Jesper Juul
Líderes de la manada
Cómo guiar a la familia con ternura
Traducción de María Luisa Vera Soriano
Herder
Título original: Leitwölfe sein
Traducción: María Luisa Vea Soriano
Diseño de portada: Gabriel Nunes
Edición digital: Pablo Barrio
© 2016, Verlagsgruppe Beltz, Weinheim y Basilea
© 2017, Herder Editorial, S.L., Barcelona
1ª edición digital, 2017
ISBN: 978-84-254-3850-9
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Índice
Navegación estructural
Introducción
Nuestro mundo está cambiando con más rapidez que nunca. Todos intentamos desesperadamente seguir el ritmo y encontrar para nosotros y para nuestros hijos diferentes modos de adaptarnos a los cambios. La buena noticia es que muchas veces lo logramos. Los teléfonos inteligentes, las tabletas, las aplicaciones para móviles y demás aparatos electrónicos que circulan actualmente entre nosotros, así como su influencia en la vida de cada individuo y de la familia en general, son claros ejemplos de ello. Atrás ha quedado la actitud crítica, preocupada y defensiva que predominaba hasta hace diez años ante la gran cantidad de innovaciones tecnológicas. Hemos llegado a un punto en el que se anima a los escolares a apuntarse a días o semanas sin electrónica, y en el que las familias idean medios y maneras interesantes y provechosas de limitar el tiempo que cada uno puede pasar con la mirada clavada en su pantalla. Hay muchos que vuelven a descubrir el valor de las interacciones personales y, cuando los padres se atreven a establecer nuevas normas, los hijos las siguen gustosos.
Desde hace más de una generación la sociedad en su conjunto, así como la mayoría de sus miembros a nivel individual, intenta procesar el hecho de que hoy en día cada uno de nosotros –independientemente de su edad– es notablemente más fuerte, competente e independiente de lo que antes parecía posible. Mi generación puso en marcha cambios importantes en el campo del cuidado de los mayores, pero hoy las guarderías y las escuelas se sienten obligadas a cambiar el rumbo de sus modelos de pensamiento y actuación, y también el matrimonio y otros tipos de relaciones amorosas entre adultos exigen un enfoque diferente.
La búsqueda de un equilibrio saludable entre nuestro deseo de cooperación y adaptación, por un lado, y la necesidad de integridad y límites personales, por otro, despierta hoy más interés que nunca. ¿Nos hemos vuelto demasiado individualistas y egocéntricos o todavía nos permitimos procesos de socialización que impliquen también preocupaciones y decepciones? Esta búsqueda es un gran desafío vital, y muchos niños a los que sus padres mimaron y convirtieron en el centro absoluto de su mundo están buscando ahora –ya como personas adultas– formas de contribuir al bienestar de los demás. Tanto ellos como todos nosotros sabemos que actualmente la mayoría de los niños sigue necesitando apoyo y estímulo para poder desplegar todo su potencial.
Educadores, pedagogos y otros profesionales como yo discutimos acerca de muchos temas, pero todos estamos de acuerdo sobre un hecho que no deja lugar a dudas ni debates: los niños necesitan la guía de los adultos. Lo sabemos porque los niños que crecen sin ella no están bien, ya vivan solos, en compañía de otros niños o con padres que no quieren o no pueden servirles de guía. Una madre me escribió una vez contándome que su hija de dos años no quería ir a la guardería por las mañanas. Una vez que llegaba allí, todo iba estupendamente, pero a la hora de salir se negaba a subir al coche. Un día la madre encontró tres o cuatro golosinas en el coche y le dijo: «Si subes, te daré los ositos de gominola». En el momento en que la madre me escribió la carta, su hija le exigía al menos 200 gramos de gominolas para acceder a subir al coche, y la madre preguntaba: «¿Qué hago yo ahora?». Todos sabemos que en pocos meses las golosinas habrán dejado de funcionar. ¿Cómo podemos ejercer nuestro liderazgo en un caso así? Bien mirado, la respuesta es sencilla y complicada a la vez. Se trata de conocer a nuestros hijos, de conocer sus límites, de tratarlos con respeto y de mostrarnos ante ellos, en la medida de lo posible, tal y como realmente somos. Ese es el tema de este libro.
Para poder hallar su camino en el laberinto de la vida, los niños necesitan que sus padres actúen como líderes de la manada. Necesitan padres que de vez en cuando –no se puede decir con qué frecuencia exactamente– envíen señales claras. Hoy en día vemos muchas familias en las que los padres tienen tanto miedo de lastimar u ofender a sus hijos que estos últimos se convierten en los jefes de la manada, mientras que los padres vagan desorientados por el bosque. Mi generación todavía pensaba que el asunto era muy sencillo. Creíamos que, con hacer exactamente lo contrario de lo que hicieron nuestros padres, ya estaba todo solucionado. Pero no era así, y los hombres y las mujeres que se convierten hoy en día en padres y madres también saben muy poco de cómo convivir en familia de manera que todos conserven sus derechos. Cada miembro puede traer consigo un sistema de valores muy arraigados, procedentes de su familia o del entorno, de su país o de su cultura, pero no existe un repertorio común de valores alemanes, bávaros o daneses. Naturalmente, esto hace la vida más complicada. Hay que decidir entre tener una vida familiar en la que haya un conflicto tras otro, generando una gran demanda de soluciones a la que no es posible dar respuesta, o pararse a pensar y reflexionar. Es necesario hablar con los demás y preguntarse: ¿Cuáles quiero que sean las bases de mi familia?, ¿sobre qué fundamentos deseo que se construya nuestro hogar?, ¿qué cosas tienen para mí suficiente valor como para querer transmitírselas a mis hijos, pues pienso que dentro de 20 o 50 años les seguirán siendo útiles? Son preguntas fáciles de formular, pero difíciles de responder. Al igual que todas las crisis, esta conlleva dolor, pero también alberga un potencial de crecimiento y transformación.
La familia es la estructura fundamental de cualquier sociedad. Independientemente de la diversidad de constelaciones familiares y de la gran cantidad de separaciones, se trata de relaciones que se construyen sobre la base del amor. En Europa podemos observar cómo se está pasando paulatinamente de lo que yo llamo «familia-nosotros» a la «familia-yo». Hoy en día, cada miembro de la familia puede acceder a las infinitas oportunidades que ofrece el mundo global y, con ello, tiene la posibilidad de hacer elecciones trascendentales para toda la vida. La calidad de estas elecciones depende en gran parte de la autoestima y de los valores fundamentales que, a lo largo del desarrollo, puede que sean sustituidos por otros o que permanezcan estables. Existen gran cantidad de factores –de tipo económico, social, psicológico y demográfico– que impulsan este proceso de transformación.
Entre tanto, en algunos países comienzan a verse signos de que las personas buscan nuevas formas de reajustar la familia y el yo para poder involucrarse de un modo nuevo en la familia amplia, en la comunidad, en grupos de personas migradas o en otros colectivos sociales. Las circunstancias económicas conducen a que tengamos que ocuparnos más a fondo del cuidado de las personas mayores, y todos estos esfuerzos nos obligan a mirar más allá de conceptos como los de donante y receptor. Se trata de optar por nuevos caminos que incluyan en nuestras formas de pensar y en nuestros comportamientos, valores y principios como la dignidad humana, los límites personales, la autenticidad y la empatía.
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