JOSÉ LUIS MARTÍNEZ n. Aloyar, Jalisco, 1918. Cronista de la Ciudad de México desde 1975. Es autor de los siguientes libros: Literatura mexicana: Siglo XX, La expresión nacional, La emancipación literaria de México, El ensayo mexicano moderno, La luna, Nezahualcóyotl. Vida y obra, Cuidad y diversidad de la literatura latinoamericana y Pasajeros de Indias. Ha sido Embajador de México en Perú (1961-62), ante la UNESCO (1963-64) y en Grecia (1971-74). Director General del Instituto Nacional de Bellas Artes (1965-1970), Director General del Fondo de Cultura Económica (1976-1982) y Director de la Academia Mexicana de la Lengua (1980).
Nahuas
Introducción
Los orígenes
Las culturas de la Cuenca o Valle de México provienen de diversos pueblos y regiones que van sucediéndose en esta zona, desde el periodo más remoto del Preclásico Inferior, hacia 1800 a. C., hasta la cultura azteca que encontraron los españoles a principios del siglo XVI. Por otra parte, no existe una denominación satisfactoria para el conjunto de estas culturas del altiplano, puesto que mexicas se refiere únicamente a Tenochtitlan y Tlatelolco, y aztecas, o provenientes de Aztlan, podría incluir a estos dos pueblos, más Tezcoco y Tlacopan o Tacuba. Así pues, se ha optado por llamarlos nahuas, por la lengua náhuatl que hablaban los pueblos del altiplano, y que podemos suponer que hablaban, en una modalidad antigua, los teotihuacanos y los toltecas.
Las culturas del altiplano tuvieron su origen en pequeños grupos que, desde el año 1800 hasta el 200 a. C., desarrollaron en forma incipiente la agricultura, la organización social y las construcciones religiosas, asentados en aldeas en torno a los lagos, como Tlatilco, Tlapacoyan, Chalco, Cuicuilco y Zacatenco. Hacia el año 1000 a. C. se advierten, en las estatuillas arcaicas y en la alfarería de estos grupos, contactos con el arte monumental de los olmecas de la costa del Golfo.
Teotihuacan: 200 a. C.-800 d. C.
Algunos de estos centros de población desaparecieron entre 450 a. C. y el principio de nuestra era, a causa de la erupción del Xitle en el lugar hoy llamado Pedregal de San Ángel, y otros no prosperaron, en tanto que los lugares cercanos a Teotihuacan, al noreste del Valle de México, van a desarrollarse hasta llegar a crear, en los primeros siglos de nuestra era, una de las civilizaciones más importantes de Mesoamérica. Entre 200 a. C. y 100 d. C. estos grupos han alcanzado ya importancia, fuerza religiosa y capacidad técnica que les permiten construir las imponentes pirámides del Sol y de la Luna en Teotihuacan. La primera es el mayor monumento del México antiguo con un volumen de cerca de un millón de metros cúbicos y una altura de más de 60 metros, con cuerpos escalonados en talud e, inicialmente, sin ningún ornamento. En los siglos siguientes se va construyendo, en torno a la monumental desnudez geométrica de las pirámides y siguiendo el eje longitudinal de la Calle de los Muertos, un gran centro ceremonial y la mayor ciudad que hasta entonces existiera en Mesoamérica. En el periodo de apogeo de Teotihuacan, entre 300 y 650 d. C. la población de la ciudad se ha calculado en 200 000 habitantes, con una compleja organización y una cultura muy avanzada. Los teotihuacanos conocen el calendario, la numeración y tienen una escritura jeroglífica; realizan observaciones astronómicas y las aplican en la orientación de sus monumentos y en un sistema adivinatorio; tienen nociones claras de planeación, urbanización e ingeniería; conocen las propiedades y los usos medicinales de varias plantas; sus artes, sobre todo la arquitectura, el relieve, la pintura al fresco y la cerámica crean un estilo sobrio de poderosa expresividad y simbología religiosa, sus concepciones religiosas, en torno al culto a Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, y a divinidades de los elementos: el sol, el fuego, el agua y la lluvia y sus concepciones cosmogónicas, principalmente la de los soles o edades cósmicas y el mito de los cuatro rumbos del mundo, y su noción de una vida después de la muerte, van a influir decisivamente sobre las culturas que les siguieron.
