacer— más de 800.000 kilómetros, unas veinte vueltas al mundo por el ecuador, casi mil horas de vuelo. Después de centenares de viajes —y lo digo por experiencia propia, porque yo he superado los 700.000 kilómetros en ese mismo período— incluso un avión puede ser un lugar relativamente acogedor, una prolongación de tu despacho. Los frecuentes vuelos se aprovechan para trabajar, para preparar la siguiente reunión, para hablar con tus colaboradores y para reflexionar. Un largo viaje a Australia o a Chile te garantiza, sin duda, tiempo para la reflexión, libre de teléfonos móviles.
Todos los cielos conducen a España es el producto de las reflexiones personales de mi amigo José Manuel sobre el país, sobre el mundo y sobre el lugar que España ocupa en el mundo. Plasmadas en una serie de cartas dirigidas a allegados y colaboradores, estas reflexiones y la respuesta de sus destinatarios inducen a un ejercicio dialéctico, sincero e intimista. Asimismo, es preciso señalar que la estructura del libro sigue, en gran medida, la Estrategia de Acción Exterior aprobada por el Gobierno en diciembre de 2014.
Esta saca de cartas se abre y cierra con unas reflexiones sobre el presente de la política exterior española y sobre los retos de la diplomacia del futuro, en un mundo digital donde todo es inmediato. Aquí se incluye un relato sobre uno de los mayores retos que hemos afrontado en política exterior en esta legislatura: la candidatura de España al Consejo de Seguridad de Naciones, del que somos miembros no permanentes hasta diciembre de 2016. Fue una campaña compleja, sin prácticamente presupuesto, pero con una absoluta implicación de S. M. el Rey y de todo el Gobierno. En este éxito de todos, en este reconocimiento internacional a España, me gustaría especialmente agradecer la labor de nuestros diplomáticos, que con su capacidad, su trabajo cotidiano y su esfuerzo lo hicieron posible.
En «España ante un espejo» y «Casos y cosas de España», el Ministro García-Margallo comparte sus ideas sobre nuestro país. Habla de nuestra historia reciente, de nuestra lengua universal, de la Marca España —uno de sus logros—, de la cuestión de Gibraltar y de lo que él denomina «El dilema de Cataluña». Como él suele afirmar, Cataluña le preocupa como español, como miembro del Gobierno y porque quiere lo mejor para Cataluña, dentro de España y de la Unión Europea.
En su «Brújula para un mundo en cambio», aborda algunos de los grandes retos globales a los que hacemos frente en la actualidad: la pobreza, el cambio climático, la gestión de los flujos migratorios, la crisis económica mundial, el futuro de la energía o el valor de la cooperación al desarrollo. Todos estos asuntos ocupan y ocuparán una parte importante de las agendas de los líderes políticos de todo el mundo en el futuro inmediato.
Antes de ser Ministro, José Manuel fue eurodiputado durante diecisiete años. En ese tiempo en el Parlamento de Estrasburgo, y durante gran parte de su vida, ha trabajado en el proyecto de integración europea, que constituye nuestro presente y nuestro futuro. Evidentemente, con su dilatada experiencia en los caminos europeos, «tiene opinión». No se le escapará al lector que la única parte del libro cuyo título plantea una pregunta es «Quo vadis, Europa?». No se preocupen, descubrirán que dicha pregunta no obedece a que el Ministro García-Margallo tenga dudas sobre cómo debería ser Europa en los próximos años.
En las partes centrales de esta obra —«Una relación especial con Estados Unidos», «El espacio iberoamericano» y «Otros escenarios»—, el Ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación desgrana una amplia gama de cuestiones de política exterior, muchas de ellas conflictos y asuntos espinosos: la crisis en Ucrania; el papel de Rusia; lo que nos jugamos en Libia; el proceso de paz en Oriente Medio; la situación en Irán; el enorme potencial de África y los retos asiáticos que suponen China e India. Como no podía ser de otro modo, el mundo iberoamericano está ampliamente tratado, pues permite a España ser lo que es, un gran país con una lengua universal y en expansión.
Antes de que el lector se adentre en la correspondencia del Ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación, me gustaría compartir algunas ideas que la lectura de estas cartas y mis propias vivencias en asuntos de política exterior me han suscitado.
La política es y debe ser diálogo. Es preciso buscar acuerdos con tus oponentes, intentar alcanzar consensos básicos, es decir, generar confianza y complicidades. Esta actitud es especialmente importante en materia de política exterior. La defensa firme de nuestros intereses es compatible con una actitud abierta que ayude a ver la realidad a través de los ojos del otro. Desde que soy Presidente del Gobierno he tenido la oportunidad y el privilegio de ver España, la Unión Europea y muchas cuestiones internacionales a través de los ojos de personas de otras nacionalidades, creencias o valores. Y he aprendido mucho. Tomar algo de distancia permite evitar que los árboles nos impidan ver el bosque y permite, también, calibrar la posición que corresponde a nuestro país, por magnitud, por potencial y por expectativas, en el seno de la comunidad internacional.
Estos últimos años han sido años de sacrificio para todos los españoles. Ellos han sido los verdaderos protagonistas del esfuerzo realizado para salir de la peor recesión económica en mucho tiempo. Una de las satisfacciones que tengo como Presidente del Gobierno ha sido constatar la mejora de la percepción de España en el mundo. Esa percepción es esencial. Creo sinceramente que el mundo nos ve como gente amable, sensata, fiable y con la determinación de dar lo mejor de nosotros mismos cuando la situación lo exige.
También en estos años he visto españoles en muchos sitios haciendo España: militares desplegados lejos de casa en operaciones con riesgo; cooperantes que aportan su grano de arena para cambiar las cosas en lugares donde pocos quieren ir; funcionarios en organizaciones internacionales que contribuyen a mejorar el multilateralismo; empresas grandes y pequeñas que salen al exterior a generar empleo y riqueza en los países en los que operan y retornos para España. Mi conclusión: nuestra principal riqueza somos nosotros mismos, todos los españoles.