Albano Paco - Los Medicos No Pagan Ni El Cafe
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- Libro:Los Medicos No Pagan Ni El Cafe
- Autor:
- Editor:EXITBooks
- Genre:
- Año:2017
- Índice:4 / 5
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Los Medicos No Pagan Ni El Cafe: resumen, descripción y anotación
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L OS MÉDICOS NO PAGAN NI EL CAFÉ
L OS MÉDICOS NO PAGAN NI EL CAFÉ
Paco Albano
© del texto, Paco Albano, 2017
© edición y diseño de portada: EXITBooks 2017
Todos los derechos reservados. No está permitida la reproducción
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sin el consentimiento previo y por escrito a EXITBooks.
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Los médicos recetan drogas que conocen poco, para curar enfermedades que aún conocen menos, en seres humanos de los cuales nada conocen . Voltaire
Esta novela está basada en hechos y personajes reales, y que algunos detalles no sucedieran exactamente como los he descrito, no quiere decir que todo lo que aparece no sea cierto... bueno, casi todo.
Hoy tengo cena familiar y aún no he preparado el artículo sobre la moda de poner fruterías en cada esquina. No sé si me jode más no entregarlo a tiempo y escuchar los gritos de mi jefe, o los comentarios irónicos de mis hermanos sobre mi alto nivel periodístico y la canción de mi padre sobre que he de cambiar de medio si quiero ser alguien en el mundo de la prensa. Si no voy a la cena mi madre se enfadará. Si no entrego el artículo, más que gritos quizás me envíen a la oficina de empleo y no precisamente para escribir un artículo sobre el paro. Si no voy a la cena no veré ni a Mónica ni a Patricia. ¡Fruterías!, ¿pero a quién hostias le importan las fruterías? Yo estudié periodismo porque en las películas siempre descubren conspiraciones y llevan una vida un tanto canalla. Bueno... un poco canalla si lo soy; o eso me dice Mónica cuando la trabajo entre las piernas y le comento si cree que Patricia se apuntaría a un juego a tres. Pero periodismo de investigación no, eso no lo toco.
Las ocho, aún he de ducharme y no sé por dónde empezar el artículo de las narices. Tenía previsto entrevistar tres o cuatro propietarios y sólo he podido hablar con una dependienta que hacía un par de semanas que había descubierto la fruta. ¡A la mierda!, intentaré no volver tarde y mañana me invento algunas entrevistas. Total, por un artículo que no leerán ni los amantes de los cítricos, mejor cenar con la familia donde seguro que cato un buen vino, que uno de mis hermanos, importantes como son, habrán descubierto esta semana en una de las muchas cenas de trabajo que tienen a menudo.
De hermanos tengo dos: Javier, que es el mayor, es médico endocrinólogo, está casado y tiene dos hijos; y Alberto, que es el segundo, estudió biología, pero trabaja en la industria farmacéutica persiguiendo médicos como Javier, también está casado y tiene una hija. Yo soy el pequeño, me llamo Paco Albano y no tengo mujer ni hijos.
Llego a casa de mis padres en moto, justo cuando la lluvia empieza a bajar con fuerza y entro al portal sin sacarme el casco para evitar mojarme el cabello. Ayer fui a la peluquería y Ana me dejó la media melena como hacía años perseguía. "Esta media melena te queda muy bien, pero debes cuidarla mucho", me dijo.
—Hola guapetón —dice mi madre al abrir la puerta.
—Hola mamá, ¿soy el último?
—Pues claro que eres el último, como siempre —dice Javier alargando la mano para encajar mientras mi madre me besa.
Es cierto, están todos, en una perfecta imagen de familia perfecta y divina. Doy dos besos a mi padre, Alberto me da uno de sus abrazos que no soporto, los niños se me acercan para darme besos que me agobian, y yo me acerco a mis cuñadas para darles besos que sí me gustan. Primero Patricia, la mujer de Javier, elegante y preciosa como siempre; y dejo a Mónica, la mujer de Alberto para el final; la beso y le paso el brazo por detrás tocando ligeramente el culo que intuyo libre bajo el vestido, y la erección es instantánea.
