Enrique Rojas Montes (Granada, 1949) es un médico español catedrático de psiquiatría de la Universidad de Extremadura en excedencia. Sus trabajos de investigación se centran en dos temas: las depresiones y la ansiedad. Sus ensayos han abordado la sexualidad, las crisis conyugales y la voluntad.
Rojas es autor de varios libros de autoayuda, ensayo, artículos periodísticos y otros textos.
Una constante en su pensamiento es la búsqueda de la felicidad. Desde su punto de vista, una vida lograda exige afrontar adecuadamente algunos de los siguientes problemas que afectan a la sociedad actual: el hedonismo, la permisividad, el nihilismo, la promiscuidad sexual y el relativismo. Esta lucha se expone de forma clara en sus ensayos como El hombre light, Remedios para el desamor, Los lenguajes del deseo y otros. Entre sus recientes trabajos, Adiós, depresión, aborda en un tono divulgativo el tema de los trastornos depresivos.
TENER ILUSIONES
El término «ilusión» se utiliza en Psiquiatría para hacer referencia a uno de los trastornos de la percepción. Cabe distinguir dos modalidades: la ilusión y la alucinación. Su definición clínica es ésta: falsas percepciones de la realidad producidas por un estímulo concreto. Son deformaciones de la captación de aquello que entra por los sentidos. La persona altera la cualidad del objeto percibido y el resultado es el engaño. Todas las ilusiones implican un juicio inexacto de lo que percibimos, pero a partir de unos estímulos reales.
Entre los distintos tipos de ilusión podemos señalar:
- Ilusiones por inatención: son muy frecuentes. Se producen, por ejemplo, cuando uno está leyendo un libro y hay alguna errata en el texto que subsanamos por el interés de su contenido.
- Ilusiones afectivas: se llaman también catatímicas. Tienen lugar cuando uno está bajo los efectos de un estado emocional especial, que modifica la calidad de lo percibido. Por ejemplo, si vamos de noche por un lugar poco iluminado, podemos confundir una figura humana con la sombra de un árbol.
- Ilusiones determinadas por la fantasía: también llamadas paraidólicas, suelen ser habituales. Uno está, por ejemplo, tomando el sol en la playa, muy relajado, y al mirar las nubes durante bastante rato llega a percibir la cara de una persona, un caballo, una escena de guerra…
Yo quiero referirme aquí a otro sentido de la palabra «ilusión», que es el que recoge el lenguaje de la calle y que significa que uno tiene afanes, esperanzas, retos por alcanzar. Se trata de un estado de ánimo entusiasta y optimista que se proyecta hacia el futuro. El hombre vive siempre hacia delante, en la confianza y el deseo de que el objetivo trazado llegará a cumplirse algún día. La ilusión empuja, arrastra, tira, fascina por su contenido y pone en marcha la motivación. Es como sentirse hipnotizado ante aquello que queremos conseguir.
La historia de la palabra «ilusión», presente en todas las lenguas románicas, tiene un fondo kafkiano. Procede del latín ludere y éste de ludus, que quiere decir juego. Iludere significa divertirse, hacer bromas, tener ocurrencias, salidas de tono irónicas. Hay en todas estas expresiones una intención entre jocosa y de engaño. El Diccionario de autoridades del siglo XVIII relaciona otras tres voces: iluso («el que se deja engañar»), ilusor («el que falsea») e ilusorio («el contenido de aquello que engaña»).
A lo largo de varios siglos este término tuvo mala prensa. De él se derivaron expresiones como «hacerse ilusiones», «de ilusión también se vive» y otras similares, cuyo acento era muy negativo, en tanto que alude a lo que no se apoya en la realidad: el ensueño, la utopía, la quimera, la fantasía o el mito. La primera noción positiva de este concepto la encontramos en el Diccionario de uso del español de María Moliner (1967), en el que se recoge su sentido de esperanza en alcanzar algo especial. Y no es hasta 1982 cuando el Diccionario de la lengua española de la Real Academia hace constar la siguiente acepción: «Esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo. Viva complacencia en una persona, cosa, tarea, etc».
