Agradecimientos
Elevar las voces de las trece abuelas, de unas mujeres tan poderosas y sagradas, ha sido un privilegio enorme y ha cambiado definitivamente la forma en la que veo la vida y la manera en la que quiero estar en el mundo. Su pasión y su dedicación a ayudar a este planeta a convertirse en un hogar sagrado para la humanidad y para toda la creación me inspiran profundamente.
Quiero darle las gracias a mi editora, Eden Steinberg, por haber creído en el libro de las abuelas desde el principio, incluso antes de que el Consejo se hubiera reunido la primera vez, y también le estoy muy agradecida a mi agente, Lynn Franklin, que me ha apoyado tremendamente a lo largo de todo el proceso de escribir el libro.
También quiero que el Centro de Estudios Sagrados sepa lo profundamente agradecida que le estoy, especialmente a Jyoti, Ann Rosencranz, Carole Hart y a su esposo, Bruce Hart, ya fallecido, productores del documental sobre las abuelas, por su información y su ayuda.
Le quiero dar las gracias a Donna Kaye White Owl por nuestra amistad y por las conversaciones que mantuvimos mientras yo intentaba vislumbrar la belleza de las formas indígenas y que me han abierto a otros mundos. También le quiero dar las gracias a una maravillosa amiga, Bonnie Corso, por sus opiniones y su constante apoyo, a Artour Toulinov por haberme enseñado tantísimo sobre fotografía y por haber estado siempre a mi lado, a Bob Kirby por ser el mejor hermano del mundo y a mi padre, Walker Kirby, por haberme enseñado a amar los libros.
Me siento profundamente agradecida por tener el amor y el apoyo de mis tres maravillosos hijos y de sus tres maravillosas mujeres: Jack y Anna Ryan, Brett y Jessica Schaefer y Kip y DeAnna Schaefer, a quienes doy las gracias especialmente por su apoyo incondicional. También me siento bendecida por la vida por tener trece nietos maravillosos: Dylan, Mia, Asia y Tess Ryan; Cole y Reed Schaefer y Hudson y Quinn Schaefer. Este libro lo escribí dejándome llevar por las esperanzas y los sueños que tengo para ellos, para sus hijos y para los hijos de sus hijos... y para el futuro de todos los niños del mundo...
Prólogo
El poder de las palabras que se repiten durante generaciones, ese poder que recuerdan los árboles, los sueños y los antepasados es un poder inherente a las culturas indígenas, un poder que está contenido en el tejido de nuestra manera de vivir. El valor de la tradición oral, de las enseñanzas que hay en los mensajes que han pasado de generación en generación es el valor de la relación. Cuentos e historias compartidas en relaciones, relaciones que reafirman una comunidad, una comunidad que se une en la danza y en la canción, relaciones que validan y fortalecen a la comunidad, como hacen las palabras de estas mujeres, estas Nokomisinag o abuelas.
Durante muchos años, estas palabras han permanecido ocultas. He tenido oportunidad de escuchar hablar en varias ocasiones a estas mujeres y he observado a algunas de ellas cuando han vuelto a sus comunidades. Lo que sé es que, como mínimo, sus palabras tienen un poder inmenso y me conectan con una realidad más amplia en la que yo, como ser humano espiritual que soy, ocupo un lugar en la Historia. Sus palabras me recuerdan que vivo tanto en el mundo material como en el mundo espiritual. Gracias a sus enseñanzas, recordamos y revitalizamos nuestras conexiones y, a partir de esas relaciones y de esas enseñanzas, podemos cuidar a nuestras comunidades, ya tengan pies, alas, aletas, raíces o pezuñas.
En la sociedad industrial, este tipo de relaciones no se dan. A lo largo de la historia, las palabras las han escrito «expertos» y han sido presentadas a una audiencia privilegiada, solamente aquellos que sabían leer y que tenían acceso a aquellos regalos que se hacían a la comunidad. Las palabras de las ancianas indígenas no han formado parte muy a menudo del discurso de la «sociedad civil»; más bien se nos ha cosificado. Normalmente, los expertos son personas con educación occidental, lógica científica y teología judeocristiana. Las palabras cada vez tienen menos significado, cuantas más veces se escribe una palabra más significado pierde. Aun así, se han empleado esas palabras para crear una sociedad que no es sostenible y que se basa en la conquista, la sangre y la tierra.
Hemos entrado en un nuevo milenio. Ya casi no hay búfalos, muchos de nuestros antepasados murieron a golpes de espada o debido a enfermedades como la viruela, el agua está envenenada y el cambio climático es un hecho. La sociedad industrial no tiene herramientas para hacer frente a esta destrucción. Centrarse en el presupuesto fiscal de este año es pensar a corto plazo sin estar en resonancia con el mundo natural ni con la historia. Puede que creamos que, cumpliendo con las leyes humanas, podemos cambiar créditos de contaminación con otros países y arrasar cualquier arroyo en aras del desarrollo pero, al final, todos tenemos que beber agua y respirar aire.
Las enseñanzas que contiene este libro forman un camino hacia la sostenibilidad, que es lo que mi pueblo llama minobimaatisiiwin o «buena vida». Estas enseñanzas nos recuerdan que es esencial llevarnos bien con nuestros familiares, ser agradecidos y cuidar nuestro comportamiento (no gestionar el comportamiento con nuestros parientes a través de los mismos paradigmas que se emplean para la gestión de los recursos naturales). Después de todo, la extinción acelerada de especies es lo que hemos creado con nuestras manos y con nuestro paradigma actual. Se han extinguido muchas especies en los últimos siglos y no ha ocurrido de manera natural.