Mi padre me sirve una Voll-Damm, la única que sabe que tomo, y me acerco al corro que forman mis hermanos y sus mujeres. Para variar, hablan de trabajo y ruego que no me pregunten en qué estoy trabajando.
—Y pues Paco, ¿en qué estás trabajando, ahora? —pregunta mi padre que ha aparecido por detrás apoyando una mano sobre mi hombro.
—Estoy preparando un reportaje sobre negocios emergentes en el sector de la alimentación.
—Parece muy interesante... —dice Patricia intuyendo qué dirá su marido.
—Caramba hermanito... tal vez sí que haremos de ti un periodista importante —dice Javier
—¿Aún trabajas en el periódico gratuito? —pregunta Alberto.
—Sí... ya lo sabes... —será hijo de puta, como si no lo supiera.
—Deberías de buscar algo en uno de los grandes periódicos, ¿ya mandas curriculums?; nunca harás nada en estas cuatro hojas que sólo leen los que van en autobús o metro.
—¿Hemos venido a cenar o a juzgar al más guapo de los hermanos Albano? —dice Mónica para salvarme.
—Uy, uy, ¿que no era yo el más guapo? —se ríe Alberto.
—No, tú eres mi marido, pero eso no te convierte en el más atractivo.
No es sólo su belleza deslumbrante y la sensualidad que desprende, es su seguridad y capacidad para poner a mi hermano en su lugar lo que provoca que esta mujer tenga acciones de mi cuerpo.
—¡Venga, niños y niñas!, todos a la mesa, que la cena está lista —grita mi madre desde la cocina.
No sé cómo me lo hago, pero siempre termino sentado al lado de los niños. Para mi madre sigo siendo el pequeño y con los pequeños me coloca. La culpa de todo la tiene que llegué a este mundo con un espacio exageradamente grande desde que nacieron mis hermanos. Este año cumpliré los veintiocho años, Javier celebró los cuarenta el año pasado, y Alberto tiene justo diez más que yo. Y si a esto le sumamos que los dos hermanos mayores tienen un físico parecido, con el pelo canoso, con rasgos tanto del padre como de la madre, y que yo tengo un físico más suave —femenino dicen algunas amigas— y no me parezco a nadie de casa, me hace sospechar que me intercambiaron en la maternidad.
—Tío Paco, ¿qué hacen los periodistas?
—Explicamos las noticias.
—¿Qué son las noticias?
—Las cosas que pasan en el mundo.
—¡Ah!, papá manda mucho y da libretas y bolígrafos a los médicos como el tío Javier para que usen las pastillas que fabrica.
—Sí, tiene un trabajo envidiable tu padre —y me levanto de la mesa con la excusa de ir al baño agotado de la charla con mi sobrina que, desgraciadamente, ha salido a padre y poco a madre.
Mónica me sigue con la mirada, y la idea que me siga hasta el baño y poder descubrir si hay algo o no bajo el vestido, me pasa por la cabeza. Entro en el baño, saco el móvil del bolsillo delantero de mis vaqueros, y envío un mensaje a David y a Peter, mis colegas más íntimos: Stoy cena fmili, kdamos?
David me contesta que alrededor de las doce estarán en el Masterium y que tiene una hierba de puta madre. Le contesto que allí estaré en cuanto pueda escaparme.
En la mesa, la conversación es llevada por mis hermanos que hablan, como siempre, de medicina, congresos y estas hostias que llevo media vida escuchando. Mis cuñadas, ahora sí, me dan conversación y hablamos un poco de todo, riéndonos y haciendo broma. Como siempre, mi madre se ha superado con una cena excelente, y el vino, que hoy ha traído Javier, obsequio de no sé qué laboratorio farmacéutico, un capricho de los dioses.
La noche acaba como ha empezado, con besos y abrazos, y me voy con las ganas de saber si bajo el vestido de Mónica hay nada o no. Se lo digo al oído al darle un beso de despedida y ella sonríe agobiada.
Justo al llegar al Masterium y bajar de la moto me llega un mensaje que imagino es de mis amigos, pero no… es de Mónica: absolutamente nada...
Entro rápido al Masterium a tomarme una cerveza y con ganas de fumarme la hierba de David para superar el dolor de huevos que me ha provocado la perversa de mi cuñada.
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