Julián Marías le ha dedicado un excelente ensayo a este tema: Breve tratado de la ilusión, en el que la sitúa como el ingrediente que mueve toda vocación y el carácter proyectivo de la trayectoria personal. Vamos a ver cuáles son los principales componentes que pueden alojarse en esa especie de flecha que se dispara hacia adelante y busca el blanco donde clavarse.
La vida está tejida y enhebrada de hilos sedosos que dejan rastro de las preferencias que hemos tenido. Tener ilusión es estar vivo y coleando, programar objetivos, soñar con sacar lo mejor de uno, crecerse ante las dificultades y llegar a esa cima que de joven uno se planteó.
Es preciso humanizar la sociedad de nuestros días. Ante tantos avances de la ciencia y la técnica, no debemos permitir que lo humano pierda fuerza y quede como un reducto estelar para momentos especiales. Si eso fuera así, habría que arrojarse en brazos de la moral del naufragio: sálvese quien pueda.
La ilusión constituye la dimensión esencial del porvenir. No su contenido, pero sí su envoltura. Con ella podemos sostenerle la mirada a la vida, abrir los ojos y soñar, pero sabiendo que hay que pelear a fondo para que esos sueños se hagan realidad. Ante la vorágine de los tiempos que nos ha tocado vivir, es menester ir tejiendo ilusiones que se sitúen en nuestro horizonte como imanes que nos atraen hacia un campo magnético. «El día de mañana, cuando yo sea mayor…», decimos con frase acertada y llena de futuro.
Las estampas ciudadanas de hoy tienen un perfil vertiginoso. Todo va demasiado deprisa. La primera ilusión que propongo, pues, es trabajar sin prisa, con el alma, dando lo mejor que uno posee. Gozar con la tarea que se tiene entre manos, amando el trabajo bien hecho. De esta manera, uno se va haciendo dueño de su propia trayectoria a pesar de los mil avatares y circunstancias que la van bombardeando. Los argumentos de la vida personal cobran así un inusitado entusiasmo.
Cuando uno repasa su vida más reciente, los últimos meses, las imágenes retrospectivas resaltan de forma precisa lo sustancial y marginan la hojarasca. Hay que saber vivir sacándole el máximo jugo a la vida. En eso estriba la felicidad. Felicidad e ilusión forman un binomio inseparable. Inyectar ilusión en el proyecto de uno es revitalizarlo, darle enegía, pulirlo, adecentarlo, vacunarlo contra ese enemigo que es la monotonía y el desgaste de todo lo que tocamos. Así se van desgranando los esfuerzos por alcanzar lo mejor. Y cualquier naufragio resulta positivo, enseña una lección concreta de la que cabe aprender algo.
Aunque nos cueste reconocerlo cuando nos llega y nos paraliza con su zarpa, el sufrimiento es necesario para la maduración de la personalidad. Es casi su mejor cabalgadura. Este friso de vivencias aleccionadoras nos descubre facetas, ángulos, vertientes y laderas por donde se cuela la vida misma, y nos ofrece una nueva visión de la jugada. La reacción suele ser de inmediato vesánica; luego los hechos se reposan y se visten de otros atavíos. El tiempo, que corre a nuestro favor, nos irá mostrando el significado de los derroteros escogidos por las circunstancias. Porque toda biografía es continua y discontinua, lineal y ondulante, transparente y opaca, lúcida y tenebrosa. La historia de cada ser humano es desigual, por eso, para comprenderla en su totalidad, hay que buscar la unidad de los acontecimientos.
Ilusión es despertar cada mañana con ansias renovadas y superar las adversidades. Ilusión es encontrar el viento de la mañana fresco y de cara, ver con nuevos ojos las mismas cosas y a las personas que nos rodean, trepar por enredaderas que ascienden buscando las cumbres en donde la adversidad se disuelve, igual que lo hacen las nieves en los riscos de las peñas escarpadas.