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José Antonio Marina Torres - Aprender a vivir

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José Antonio Marina Torres Aprender a vivir

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JOSÉ ANTONIO MARINA TORRES Toledo España 1 de julio de 1939 Es un - photo 1

JOSÉ ANTONIO MARINA TORRES (Toledo, España, 1 de julio de 1939). Es un filósofo, ensayista y pedagogo español.

Marina es Catedrático de Filosofía además de Doctor Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia. Pero, por vocación, desarrolla su actividad docente en un Instituto de Enseñanza Secundaria. Su labor investigadora se ha centrado en el estudio de la inteligencia y en especial de los mecanismos de la creatividad artística (en el área del lenguaje sobre todo), científica, tecnológica y económica. Como discípulo de Husserl se le puede considerar un exponente de la fenomenología española. Ha elaborado una teoría de la inteligencia que comienza en la neurología y concluye en la ética. También ha estudiado la inteligencia de las organizaciones y de las estructuras políticas. Colabora en prensa escrita y audiovisual.

Paralelamente a su labor intelectual, Marina se encuentra comprometido con el proyecto de impulsar una «movilización educativa» cuyo propósito es involucrar a toda la sociedad española en la tarea de mejorar la educación mediante un cambio cultural que aproveche la preocupación, la generosidad, la energía y el talento de miles de personas dispuestas a colaborar. Como repite Marina una y otra vez, «para educar a un niño, hace falta la tribu entera». Entre las numerosas iniciativas de esta movilización, destaca una Universidad de Padres on line.

CAPÍTULO 1
APRENDER A VIVIR

1. Una expresión extraña

En estricto sentido, no hace falta aprender a vivir. Vivir es una función espontánea. Un óvulo fecundado inicia un dinamismo biológico que no parará hasta la muerte. Ocurre, sin embargo, que el ser humano es un organismo inteligente, que puede elegir distintos modos de vida. Anticipa sucesos, hace planes, toma decisiones, es autor de su propia biografía. En su caso, «aprender a vivir» significa «aprender a vivir bien», lo que implica, evidentemente, que también se puede vivir mal.

En los años setenta, un joven psicólogo, Martin Seligman, descubrió que algunos animales sometidos en laboratorio a situaciones de estrés abandonaban todo intento de lucha y se refugiaban en una pasividad decepcionada. Acuñó el término «impotencia aprendida», que hizo fortuna. Después lo aplicó a seres humanos. Hay personas batalladoras y personas claudicantes. ¿Dónde estaba la diferencia? ¿Cómo se aprendían actitudes tan distintas? Más tarde habló también de un aprendizaje de la depresión y del pesimismo. ¿Cómo es posible que se puedan aprender estados de ánimo tan destructivos? Al estudiar las biografías de gente enganchada a la droga nos invade un desasosiego inevitable. ¿En qué momento se torció su vida? Leo un libro sobre el aprendizaje del odio como paso previo al terrorismo. Si se pueden aprender modos de vida tan inhóspitos, ¿no podríamos aprender otros más satisfactorios?

Hay vidas logradas y vidas fracasadas y sería muy útil que pudiéramos conocer los íntimos mecanismos que llevaron a unas y a otras. Nietzsche resumió estas preguntas en una breve fábula:

«¿Por qué tan duro? —dijo en otro tiempo el carbón de cocina al diamante—. ¿No somos parientes cercanos?».

¿Por qué somos a la vez tan diferentes y tan iguales? Me gustaría que el lector comenzase a leer este libro haciendo un breve examen de conciencia, un ejercicio de espeleología personal. Al reflexionar, todos nos descubrimos instalados en un estado de ánimo, felices o desdichados, dueños de la situación o abrumados por ella, satisfechos o arrepentidos. Sentimos muchas cosas que no nos gustaría sentir y desearíamos cambiar, somos centro de un número colosal de relaciones, esperanzas, presiones y compromisos. ¿Por qué siento esto?, decimos muchas veces. ¿Por qué no puedo querer a X a quien me gustaría querer? ¿Quién soy yo realmente? ¿Cómo he llegado a ser como soy? No nos entendemos del todo.

