lección 7.ª
La inmadurez sentimental del hombre de hoy, que no de la mujer
El mundo de los sentimientos
La vida consiste en un aprendizaje continuo. Una de las piedras angulares de la educación es tener conciencia de las propias limitaciones. La cultura abarca muchos campos que se abren en abanico en distintos terrenos. Vengo observando desde hace cierto tiempo un fenómeno que me llama poderosamente la atención: la falta de madurez afectiva en hombres jóvenes que van desde los veintitantos años largos en adelante y que no saben gestionar de forma sana el mundo de las emociones.
La educación sentimental es una pieza clave de la cultura. Difícilmente una persona podrá alcanzar un adecuado desarrollo psicológico si no sabe educar y enfocar de forma sana los sentimientos. Vivimos en una época de intensa incultura afectiva en el hombre (que no en la mujer) que se manifiesta de modos muy diversos: infidelidad de muchas parejas, consumo de sucedáneos sentimentaloides, amores ficticios, relaciones frágiles que se rompen y se recomponen y se vuelven a romper, rupturas traumáticas, amores eólicos y mucho desamor en nuestro entorno.
Los sentimientos son una base importante de nuestra existencia. Nuestra primera aproximación a la realidad es afectiva: «esto no me gusta», «aquello no me cae bien», «me dio mala impresión…» son frases que decimos en el lenguaje coloquial. Tengo que hacer la siguiente afirmación antes de seguir adelante: la mujer sabe mucho más de la afectividad que el hombre, conoce ese campo, lo cultiva y lo sabe expresar de forma más clara y eficaz. Esta característica tiene dos raíces: una biológica, ya que la mujer transmite la vida y la posibilidad del embarazo la marca; otra cultural, en Occidente casi toda la educación afectiva la ha realizado la mujer y en los últimos años esto está cambiando. El hombre está en otros temas (la actualidad política y/o económica, su trabajo profesional, la transmisión de los valores profesionales, lo deportivo y un largo etcétera). De tal manera que se ha ido produciendo en los últimos años una marcada socialización de la inmadurez sentimental del hombre que es casi un escándalo en la falda de este siglo XXI; hombres que solo quieren pasar el rato con una mujer, divertirse, pero que huyen ante cualquier cosa que huela a compromiso. El tema de la pornografía ha tenido una enorme importancia; esto le ha dado un giro copernicano, pues desde hace unos años el acceso al sexo fácil e inmediato es una realidad.
El mapa del mundo sentimental produce choques y enfrentamientos frecuentes. Unos son plácidos, otros producen temor e incertidumbre, otros gratifican con su presencia. No es una materia de corte matemático, sino que tiene profundas raíces psicológicas y presenta una amplia gradación de tonos y colores. El objetivo de la educación sentimental es lograr un buen equilibrio entre corazón y cabeza, entre lo afectivo y lo racional. En el siglo XVIII la Ilustración produjo la entronización de los instrumentos de la razón. En el siglo XIX el Romanticismo dio paso a la exaltación de las pasiones y de la emotividad. A lo largo del siglo XX el mundo racional y el afectivo han estado a la gresca y solo al final del mismo se han intentado aunar ambas constelaciones; es lo que Goleman llamó la inteligencia emocional, conjugar de forma armónica ambos ingredientes.
En la novela Climas, André Maurois describe a su protagonista, Phillipe de Marcenant, como un joven sensible, observador, que se enamora perdidamente de Odile, una jovencita de belleza etérea, desdibujada, huidiza y de psicología frágil. Phillipe idealiza en exceso a esa muchacha y cuando viene la realidad del día a día, bastante más prosaica, aparecen las desavenencias, los momentos malos, la falta de diálogo, los silencios prolongados, la lista de reproches… Es un claro ejemplo de analfabetismo afectivo. Para vivir en pareja y que eso funcione hay que tener una preparación psicológica adecuada y conocer cómo funciona la convivencia y sus principales reglas.
