Igual que cuando caminas tienes cuidado de no pisar un clavo o de no torcerte un tobillo, también debes cuidar de que no dañes la parte que es dueña de ti, la razón que te conduce. Si en todas las acciones de nuestra vida observamos este precepto, obraremos rectamente.
Aunque podamos ser eruditos por el saber de otros, sólo podemos ser sabios por nuestra propia sabiduría.
El hombre obra de acuerdo con su propia naturaleza cuando entiende.
PRÓLOGO
Como en la mayoría de sus libros, en Pensar bien, sentirse bien, Walter Riso toma en consideración uno de los principales enemigos potenciales y reales del ser humano: el pensamiento. Sin duda la capacidad de pensar, de representarse el mundo a través de símbolos y de reflexionar acerca de nosotros mismos, ha sido el principal logro de la evolución humana. Pero, paradójicamente, esa cualidad, que es la mejor aliada del ser humano, por momentos puede convertirse en su peor enemiga y limitar sus posibilidades.
Hace muchos años, Mauricio González de la Garza, un columnista de un diario mexicano, titulaba así una de sus columnas: «No hay peor censura que la autocensura». Me impresionó demasiado aquel titular por su exactitud. Tenía razón: cuando la censura proviene desde lo íntimo de la persona, ésta se ubica muy próxima a la invalidez y a la incapacidad absoluta. Si la censura proviene de afuera, es posible que se la reconozca y se luche contra ella, pero si es intestina, es más difícil de reconocer, pues trae el sello de la «veracidad» inherente que le atribuimos a todo lo que pensamos sobre nosotros mismos.
Considero que Walter Riso ha sido un destacado psicólogo-escritor, que en su obra ha realizado un considerable aporte a la prevención del desajuste y del malestar que la irracionalidad de nuestro pensamiento puede causarnos, cuando esa irracionalidad obstruye el camino de la vida cotidiana en todos los campos donde aspiramos a la autorrealización, llámese relación de pareja, trabajo, creatividad o independencia. Esta contribución de Riso a la prevención del malestar psicológico alcanza un nivel superlativo en la presente obra, en la que no sólo hace una referencia exhaustiva a los aspectos particulares de la vida sobre los cuales se manifiesta el problema, sino además a la esencia misma de la irracionalidad del pensamiento.
«Pensar» es lo que más hacemos en la vida. Lo hacemos siempre en la vigilia y lo hacemos por momentos en el sueño. En esta última situación lo hacemos de una manera abiertamente distorsionada, pero sin consecuencias graves pues reconocemos con facilidad las alteraciones inducidas por el sueño y, por lo general, sólo les atribuimos un valor anecdótico. Pero las irregularidades del pensamiento durante la vigilia no son evidentes ni fáciles de reconocer. Es obvio que las creencias arraigadas son verdaderos motores que inspiran y mueven nuestra vida cotidiana. Su validez y veracidad no suele ser motivo de escrutinio o de duda, pero sus efectos sí pueden generar malestar y trastornos importantes. El pensamiento, visto de esta manera (como pensamiento irracional), es un enemigo que vive dentro de nosotros, invadiendo nuestra mente, sin que lo hayamos reconocido y sin que nos alertemos de su capacidad destructiva. Riso lo expresa así: «Una vez las creencias se organizan en la memoria las defendemos a muerte, no importa cuál sea su contenido. Quizás ésta sea la base de la irracionalidad humana».
Por ser la materia prima sobre la que está construida la vida mental, las creencias irracionales son difíciles de reconocer. Es mucho más sencillo señalar cualquier movimiento corporal y corregirlo cuando no se adapta al fin que pretendemos. Las creencias son intrínsecas al sistema, como la temperatura. Pero los estragos de la temperatura son fáciles de prevenir porque existen los termostatos físicos, como los que regulan el calentamiento del agua, que evitan que el calentador explote, o los termostatos biológicos, que regulan la temperatura del cuerpo y evitan que la fiebre o el frío nos consuman. Pero, ¿cuál es el termostato que regula la irracionalidad del pensamiento para conducirlo por cauces adaptativos y para prevenir sus daños? ¿Quién nos advierte si el procesamiento permanente que hacemos de la información externa e interna es correcto o distorsionado?
Solamente una especie de «duda metódica personal» puede cumplir esa función de termostato cognoscitivo. A mi juicio, Pensar bien, sentirse bien nos traza un método, un camino, que es esa especie de «duda metódica personal», como la cartesiana, que no pretende arrastrarnos por el camino del escepticismo sino por los derroteros de la racionalidad.
Las creencias que nos molestan difícilmente las desechamos o las trasformamos; tal vez porque ellas no tienen la capacidad de retroalimentación permanente (feedback), que sólo es posible alcanzar si conseguimos la metacognición: «Pensar sobre lo que pensamos». El feedback es básico para la adaptación y la evolución.
Esta nueva manera de pensar a la que nos conduce el libro de Riso, emanada de un análisis científico sobre el funcionamiento de la cognición humana, puede constituirse en un feedback que nos posibilite agregar algo de orden al caos que genera nuestra irracionalidad. Esta propuesta nos permite descubrir el autoengaño y cuándo y cómo hacemos uso de la economía cognoscitiva, intentando que la realidad se adecúe a nuestros pensamientos por irracionales que sean. Además, nos ayuda a reconocer el miedo a cambiar que siempre está presente y nos lleva a evitar negar los hechos del mundo real.
La lectura de este libro de Walter Riso, con seguridad, va a ayudarnos para que no nos pase lo del joven que fue capaz de conquistar a la chica más guapa de la clase, sólo para concluir después, por la acción distorsionada de sus creencias maladaptativas, que se trataba de una chica que tenía pésimo gusto por haberse fijado en él...
L UIS F LÓREZ -A LARCÓN
Doctor en Psicología Experimental
Profesor Asociado del Departamento de Psicología