Resulta muy difícil hacer la genealogía de nuestra personalidad, intentar descubrir los elementos que influyeron en nuestro modo de ser. Me interesa averiguar cómo emerge una personalidad a partir de una algarabía de influencias: genéticas, sociales y educativas. Es una investigación detectivesca sobre la biografía de los seres humanos. Voy a explicarles lo que la ciencia nos dice sobre la construcción de una personalidad. Vamos a recorrer de nuevo, en términos generales, el proceso que el lector ha seguido en su vida, esa compleja interacción entre individuo y circunstancia, entre biología y cultura, entre la realidad y el deseo, entre esfuerzo y claudicación, entre proyecto y casualidad, que nos ha hecho a todos. La psicología que voy a exponer debe ser pedagógicamente de ida y vuelta. Para comprender el desarrollo de un niño el lector debe ir desde su situación adulta hasta el bebé que fue, para desde allí regresar de nuevo a su situación presente. Al final, si ni usted ni yo nos hacemos un lío, espero que entienda mejor al niño y se entienda mejor a sí mismo.

Nuestra meta no es meramente científica, sino práctica. Cuando queremos educar a un niño tenemos que pensar en qué tipo de personalidad desearíamos que tuviera. ¿Cómo me gustaría que fuera ese bebé que acaba de nacer? Va a vivir en un mundo que no puedo predecir, y que sólo hasta cierto punto puedo preparar. Los padres ahorran porque quieren que sus hijos vivan en un mundo feliz —confortable, seguro, sano—, les dan una instrucción profesional que, teóricamente, les va a facilitar la vida, pero saben que, en el fondo, nada de esto es suficiente. Si son responsables, viven con el alma en vilo. Y si son aprensivos, viven en un sinvivir. Cuando hablan de educación, vagamente sueñan con un seguro de vida para sus hijos. Quieren que sean unas personas maravillosas, felices y buenas. Pero ¿cómo conseguirlo?

2. ¿Qué es vivir bien?

La palabra «bien» nos introduce en el mundo de los valores. Una buena vida consiste en la consecución de tres grandes metas, en la conquista de tres grandes bienes:

—La salud;

—la felicidad;

—la dignidad.

Estos tres objetivos parecen muy distintos. Uno es biológico, otro psicológico y el tercero ético. Pero están estrechamente relacionados. Cuando pensamos en el futuro de un niño le deseamos una buena salud, una vida feliz, y que se comporte con dignidad en un mundo dignificado, en un mundo que colabore a su felicidad.

3. La felicidad es el concepto central

En efecto, odiamos la enfermedad porque limita nuestro bienestar y nuestras capacidades, y necesitamos vivir en un mundo digno, donde se respete nuestra dignidad personal, porque sólo así podremos abrir un espacio seguro para realizar nuestros propios proyectos de felicidad, o al menos intentarlo. En un mundo amenazador, mísero, humillante, sometido a la ley de la selva, no se puede ser feliz.

Aunque parece un concepto vago e irrealizable, me atreveré a precisar el concepto de felicidad porque designa el caudaloso impulso que va a dirigir el desarrollo del niño, y conviene conocerlo. Los seres humanos, en cualquier edad, estamos movidos por múltiples necesidades y deseos. Son muchos, pero podemos ordenarlos en dos grandes grupos, en dos motivaciones fundamentales:

—El bienestar;

—la ampliación de nuestras posibilidades.

Buscamos nuestro bienestar y el de las personas que queremos. Bienestar físico, económico, psicológico. Deseamos comodidad y seguridad. Ésta es una aspiración conservadora, podríamos decir. Resulta imprescindible, pero no suficiente para la felicidad, porque, al mismo tiempo, deseamos crear, influir, explorar, sentimos eficaces, cambiar la realidad de alguna manera, competir, colaborar en tareas de las que podamos estar orgullosos. En este sentido todos somos progresistas. Con la especie humana apareció en el universo un dinamismo incansable. Tenemos hijos, emprendemos negocios, escribimos, pintamos, plantamos un jardín, escalamos una montaña, actuamos en política o colaboramos con una ONG para «realizamos». ¡Qué extraña expresión! ¿En qué estado permanecemos si no nos realizamos? Pues en la irrealidad de un vago deseo no cumplido, o en la carencia de realidad de un proyecto fracasado. Nos parece que algo nos falta si nos dedicamos sólo a vivir cómodamente. Todas las actividades creadoras suelen robamos algo del bienestar que buscábamos, pero nos proporcionan otro tipo de satisfacción que nos es también necesaria. La psicología evolutiva lo demuestra, como tendremos ocasión de ver.

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