Un viaje de ida y vuelta al origen de la vida para comprender la especie humana desde una óptica naturalista para, precisamente, deshacernos de esas falacias naturalistas que pretenden encorsetarnos en leyes y normas prestablecidas. Porque «lo natural» va mucho más allá de lo empírico, es lo social lo que nos convierte en lo que somos.
Tamara Pazos, más conocida en redes sociales como Putamen_T, presenta su primer libro, La biología aprieta pero no ahoga, en el que, desde una base científica, nos dará herramientas para enfrentarnos a los grandes debates públicos de la actualidad.
INTRODUCCIÓN.
VIAJE DE IDA Y VUELTA
Hola a todos, todas, todes, tod@s y todxs. En este libro pretendo que salgamos del análisis social aparentemente colectivo que busca representar los intereses e identidades de todas las personas, pero que realmente es individual. Esto no quiere decir que sea negativo, pero dista mucho de entendernos verdaderamente como un conjunto, como una especie.
Quiero que hagamos un viaje de ida y vuelta como Bilbo Bolsón, de Bolsón Cerrado, pero de mente abierta. Y yo me uno al viaje; me hace falta.
Pretendo que dejemos atrás la mirada antropocentrista, que observemos lo que nos rodea y que volvamos a recorrer el camino andado. Como cualquier otra experiencia, este viaje puede cambiar algo en nosotros o no, pero ante todo intentaré que lo disfrutemos.
No es que le tenga manía a nuestra visión del mundo y quiera cambiarla, es más, ni siquiera debería decir «nuestra» ya que cada uno tiene la suya, pero sí es cierto que a lo largo de mi corta vida me he topado con más de un individuo que aseguraba ser conocedor de la verdad absoluta. Yo misma padecí este síndrome, descrito por Dunning-Kruger (figura 1). Él lo ilustró en esta curva donde observamos la evolución de lo que una persona cree que sabe sobre algo frente a lo que realmente sabe. Cuando entramos en contacto con un tema creemos saber mucho; sin embargo, cuanto más nos informamos más conscientes somos de todo lo que nos queda por saber y nunca volvemos a llegar a ese grado de arrogancia. Porque eso es lo que es: arrogancia.
Cuantas más cosas estudias, lees y aprendes, más veces te enfrentas a esta curva al ir descubriendo que, en realidad, no sabes nada de nada.
Por todo esto, yo asumo mi ignorancia e intento alejarme de verdades absolutas. Estas nos llevan a falacias, argumentos que parecen válidos pero que no lo son. A mí como bióloga, las falacias que más me tocan las narices son las naturalistas, aquellas que asumen que todo lo natural es mejor por el hecho de ser natural. No sé por dónde coger esto.
Uno de mis jefes, Sergio, me enseñó cómo luchar contra esta falacia con un simple argumento: «El veneno es natural». Siempre lo recordaré y no le faltaba razón. Mi contribución a la lucha contra las falacias naturalistas empieza con una simple pregunta: ¿sabemos realmente qué es natural?
Podrías asumir que yo, siendo bióloga, sí debería saberlo ya que la biología es por definición la ciencia que estudia los procesos de la naturaleza. Sin embargo, te confieso que no tengo ni idea.
La ciencia es una rama del saber que exige objetividad frente a aquello que trata de medir. El problema de esto es que para medir tenemos que categorizar y, ¡ay, amigo!, las categorías ¡qué daño hacen!
Figura 1. Representación gráfica del llamado efecto Dunning-Kruger
¿Por qué?
Porque nos perdemos cosas.
Si trato de clasificar toda la ropa que tengo en dos grupos, verano e invierno, las prendas que utilizo todo el año o no formarán parte de ninguna de esas dos categorías o pertenecerán a ambas, según el criterio del observador.
Esto pasa constantemente en el estudio de la naturaleza, hasta el punto de que ni siquiera existe un consenso en la definición de «especie». Es más, hemos creado distintas categorías dentro del concepto de especie (especie evolutiva, especie filogenética, especie biológica, especie ecológica, etc.).
Aquí romperé una lanza en favor de la ciencia, ya que las personas que investigan son conscientes de que esas categorías son virtuales, de que hay que trabajar con las excepciones y que los márgenes de las mismas son difusos.
El problema surge cuando la ciencia cae en manos de una sociedad que blinda las categorías, los porcentajes y los datos, y estos pasan a convertirse en látigos para azotar a colectivos sociales o formar parte de agendas políticas.
¿Por qué ocurre esto?
Al ser humano, en concreto a nuestro cerebro, le encanta categorizar. Al margen de intereses económicos o políticos, las categorías nos ayudan a hacer predicciones de lo que puede ocurrir y cuando acertamos, el gustirrinín cerebral no tiene precio. No me voy a explayar ahora con esto, ya que te hablaré de gustirrinín cerebral, prejuicios y estereotipos más adelante. Así que volvamos a lo que es y a lo que no es natural.
Es interesante estudiar la naturaleza para hacer predicciones que nos ayuden a sobrevivir. Observar muchas veces un mismo fenómeno nos permite ver qué variables se repiten antes de que dicho fenómeno ocurra. Por ejemplo, estudiar a pacientes que han sufrido un accidente cardiovascular nos puede dar pistas acerca de qué factores han contribuido a que dicho accidente se produzca; sin embargo, siempre habrá algún paciente en el que no se dé ni uno solo de esos factores.