ÍNDICE
Algunas sugerencias para gestionar la ira
negativo está bloqueando el funcionamiento normal de la mente
A los que lo intentan, lo intentan otra vez y vuelven a intentarlo
A los testarudos de la supervivencia
Convierte tu muro en un peldaño.
R AINER M ARIA R ILKE
El hombre que se levanta es aún más fuerte que el que no ha caído.
V IKTOR F RANKL
En las adversidades sale a la luz la virtud.
A RISTÓTELES
La vida quiere vivir a toda costa, y por eso a veces podemos encontrarnos con una flor que asoma de una grieta en una ladera agreste y empedrada de una montaña. ¿Cómo llegó allí?
Todo ser persevera en llevar adelante su potencial; como decía el filósofo Baruch Spinoza, se aferra a la propia existencia y desea autoconservarse. Esa es la insistencia, la pauta inquebrantable que guiará nuestro paso por el mundo.
El filósofo y orador romano Cicerón se refería a esta tendencia de autoafirmarse en la vida como «apetito del alma», y lo explicaba así: «Todo animal se ama a sí mismo y, tan pronto como nace, procura conservarse, porque la primera inclinación que le da la naturaleza para proteger su existencia es la tendencia a preservarse y a ponerse en las mejores condiciones posibles conforme a la naturaleza».
Que la existencia humana sea frágil es evidente, pero también es cierto que es testaruda y una gran combatiente. ¿Alguna vez te has puesto a pensar en que desde que naciste tu organismo está en una lucha constante tratando de adaptarse? Hasta la última célula de tu ser trabaja mancomunadamente con las demás para mantener el orden que necesitas y defenderte de cualquier invasor. ¡Cuántas batallas habrán tenido lugar en tu interior de las que saliste victorioso y ni cuenta te diste!
Alguien que era «experto» en el tema de los ángeles, estando en una reunión bastante esotérica, me dijo una vez: «Aunque no lo creas, tú también tienes un ángel de la guarda que siempre va contigo y te cuida. ¡Y tiene nombre!». Se me quedó mirando, al igual que las otras personas. Yo le respondí que, en efecto, sabía cómo se llamaba. El silencio se hizo más profundo y algunos se tomaron de las manos para esperar la buena nueva: «¿Cuál es?», «¿cómo se llama?». Me incorporé y lo dije sin dudar: «Sistema inmunológico». La verdad, no sonó muy trascendental o mágico. Las sonrisas se convirtieron en una mueca. Nunca más me invitaron.
Obviamente, si no estamos despiertos y atentos a conservar y desarrollar nuestro potencial humano, podremos sobrevivir como lo haría una bacteria o durar como lo haría una piedra, pero nada más.
¿Tu tarea? Tomar las riendas y ayudar a tus defensas biológicas, colaborar desde la conciencia a una supervivencia plena y saludable. Toma el mando y gobiérnate a ti mismo en cada acto de resistencia y oposición.
Hasta hace poco andábamos como autómatas, hiperactivos y desbocados, tratando de robarle tiempo al tiempo. No siempre teníamos claridad sobre quiénes éramos y para dónde íbamos. Estábamos metidos en un amasijo histérico de exigencias, reglas y mandatos sociales que intentaba uniformarnos y debilitar la propia individualidad; todo nos parecía normal.
Cuando ocurre algo tan inesperado, se activa una emoción básica: la sorpresa. Su función adaptativa es dejar la mente en blanco, suspender o bloquear el sistema de procesamiento de la información previo, para que todos nuestros recursos se centren en la novedad, tratemos de descifrarla y saber qué haremos con ella, si es benéfica o dañina, útil o inútil.
Prácticamente de un día para el otro, como una distopía o una especie de apocalipsis, todo se lentifica y se aquieta, menos nuestra mente que sigue trabajando, incansable. Y entonces llega un sentimiento de extrañeza. La mayoría de mis pacientes me dice que les parece estar viviendo un sueño o una pesadilla. Y mientras tratamos de acoplarnos a los altibajos que surgen por querer controlar el coronavirus, nuestro cuerpo se declara en alerta roja: incertidumbre, ansiedad, tristeza, ira, desinformación, miedo a enfermarnos o a morir, y así, todo mezclado y revuelto. Una frenada en seco que nos obligó, así sea de mala gana, a mirarnos a nosotros mismos y a los que amábamos con otros ojos.
Cuando estás frente a situaciones que consideras amenazantes y evalúas que no tienes los recursos para enfrentarlas, sobreviene una tensión física y emocional que te descompensa. Se produce una cascada de neurotransmisores y hormonas que te preparan para que huyas o luches. Cuidado: hay que hacer lo uno o lo otro. Si se mantiene ese desequilibrio en el tiempo y la persona no es capaz de recuperar la homeostasis —la autorregulación de su organismo—, el desequilibrio se convierte en un trastorno de estrés crónico.
En momentos así debes despertarte del letargo, ya sea para combatir contra la adversidad o para deponer las armas, si crees que esa batalla no es tuya o no te interesa. Uno de los secretos fundamentales de la sabiduría (que nunca pasa de moda) es saber discernir cuándo hay que pelear (porque se justifica por alguna razón) y cuándo no (porque no vale la pena).
Ahora bien, el término adversidad se ha utilizado mucho en psicología y se relaciona en especial con sucesos o experiencias traumáticas, que son vividas por las personas intensamente y sobre todo perturbadoras. Adversidad significa: «Contrario de lo que nos conviene o deseamos», lo que se opone al bienestar físico, psicológico o moral y a cualquier cosa que consideremos esencial para una subsistencia digna. Sin embargo, vale la pena hacer una aclaración. Lo adverso muchas veces te enseña cosas que jamás hubieras aprendido encerrado en un búnker. Lo que se opone no necesariamente es destructivo, te hará pensar en cosas nuevas, te enseñará facetas tuyas que no conocías y te bajará los humos. Como verás a lo largo del libro, el sufrimiento enseña si lo sabes canalizar.
Winston Churchill decía: «El éxito es la capacidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo». La acepción griega de la palabra entusiasmo (una palabra muy bella que usamos poco) es: «Sentir la fuerza o la ira de dios en el pecho» ( en theós thimós ). Esto significa, sea cual sea el infortunio, que lo que te hace seguir sin darte por vencido es la pasión, la motivación intrínseca, el ir hacia la meta más que llegar a ella.