Dr. Patrick Delaroche
¡PADRES, ATREVEOS
A DECIR «NO»!
EDITORIAL DE VECCHI
A pesar de haber puesto el máximo cuidado en la redacción de esta obra, el autor o el editor no pueden en modo alguno responsabilizarse por las informaciones (fórmulas, recetas, técnicas, etc.) vertidas en el texto. Se aconseja, en el caso de problemas específicos —a menudo únicos— de cada lector en particular, que se consulte con una persona cualificada para obtener las informaciones más completas, más exactas y lo más actualizadas posible. EDITORIAL DE VECCHI, S. A. U.
Colección dirigida por Mahaut-Mathilde Nobécourt.
Traducción de Nieves Nueno Cobas.
Ilustración de la cubierta de Jesús Gracia Sánchez.
Título original: Parents, osez dire non !
© Éditions Albin Michel, S. A. - París 1996
© Editorial De Vecchi, S. A. 2017
© [2017] Confidential Concepts International Ltd., Ireland
Subsidiary company of Confidential Concepts Inc, USA
ISBN: 978-1-68325-528-4
El Código Penal vigente dispone: «Será castigado con la pena de prisión de seis meses a dos años o de multa de seis a veinticuatro meses quien, con ánimo de lucro y en perjuicio de tercero, reproduzca, plagie, distribuya o comunique públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la autorización de los titulares de los correspondientes derechos de propiedad intelectual o de sus cesionarios. La misma pena se impondrá a quien intencionadamente importe, exporte o almacene ejemplares de dichas obras o producciones o ejecuciones sin la referida autorización». (Artículo 270)
Índice
I NTRODUCCIÓN
El niño necesita límites para construir su personalidad. Parece evidente y, sin embargo, los clínicos observamos cada vez más las dificultades que tienen los padres para oponerse a los hijos. Los hijos no quieren ni pueden reclamar castigos: es una reacción muy humana. No obstante, muestran esta carencia educativa a través de todo tipo de manifestaciones. Algunas resultan claras para todo el mundo, salvo, en ocasiones, para los propios padres; me refiero a las provocaciones de todo tipo. Otras no lo son tanto, y al clínico le corresponde descifrarlas; hablo de todas las agitaciones y de trastornos del comportamiento más graves.
En este libro el lector hallará numerosos ejemplos que le permitirán formarse una opinión. Y es que este debate sobre la educación se ha convertido en un debate de opinión. Sin embargo, hay que decir con toda claridad que la educación no es, o no debería ser, un asunto político. La autoridad de los padres no es de derechas ni de izquierdas, y la familia no es una cuestión de (pseudo)democracia. Mi opinión se ha forjado gracias a la clínica, o sea, el estudio más objetivo posible de los comportamientos, de las palabras que les sirven de base y, sobre todo, de su evolución, gracias a una perspectiva de más de veinticinco años.
Los progenitores de hoy intentan conciliar la vida moderna con las obligaciones familiares. Están abiertos a la evolución de la sociedad: los padres son cada vez menos machistas, las madres temen los poderes que se les prestan. Se trata de un avance indiscutible, pero ello acarrea a veces para el niño una pérdida de referencias, ya que él es bastante «retro». Es cierto que los niños poseen un inmenso poder de adaptación y son capaces de amoldarse a todas las situaciones, pero el niño necesita infancia; por otra parte, una excesiva madurez puede encubrir una carencia afectiva. Necesita unos padres que ocupen su lugar como padres. Ese lugar no es intercambiable, y es lo que tratará de expresar este libro. El padre no es una madre bis. Los padres suelen ser conscientes de ello, pero si bien el estilo de vida actual conduce a un igualamiento de los roles, deben mantener la diferencia de funciones, aunque estas funciones ya no se confundan con el sexo. Si son necesarias dos personas para la procreación de un hijo, también son necesarias dos personas para educarlo. Pero dos personas completas que se tengan en cuenta una a otra, y que respeten una jerarquía formal para ayudar al niño a situarse con respecto a ellas.