Las manifestaciones de esta incultura quiero clasificarlas en los siguientes apartados.
Síntomas de esa inmadurez afectiva
Voy a tratar de hacer un análisis descriptivo, señalando sus principales manifestaciones con el fin de espigar lo que es más esencial.
Miedo o pánico al compromiso. Muchos jóvenes de hoy salen, entran, se relacionan, pero cuando se les plantea que todo eso aterrice en un compromiso sólido reaccionan con miedo, ansiedad, gran desasosiego… O pánico o temor enorme a que eso no funcione y salen huyendo. Solo quien es libre es capaz de comprometerse. He hablado desde hace ya un cierto tiempo del Síndrome de SIMON: cuyas siglas corresponden a soltero, inmaduro en lo afectivo, materialista, obsesionado con el trabajo y narcisista. Estos son sus cinco síntomas. Debajo de ellos se esconde, se camufla, el pánico al compromiso: un miedo intenso a decirle a una mujer que sí, que quiere compartir con ella su vida. Hoy esto se ha popularizado y en el caso que expongo a continuación es bien patente.
Caso clínico: miedo/pánico al compromiso
Viene a la consulta un hombre de treinta y nueve años, soltero, que trabaja en una entidad bancaria. Es licenciado en Económicas. Y me cuenta: «Vengo porque estoy deprimido desde hace unos meses. Vivo solo en un apartamento, me emancipé de mis padres hace unos cinco años y trabajo en una entidad financiera fuera de España. Hace dos años volví a España y tengo un puesto que me gusta y al que dedico unas doce horas al día… Vengo porque he salido durante más de un año con una chica de treinta años a la que finalmente he dejado. Todo empezó poco a poco, la conocí en una boda y ella me llamó varias veces, tomó la iniciativa… A mí me gustaba mucho físicamente y me atraía su personalidad: abierta, comunicativa, muy simpática… Poco a poco las cosas iban bien».
Estamos ante una persona más bien introvertida, con pocas habilidades sociales, algo inseguro y con tendencia a darle muchas vueltas en la cabeza a todo. Y sigue su información: «Durante el año que hemos salido yo me sentía bien, pero el problema ha sido que ella me ha planteado que quiere casarse y que, si nuestra relación es buena, lo normal es que nos casemos… Y esto a mí me ha afectado mucho porque he sentido ansiedad, miedo, temores… He dormido mal, reconozco que no me lo esperaba y esto me ha dejado muy bajo de ánimo».
La entrevista con él me dice a las claras lo que he apuntado en este principio de capítulo: miedo al compromiso. Cuando hablo con él despacio y en profundidad me lo reconoce, pero, lógicamente, él lo llama de otra manera: «Yo estaba bien con ella, pero creo que no estoy preparado para casarme. A mí el matrimonio me produce mucho respeto porque una cosa es una buena amistad con una chica y otra casarme con ella. No lo he visto claro y esto ha provocado una reacción muy negativa en ella, me ha dicho cosas fuertes y duras y esto me ha hundido… Ahora me siento mal y necesito ayuda y que me orienten».
El miedo al compromiso afectivo se manifiesta con miedos que se deslizan hacia la ansiedad y en el caso que nos ocupa el correlato somático ha sido muy claro: «Tengo pellizco gástrico, dificultad respiratoria o sensación de falta de aire y estoy todo el día nervioso, como tenso y no me quito de la cabeza todo lo que ella me dijo… Eso me ha dejado roto».
Me dice: «Doctor Rojas, ¿qué me pasa a mí?, ¿cómo se llama lo que yo tengo? Yo siempre he sido una persona muy centrada en mi trabajo y mis cosas». Él tuvo otra relación afectiva a los treinta años, intermitente, porque «salimos durante un par de años pero lo dejamos muchas veces y lo volvimos a tomar. Ella tenía un carácter muy fuerte y mi madre me aconsejó que cortara. A raíz de esto me quedé muy escarmentado y le he cogido miedo a las mujeres… No sé como explicárselo».