Toltecas: 726-1200
Este apogeo cultural va decayendo entre 650 y 800, y al mismo tiempo ocurren acontecimientos que conocemos confusamente. Entre 650 y 700 Teotihuacan parece haber sido saqueada, desmantelada e incendiada. Sin embargo, hacia 726 llegan al valle grupos procedentes de un lugar misterioso llamado Tamoanchan y en 751 se celebra el advenimiento del Quinto Sol, esto es, el inicio de una nueva etapa histórica, que será la de los toltecas. Estos parecen haber sido grupos chichimecas, que tomaron el nombre de toltecas por su habilidad artesanal. La Tollan o Tula de la leyenda puede haber sido inicialmente la misma Teotihuacan, aunque luego se dé ese nombre al nuevo centro ceremonial construido en Tula Xicocotitlan (Hidalgo), hacia mediados del siglo VIII, cuando se inicia el señorío tolteca. Esta nueva Tula será el lugar de las enseñanzas del sacerdote Quetzalcóatl y, después de su muerte en 895, se le rendirá culto bajo los símbolos de las estrellas matutina y vespertina y como dios del viento. El periodo tolteca, cuyo apogeo se inicia hacia 752, será para las centurias siguientes una época legendaria de paz, abundancia y desarrollo de los oficios, las artes, las ciencias y las artesanías; y será el sinónimo de vida civilizada. Pero aquella cultura comienza a su vez a decaer y llega a su fin hacia 1200. Rivalidades internas y nuevas tribus guerreras invasoras hacen que los toltecas-chichimecas abandonen Tula y se dispersen.
Tezcocanos y mexicas
Hacia el fin del señorío tolteca, otros grupos chichimecas, que venían de la región del Mezquital, después de destruir aquel señorío y de adoptar muchos de sus usos civilizados, se establecen en Tenayuca y fundan luego el señorío de Tezcoco, por lo cual uno de sus monarcas, Nezahualcóyotl, se sentirá heredero de los toltecas. Otros pueblos comienzan también a asentarse en el Valle de México, entre ellos los mexicas. Después de una larga peregrinación procedente de un lugar llamado Aztlan o «lugar de las garzas», los mexicas se establecen en un islote en el centro del lago y, en 1325, por mandato de su deidad tribal Huitzilopochtli, fundan la ciudad que luego sería México-Tenochtitlan.
Con tenacidad, valor y crueldad, aquella tribu nómada y sin cultura propia se va imponiendo implacablemente a los pueblos vecinos. Acamapixtli, que pertenecía a la nobleza tolteca, inicia precariamente su monarquía, aún sometida a los tepanecas de Azcapotzalco. Pero el cuarto de sus tlatoanis, Izcóatl (1427-1440), con la ayuda del consejero Tlacaélel, independiza a los mexicas, establece la Triple Alianza con los otros señoríos principales del Valle, Tezcoco y Tlacopan; organiza y hace crecer la ciudad y la convierte en una potencia militar que acaba por ser invencible en el mundo indígena. Moctezuma Ilhuicamina (1440-1469) es el creador del imperio que extiende hasta el centro de Veracruz y hasta la región mixteca, en Oaxaca, imperio que sus sucesores ampliarán todavía más hasta llegar a lo que hoy es Nicaragua, en Centroamérica.
El imperio azteca
La organización del extenso imperio que los aztecas gobernaban desde una pequeña isla era admirable. Por las calzadas y a través del lago llegaban a la capital los tributos de alimentos, vestidos u objetos preciosos que remitían puntualmente los pueblos sometidos: los comerciantes, que eran, además, espías y diplomáticos, hacían circular las mercancías y traían informes de las comarcas. A los grandes mercados concurrían miles de gentes a las que se ofrecía una enorme variedad de productos. Se había organizado la posesión de tierras y se habían establecido castas en las que el lugar preferente lo tenían los sacerdotes y los guerreros, estos últimos con sus propias órdenes militares. Los oficios, las artesanías, las artes, los sistemas calendáricos y los cómputos astronómicos, y las técnicas de ingeniería y urbanización; la enseñanza, la elaboración de libros históricos, de especulaciones cosmogónicas y religiosas y tratados adivinatorios, todo cuanto habían creado los teotihuacanos y los toltecas, había alcanzado gran desarrollo. Pero sobre todas estas complejas formas de vida dominaba una religiosidad total y terrible, que al mismo tiempo había sido el impulso mesiánico de sus conquistas y la supuesta justificación de sus atroces sacrificios humanos, que consideraban necesarios para alimentar con su sangre la vida del sol.