Trece Rosas Rojas y la Rosa catorce
Carlos Fonseca
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© de la imagen de la portada, Agencia EFE
© Carlos Fonseca, 2014
© Ediciones Planeta Madrid, S. A., 2014
Ediciones Temas de Hoy es un sello editorial de Ediciones Planeta Madrid, S. A.
C/ Josefa Valcárcel, 42, 28027 Madrid (España)
www.planetadelibros.com
Primera edición en libro electrónico (epub): mayo de 2014
ISBN: 978-84-9998-416-2 (epub)
Conversión a libro electrónico: J. A. Diseño Editorial, S. L.
Índice
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A mis padres.
Y para todos los que perdieron la guerra.
Tristes armas
si no es amor la empresa.
Tristes, tristes.
Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes, tristes.
Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes, tristes.
M IGUEL H ERNÁNDEZ
Cancionero y romancero de ausencias
(1938-1941)
Venceréis, pero no convenceréis.
Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta,
pero no convenceréis,
porque convencer significa persuadir.
Y para persuadir necesitáis algo que os falta:
razón y derecho en la lucha.
M IGUEL DE U NAMUNO
Prólogo a esta edición
Este año se cumple el 75 aniversario del fusilamiento de las Trece Rosas y diez años de la publicación de la primera edición de este libro. Una década en la que han fallecido todas las mujeres que vivieron aquellos hechos en prisión y a las que tuve el privilegio de conocer. Concha Carretero murió el pasado 1 de enero, a los 95 años de edad; Nieves Torres en 2013, a la misma edad, y Mari Carmen Cuesta, «la peque», en 2010, con 87 años. Testimonios condenados durante demasiados años de olvido. Sus voces, y las de tantos otros que sufrieron la represión franquista en la inmediata posguerra, han sido ignoradas por una derecha política que ha justificado su abandono por miedo a reabrir heridas del pasado. Heridas que no se pueden reabrir porque nunca se cerraron.
Tampoco la izquierda representada por el Gobierno de Rodríguez Zapatero tuvo valor para anular los procedimientos sumarísimos que instruyeron los tribunales franquistas para justificar miles de asesinatos y decenas de miles de condenas a largos años de prisión para los vencidos. La Ley de la Memoria Histórica aprobada en diciembre de 2007 no ha servido ni siquiera para que las instituciones se responsabilicen de la recuperación de los miles de cadáveres de represaliados que permanecen enterrados en fosas comunes y en las cunetas de nuestras carreteras. El presidente Mariano Rajoy dejó clara su preocupación e interés por hacer justicia y recuperar la historia al suprimir en 2013 y 2014 el presupuesto destinado a cumplir algunos aspectos de la ley. Son las familias de las víctimas las que, contra viento y marea y con la ayuda de asociaciones para la recuperación de la memoria histórica, llevan años buscando los restos de sus seres queridos.
La restitución de la memoria es un derecho de quienes perdieron la guerra, y una obligación para quienes disfrutamos de las libertades que ellos conquistaron. Las nuevas generaciones, las nacidas tras la transición a la democracia, tienen también derecho a saber que en 1936 hubo en este país un golpe de Estado contra el gobierno legítimo de la República para imponer una dictadura que ejerció una terrible represión que se prolongó durante cuarenta años. No son las historias del abuelo, sino nuestro pasado no tan lejano.
La voz de los vencidos ha sido silenciada durante años por el miedo, primero, y la indiferencia, después, de una ciudadanía que se dejó convencer de que la Transición política supuso el punto y final de la época más trágica y oscura de España. El olvido, en lugar de la memoria, se impuso desde entonces, y ha habido que esperar muchos años para que los nietos de quienes perdieron la guerra recuperen la historia de sus abuelos. Una generación sin las ataduras de quienes se sentían concernidos por la contienda. Los hijos de los derrotados porque vivieron durante años mudos por el pánico a la represión, y los hijos de los vencedores porque se sintieron herederos de aquella barbarie, que aún hoy se resisten a condenar.
Desconozco cuántas personas que sufrieron la guerra civil y la represión de la inmediata posguerra viven aún, pero el tiempo transcurrido desde entonces (78 años desde el inicio de la contienda) permite inferir que no serán muchas. Durante estos años han surgido organizaciones para la recuperación de la memoria histórica que han recogido el testimonio oral de muchas de ellas. Un material de incalculable valor que las instituciones deberían haber comenzado a recopilar muchos años antes para ponerlo a disposición de los historiadores que indagan sobre aquella tragedia, y de cualquier ciudadano que busque respuestas.
En las charlas que he dado durante estos diez años en ateneos, colegios y universidades he reiterado una idea en la que me mantengo: que la Historia con mayúsculas, la que se ocupa de los grandes protagonistas, ya sean políticos, militares o intelectuales, no se puede explicar sin la historia con minúscula que protagonizaron personas anónimas como las Trece Rosas, o como Concha, Nieves, Mari Carmen y tantas otras. Sus nombres no figuran en los libros de texto ni son referencia obligada cuando se habla de la guerra, pero estuvieron allí y son el mejor ejemplo del sufrimiento al que llevó a muchos su compromiso con la libertad.
El trágico destino de aquellas muchachas no fue una excepción, sino la norma. Ni fueron las primeras mujeres ajusticiadas ni serían las últimas, pero la minoría de edad de la mayoría de ellas supuso un mazazo para muchas presas, que transmitieron su historia de manera oral hasta convertirlas en un símbolo del papel de las mujeres en la lucha contra el franquismo. Fue tal el odio de los vencedores que los fusilamientos en las tapias del cementerio del Este se mantuvieron de manera habitual hasta el año 1944, ¡cinco años después de acabada la guerra!
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