WALTER BLOCK (Nueva York, Estados Unidos, 1941) es un economista estadounidense de la Escuela Austríaca y un importante teórico del anarcocapitalismo. Es considerado en la actualidad uno de los más destacados representantes del libertarismo de línea austríaca.
Ha escrito numerosos artículos e importantes libros en defensa del libre mercado y la libertad individual. Es miembro distinguido del Ludwig von Mises Institute con sede en Estados Unidos y del Mises Institute de Canadá, en los cuales realiza conferencias y seminarios. Es además catedrático de economía de la Universidad Loyola Nueva Orleans.
COMENTARIO
Adentrarme en Defendiendo lo indefendible me hizo sentir como si me sometiera de nuevo a la terapia de choque con la cual el difunto Ludwig von Mises, hace más de cincuenta años, me hizo un ferviente partidario del mercado libre. Incluso ahora me muestro incrédulo en algunas ocasiones y pienso «Walter está llegando demasiado lejos», pero al final caigo en la cuenta de que tiene razón. Algunos lo encontrarán una medicina un tanto fuerte, pero les hará bien, pese a su sabor amargo. Un verdadero entendimiento de la economía exige el desengaño de muchos profundos prejuicios e ilusiones. Las falacias de la gente, en lo que concierne a la economía, suelen expresarse en forma de prejuicios infundados contra otros oficios, y, al mostrar la falsedad de esos estereotipos, Walter está haciendo un gran servicio, pese a que no vaya a aumentar su popularidad entre la mayoría.
F. A. von Hayek (1899-1992)
Instituto de Economía
Universidad de Salzburgo
Este libro está dedicado a quienes me han instruido en economía política y cuya pasión por la justicia me ha servido de inspiración:
Nathaniel Branden
Walter E. Grinder
Henry Hazlitt
Benjamin Klein
Ayn Rand
Jerry Woloz
Y, en especial, a Murray N. Rothbard
Título original: Defending the Undefendable
Walter Block, 1976
Traducción: Diego González Calles
Editor digital: Titivillus
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INTRODUCCIÓN
Los individuos analizados en este libro son generalmente considerados malas personas, y las funciones que desempeñan, perniciosas. A veces la sociedad misma se condena, al engendrar tan censurables personajes. Sin embargo, la idea central de este libro es centrarse en los siguientes conceptos:
- no son culpables de conducta violenta;
- en la práctica totalidad de los casos benefician a la sociedad;
- si prohibimos sus actividades, redunda en nuestro perjuicio.
La fuerza conductora de este libro es el libertarismo. La premisa básica de esta filosofía es que la agresión frente a no agresores es ilegítima. Por agresión no se entiende pasividad, facilidad para la discusión, competitividad, desprecio, conducta pendenciera, o antagonismo. Por agresión se entiende el uso del tipo de violencia empleada en actos como el asesinato, la violación, el atraco o el secuestro. El libertarismo no implica una conducta pacífica: no condena el uso de la violencia en defensa propia o incluso como represalia contra la violencia. La filosofía libertaria condena únicamente la violencia no provocada, es decir, el uso de la violencia contra una persona no violenta o su propiedad.
Este punto de vista no tiene nada de indecente ni de polémico. La mayoría de la gente estaría totalmente de acuerdo. De hecho, esta forma de sentir es parte de nuestra civilización occidental, y está consagrada en la ley judicial, la Constitución, y la ley natural.
Lo que hace único al libertarismo no es este principio básico en sí, sino la insistencia, que a veces llega a ser maníaca, con la que dicho principio es aplicado. Por ejemplo, la mayoría de la gente no ve una contradicción entre este principio y nuestro sistema de impuestos. Los libertarios sí. El sistema de impuestos es contrario al principio básico que acabamos de exponer, porque implica una agresión contra los ciudadanos no agresivos que se niegan a pagar. No cambia lo más mínimo el hecho de que el gobierno ofrezca bienes y servicios a cambio del dinero recaudado. Lo importante es que este supuesto «intercambio» (impuestos por servicios) es coaccionado. El individuo no tiene la libertad de rechazar la oferta. Tampoco cambia nada el hecho de que la mayoría de los ciudadanos apoyen este sistema de pago por coacción. Tal agresión no justificada, pese a ser apoyada por la mayoría, es ilegítima. El libertarismo condena este tipo de agresión en esta área, al igual que lo condena allí donde ocurra.
Otra de las diferencias entre la mentalidad libertaria y la del resto de la sociedad es la otra cara de la moneda de la apreciación de que la violencia no provocada es mala. Los libertarios sostenemos que, en lo concerniente a la teoría política, ningún acto que no implique violencia injustificada es malo, y, en lo concerniente a la teoría política, ningún acto que no implique violencia injustificada es un mal condenable, y por ello no debería estar fuera de la ley. Y esta es la base de la primera parte de mi argumentación: los supuestos «malhechores», no lo son en este sentido, dado que no realizan acto alguno de violencia no provocada contra no agresores.
Una vez aclarado que ningún miembro de esta galería de supuestos tunantes es culpable de infracción coactiva, no es difícil llegar a la segunda premisa: la práctica totalidad de la gente de la que tratamos en este libro beneficia al resto de la sociedad. Los individuos que estamos analizando no son agresores. No fuerzan a nadie a hacer lo que no quiera. Si los otros miembros de la sociedad tratan con ellos, es de forma voluntaria. Y estos actos voluntarios se derivan del supuesto de que se va a obtener algún beneficio. Si la gente realiza intercambios con estos «malhechores» de forma voluntaria, es porque van a obtener algo a cambio. Los «malhechores» deben proporcionar un beneficio.
La tercera premisa se deriva inevitablemente de la segunda: dado que el intercambio voluntario (la única vía de interacción abierta para aquellos que, al igual que los cabezas de turco, evitan el uso de la violencia) debe beneficiar a ambas partes, de ahí se deduce que la prohibición del intercambio voluntario resulta en perjuicio de ambas partes. De hecho, iría aún más allá: estoy convencido de que la prohibición de las actividades de esta gente no solo resulta en perjuicio de las partes implicadas, sino que también puede perjudicar seriamente a terceros. Un flagrante ejemplo es el traficante de heroína: la prohibición de este tráfico no solo perjudica al traficante y al cliente, sino que también es la causa de gran parte de los crímenes perpetrados en la sociedad actual, de la corrupción policial, y, en muchos aspectos, de irregularidades en la ley y el orden.
La principal cuestión que quiero dejar clara en esta introducción —y que es el fundamento de mis opiniones— es que hay una diferencia crucial entre una agresión no provocada y todos aquellos otros actos que, aunque puedan resultarnos desagradables, no implican dicha agresión. Es solo la violencia agresiva la que implica una violación de los derechos humanos. Evitar el uso de la violencia agresiva debe considerarse una ley fundamental de la sociedad. La gente de la que hablo en este libro, pese a ser vilipendiados por los medios de comunicación, y condenados por casi todo el mundo, no violan los derechos de nadie, así que no se deberían poder emprender acciones judiciales contra ellos. Considero que son cabezas de turco —están a la vista, y se les puede atacar, pero deben ser defendidos, si queremos que la justicia prevalezca.