I
¿ P OR QUÉ PROHIBIR?
El título de este primer capítulo es voluntariamente provocador. Ante todo, porque es una pregunta que nadie se plantea, ya que su respuesta parece evidente aunque difícil de formular. Trate usted de recordar las respuestas que les ha dado a sus hijos. Y es que todos los niños hacen esta pregunta... y la olvidan cuando crecen, a partir del momento en que tienen un hermano o una hermana menor a quien dicen a su vez:
— ¡Está prohibido!
— Pero ¿por qué? —pregunta entonces el pequeño o la pequeña.
— ¡Porque papá (mamá) lo ha dicho!
No debemos reírnos. Esta respuesta es tal vez más sincera que la que consiste en decir: «Es así» o también «¡Porque sí!». Sencillamente, porque siempre se prohíbe en nombre de alguien, en nombre de un ideal o en nombre de unos principios, y porque uno mismo no siente ningún deseo de hacerlo. Entramos así en el meollo de esta pregunta formulada por los niños y que por nuestra parte debemos analizar.
La prohibición tiene mala prensa
La prohibición tiene mala prensa, seguramente porque en ese concepto se mezcla todo: la prohibición, la represión, el castigo, la frustración y, por qué no, los malos tratos. Hubo incluso un periodo de corta duración durante el cual el lema era: «Prohibido prohibir». El lema fracasó, ya que la prohibición es necesaria; en cuanto se debilita la echamos de menos, aunque no siempre sabemos por qué.
Así pues, tomemos el problema desde otro punto de vista. Podríamos soñar con una vida sin prohibiciones, es decir, sin que fuese necesario formular la prohibición. Está permitido imaginar una familia ideal en la que todo sucede de forma armoniosa sin conflictos estúpidos: el padre sería padre porque está ahí, o sencillamente porque existe y pronto volverá a casa. La madre se refiere a él sin tener que levantar la voz. Los niños no tienen que reclamar, ya que tendrán lo que deseen enseguida. Por otra parte, trabajan bien en clase porque tienen ansias de saber. Los abuelos completan esta armonía familiar. Son discretos, pero están presentes cuando hacen falta. Jamás se entrometen en ningún aspecto de la educación de sus nietos, que dejan sensatamente a la sagacidad de los padres, es decir, sus hijos. Por supuesto, ni se les ocurriría mostrar preferencia alguna por ninguno de los nietos ni denigrar a la familia política, a la que aprecian. Por último, los padres se entienden a la perfección sobre la educación de sus hijos. Apenas necesitan hablarse puesto que tratan de adelantarse al deseo del otro acerca de su prole. Pero no existe prerrogativa vinculada al sexo. Por supuesto, todos se adaptan al deseo del padre, explícito o no. En este mundo idílico, la prohibición no necesita ser formulada (además, si se empieza a hablar de ella no se sabe hasta dónde se puede llegar), ni las preguntas triviales de verdad que se pueden plantear, como por ejemplo «¿Quién manda?». Por otro lado, como decía al principio, los niños dejan muy pronto de hacerse este tipo de preguntas.
Eso sí, si bien ya no plantean estas preguntas de forma directa, las plantean de todos modos a su pesar. ¿Cómo? Ante todo convendría retorcerle el pescuezo de una vez por todas a ese sentimiento de culpabilidad de los padres. Yo digo en muchas ocasiones que si los padres fuesen responsables de los males de sus hijos podrían ponerles fin de inmediato. Si existe responsabilidad, es la de actuar en conciencia cuando es necesario. Por otra parte, lo dicen todos los psicólogos. Cuando los padres preguntan cómo deben comportarse con sus hijos, estos les responden: «¡Sean siempre ustedes mismos!», aunque eso no quiere decir que la pregunta «¿Por qué prohibir?» no sea una pregunta infantil que todo adulto tiene también derecho a plantearse. Podemos esbozar varias respuestas.
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