La bibliografía general situada al final del presente volumen traza una lista de las obras utilizadas y esboza un panorama de las publicaciones antiguas y recientes que se han consultado. Esta tabla mezcla la erudición tradicional con las investigaciones sumamente especializadas llevadas a cabo en especial por universitarios estadounidenses, que siguen siendo muy numerosos a la hora de estudiar la historia francesa. Junto a ese vasto y preciso conjunto, se ha considerado útil presentar, además, en cada capítulo, los títulos esenciales que han sido sus principales inspiradores.
INTRODUCCIÓN
La revolución fascina o perturba. Sea moral, sexual, económica o política, presenta un imaginario que seduce o escandaliza, pero que jamás deja indiferente. Aunque Francia continúe considerándose la patria de los derechos humanos, ya no apela tanto a su herencia revolucionaria como hasta mediados del siglo XX . No obstante, su himno nacional, que reivindica el hecho de derramar la sangre de los enemigos en los surcos, se sigue cantando en los estadios del mundo entero, y los debates sobre figuras emblemáticas —María Antonieta, Robespierre, Corday o Marat— o episodios célebres como el Terror o la guerra de la Vendée continúan siendo vivos. Con todo, Francia se inquieta por la erosión de los valores nacionales ligados a la Revolución Francesa y cultiva la nostalgia de una toma de la Bastilla o una noche del 4 de agosto que hubieran acabado bien.
Es tal la fuerza de ese imaginario que en Francia el año cero de los tiempos modernos siempre se identifica con 1789. Todos coinciden en ese punto, añoren la monarquía idealizada, consideren 1789 o 1793 el primer paso hacia el totalitarismo o, por el contario, estén convencidos de que 1789 sienta las bases de una nueva era para la humanidad, o simplemente saquen enseñanzas para hoy de los resurgimientos de los acontecimientos revolucionarios. Por no hablar de los historiadores, formados en las «estructuras» y rebosantes de métodos, que dan vueltas alrededor del período entre 1789 y 1799 como si fuera un Santo Grial reservado a los iniciados. El período revolucionario, más que otros episodios, está envuelto por una historiografía que hace temible aproximársele. Como una ciudad fortificada, compuesta por barrios eventualmente rivales, la historia de la Revolución Francesa reposa sobre una montaña de papeles y libros, emergiendo de las extensiones sin límites y sin fondo de los depósitos de archivos, sean las míticas series F o W de los archivos nacionales o bien los infinitos dédalos de las series L de los archivos de los distintos departamentos franceses. Dominándolo todo, vela el torreón inexpugnable de los discursos y las memorias, de las notas y las cartas, que recuerda que aún no se ha desvanecido el misterio de las palabras de Robespierre, Sieyès, Madame de Staël o Maistre, por citar a unos cuantos.
El presente libro se suma a las anteriores aproximaciones a ese período que he llevado a cabo durante más de treinta años, privilegiando el relato de los acontecimientos. Adoptar este procedimiento no significa ceder a la fatalidad ni la facilidad, sino recurrir a un método que solo toma en consideración las ideas encarnadas en los individuos y los grupos que luchan, aman, sufren y, sobre todo, dejan detrás de sí las trazas irrecusables de sus actos. Por una parte, esta actitud no concede ninguna primacía al pensamiento político, que demasiado a menudo se cree que puede dividir el mundo hasta el punto de resumir la complejidad de las acciones colectivas en debates filosóficos desencarnados, en ocasiones mortíferos. Por otra parte, esta actitud no reconoce la autoridad de las categorías y las escansiones justificadas por las costumbres historiográficas, incluso cuando los archivos niegan a menudo su realidad. En este caso, no se trata de saber lo que se debe a tal o cual corriente de pensamiento, sino de comprender cómo se llegó a la política por la lucha, qué hizo que a un pueblo que no tenía ninguna noción política se le ocurrieran ideas complicadas, mezclando la gran política con la política del pueblo, los análisis racionales con las profecías, y los heroísmos con las peores maldades. Las querellas interpretativas que han marcado los últimos treinta o cuarenta años no han logrado llegar a un consenso. Es preciso, pues, regresar al estudio erudito de los hechos, tal y como se vivieron, se percibieron y se transmitieron, a fin de comprender el hilo de los acontecimientos en la magnitud de lo que sucedió. El relato sigue los pasos de los actores, se vuelca tanto en sus vacilaciones como en sus arrebatos, da cuenta de sus alianzas y sus itinerarios. Impone lentitud, al interesarse por las contracorrientes y aceptar las incertidumbres ligadas a las lagunas documentales y sobre todo a los misterios insondables de las decisiones individuales.
Este método se ha aplicado en varias ocasiones. En el caso de la guerra de la Vendée, ha permitido restablecer las cadenas lógicas que transformaron por azar una victoriosa emoción rural en enemigo público y que provocaron la que se considera, incontestablemente, la peor devastación militar cometida en Francia. El estudio de la evolución cronológica del uso de la palabra «contrarrevolución» ha demostrado que las estigmatizaciones políticas afectaron a todos los grupos en un momento u otro, creando una zona duradera de fluctuación alrededor de los verdaderos vencidos del enfrentamiento entre los extremos, ese centro del todo inencontrable en Francia que va de los monárquicos a los girondinos. La atención prestada a la violencia política en el respeto de las temporalidades ha recusado la imputación del Terror de Estado a la Revolución Francesa, e incluso precisamente al período entre 1792 y 1794. Ha demostrado en qué medida los juegos de poder autorizaron numerosas exacciones sin conferirles la institucionalización que esperaban sus actores. Por último, al estudiar las relaciones «de género» entre las mujeres y los hombres durante la Revolución Francesa ha sido posible seguir los diferentes pasos que condujeron a la relegación de las mujeres fuera del espacio público, a la identificación de la virilidad con la ciudadanía, y de esta con la militarización de la sociedad. El presente libro, en ciertos aspectos, pone en una perspectiva global esas distintas tramas seguidas desde hace tantos años.
El relato, que respeta los azares sobrevenidos al hilo de las iniciativas y los conflictos, vuelve explícitas las mutaciones y sus consecuencias imprevistas, al mismo tiempo que restituye las modalidades según las cuales se transforman las opiniones y las relaciones entre grupos sociales e instituciones. Quedan por precisar los límites en los que se inscribe el presente trabajo. Aunque nada se escape a la complejidad del relato, que abarca la profusión de acciones en la multiplicidad de ámbitos, no pretende escudriñar las entrañas y el corazón de la gente. Su objetivo es la descripción de los mecanismos en marcha y la enumeración de los engranajes encajados, sin tratar de desvelar las intenciones profundas de quienquiera que sea, o los propósitos generales de un grupo o una nación, y menos aún de la humanidad. La posición adoptada aquí recusa cualquier «enigma de la institución de lo social» (C. Lefort), así como cualquier misterio ligado a la «máquina de hacer dioses» (S. Moscovici). Por el contrario, considera que el proceder del historiador, que acepta racionalmente dar cuenta de la irracionalidad de los seres y las cosas, está especialmente adaptado a las insurrecciones y las bifurcaciones, que es capaz de decir simplemente, sin ninguna búsqueda de sacralidad, lo que sucedió.