En la actualidad el crecimiento de las grandes ciudades es imparable; se extienden sobre la superficie del planeta como el liquen sobre una roca, y por la noche pueden incluso verse desde el espacio, como refulgentes constelaciones de luz. ¿Son el futuro? ¿Terminarán extinguidas, carbonizadas en una conflagración de descontento social y revueltas, corrupción, crimen y plagas, revelándose en última instancia como estructuras insostenibles, destinadas desde un principio a la autodestrucción? Puede que estemos viviendo en la cúspide del mayor desastre humanitario que haya asolado al mundo. O tal vez no...
U NOS JUNTO A OTROSCOMPARTIR LA EXPERIENCIA
Para el Buda y sus discípulos la práctica de la atención plena era un modo de vida, además es una técnica que sigue empleándose hoy en día. Al principio puede que nos resulte raro asociar esta práctica tan pacífica con el ruido y el ajetreo de la vida urbana, pero es ahí precisamente donde más útil resulta.
E l Buda empezó a enseñar atención plena hace dos mil quinientos años en el norte de la India, donde estaban creciendo deprisa muchas ciudades nuevas, fundadas sobre la industria metalúrgica, entonces en plena expansión, de la Edad del Hierro. Las enseñanzas del Buda estaban dirigidas a una nueva generación de individuos que habían surgido a partir de la vida urbana, personas que querían soltar el lastre de todo el boato de la religión organizada (rituales complejos dominados por la poderosa élite del sistema de castas) para encontrar su propio camino.
La práctica de la atención plena es una forma de vida, una forma de conocerse a uno mismo y al mundo. Se trata de hacer un balance de cómo son las cosas con regularidad, vivir de forma consciente, estar más atento a la vida y ser más realista. Más que un mero ejercicio consistente en tomarse el tiempo de «pararse y mirar», aunque esto sea un elemento importante, la atención plena o mindfulness conlleva tomarse un tiempo para meditar, apartando momentos del día para dedicarlos a tomar conciencia del propio cuerpo físico, de las emociones y de los pensamientos, con el fin de descubrir un equilibrio y una calma renovados. Partiendo de una definición clásica, diríamos que empieza por algo tan sencillo como concentrarse en la respiración, percibiendo cómo fluye el aire que nos da la vida al entrar y salir de nuestros pulmones. Para hacerlo necesitamos encontrar un lugar privado y cómodo donde podamos sentarnos, con la espalda recta, abriendo los hombros (sin forzar nada) y dejando que la respiración fluya de forma natural. Quienes vivamos en un pueblo grande o en una ciudad utilizaremos entonces esta técnica para ir más allá y explorar, a través de la meditación, el entorno urbano que tenemos a la puerta de casa. Miramos al exterior, a las calles, con imaginación, y a la gente con compasión y afecto, optimismo y esperanza sin dejar de ser realistas. Nos alegramos de estar aquí. Tomamos la decisión de asumir el mando de nuestra propia situación y de sacarle partido.
Vivir en un entorno urbano significará algo diferente para cada uno de nosotros. Los núcleos densos de población varían ampliamente en carácter y tamaño, abarcando desde la compacta ciudad de tamaño medio, que tradicionalmente ofrecía un mercado a los agricultores locales, a las vastas y extensas metrópolis del moderno mundo industrializado. Algunos pueblos grandes tienden hoy en día a llamarse ciudades, aunque estrictamente una ciudad es un pueblo grande al que se le ha dado el título de ciudad por ley, sobre todo cuando contiene una catedral. El arte de vivir en la ciudad ofrecerá algunas reflexiones sobre cómo disfrutar de los desafíos y de las oportunidades a las que nos enfrentamos cuando vivimos en estos atractivos lugares.
Adoro las ciudades
Durante treinta años viví en Londres hasta que hace relativamente poco tiempo me trasladé a Sussex, un condado de la costa sur de Inglaterra; y no lo hice porque me hubiera cansado de la ciudad, sino porque me casé, y mi mujer, Ros, tiene establecido allí su centro de operaciones por cuestiones laborales. Tres de mis hijos viven todavía en Londres, de forma que, entre ir a visitarlos a ellos y a mis amigos, y acudir a mis galerías de arte preferidas, tengo la sensación de que la ciudad sigue siendo mi casa. Vivir en Lewes, Sussex, que está a solo una hora del centro de la capital, me ha dado la oportunidad de reflexionar sobre todos los aspectos de los que he disfrutado al vivir una vida urbana, y de unirlo todo con las experiencias que he tenido al pasar temporadas en otras grandes ciudades del mundo: Nueva York y San Francisco, en los Estados Unidos; París y Praga, en Europa; Sídney y Perth, en Australia; Buenos Aires y Asunción, en Sudamérica... Todos estos lugares, y otros, han fortalecido mi convicción de que las ciudades pueden sacar lo mejor de las personas, y de que son lugares geniales en los que se puede, simplemente, existir y vivir bien.
La evolución de las ciudades
Desde el punto de vista del tiempo evolutivo, las ciudades llevan existiendo apenas un parpadeo. Son un desarrollo reciente en la historia de la humanidad (aparecieron por primera vez después de la última glaciación) y juegan un papel esencial en el surgimiento de la civilización. El auge de la agricultura, hace diez mil años, coincidió con el crecimiento de los asentamientos y lo favoreció; con los excedentes de comida procedentes de la agricultura se abrieron nuevas opciones y se desarrollaron nuevas maneras de intercambiar bienes, así como nuevas habilidades. Fue el principio de un proceso de liberación para la humanidad.