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Richard Phillips Feynman - Qué significa todo eso

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Richard Phillips Feynman Qué significa todo eso

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Richard Feynman, que obtuvo el premio Nobel por sus trabajos sobre electrodinámica cuántica, no debe su fama tan sólo a sus aportaciones científicas, con ser éstas muy importantes, sino a su calidad humana y a sus actitudes iconoclastas ante la sociedad y ante la vida, que le convirtieron en una figura legendaria, que sigue inspirando hoy a investigadores y a estudiantes.

Los dos aspectos de su personalidad, como científico y como ciudadano, confluyen en estas reflexiones sobre la relación de la ciencia con la política o la religión, que sorprendieron a quienes no sabían que estuviese interesado por el significado de «todo eso». En este libro extraordinario se publican por primera vez las famosas conferencias que dio en la Universidad de Washington, en las que habló de certeza e incertidumbre en ciencia, del conflicto entre ciencia y religión, de las causas de la desconfianza general hacia los políticos, o de las creencias irracionales que han invadido esta era «acientífica», desde la fascinación por los ovnis hasta la fe en las curaciones milagrosas, pasando por la astrología y la telepatía, sin olvidar los constantes insultos a la inteligencia humana que se hacen cotidianamente a través de la publicidad.

Feynman puede hablarnos de «todo eso» porque, como nos dice, «el hecho de que sea un científico no quiere decir que no tenga contacto con seres humanos comunes y corrientes. Me gusta ir a Las Vegas y hablar con las bailarinas y con los jugadores. He dado muchas vueltas en mi vida, de modo que sé mucho sobre gente común». Este libro es, como dice su editor norteamericano, «oro puro, pura poesía, puro Feynman».

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Nota editorial

Nuestro agradecimiento a Carl Feynman y a Michelle Feynman, quienes han hecho posible este libro

E s un gran honor para nosotros compartir estas brillantes e iluminadoras conferencias, publicadas aquí por primera vez.

En abril de 1963, Richard P. Feynman fue invitado a impartir una serie de tres conferencias nocturnas en la Universidad de Washington como parte de las John Danz Lecture Series. Aquí está Feynman el hombre manifestando, como sólo él podría, sus reflexiones sobre la sociedad, sobre el conflicto entre ciencia y religión, sobre la paz y la guerra, sobre nuestra fascinación universal por los platillos volantes, sobre la curación por la fe y la telepatía, sobre la desconfianza de la gente hacia los políticos; en realidad, sobre todo lo que interesa al científico-ciudadano moderno.

Puro oro, pura poesía, puro Feynman.


La incertidumbre de la ciencia

La incertidumbre de los valores

Esta era acientífica

Q uiero abordar directamente el tema del impacto de la ciencia sobre las ideas del hombre en otros campos, un tema que el señor John Danz quería que fuese discutido en particular. En la primera de estas conferencias hablaré de la naturaleza de la ciencia y particularmente pondré el acento en la existencia de dudas e incertidumbres. En la segunda conferencia discutiré el impacto de las ideas científicas sobre las cuestiones políticas, en especial la cuestión de los enemigos nacionales, y sobre las cuestiones religiosas. Y en la tercera conferencia describiré cómo me ve la sociedad —podría decir cómo ve la sociedad a un científico, pero aquí se trata solamente de cómo me ve a mí— y los problemas sociales que podrían causar los descubrimientos científicos futuros.

¿Qué sé yo de religión y de política? Algunos de mis amigos en los departamentos de física de éste y otros lugares sonrieron y me dijeron: «Me gustaría ir y oír lo que tienes que decir. Nunca supe que estuvieses muy interesado en esas cosas». Lo que querían decir, por supuesto, no es que no estuviera interesado, sino que no me atrevería a hablar de ellas.

Al hablar del impacto de las ideas en un campo sobre las ideas en otro, uno siempre corre el riesgo de hacer el ridículo. En estos días de especialización existen muy pocas personas que tengan una comprensión tan profunda de dos áreas de nuestro conocimiento como para no hacer el ridículo en una u otra.

Las ideas que quiero describir son ideas viejas. No hay prácticamente nada que yo vaya a decir esta noche que no hubieran podido decir fácilmente los filósofos del siglo XVII. ¿Por qué repetir todo esto? Porque todos los días nacen nuevas generaciones. Porque durante la historia del hombre se han desarrollado grandes ideas, y estas ideas no perduran a menos que se transmitan deliberada y claramente de una generación a la siguiente.

Muchas viejas ideas han llegado a ser un saber tan establecido que no es necesario hablar de ellas o explicarlas de nuevo. Pero las ideas relativas a los problemas del desarrollo de la ciencia, hasta donde puedo ver mirando a mi alrededor, no son del tipo de ideas que todo el mundo aprecia. Es cierto que un gran número de personas las aprecian. Especialmente en una universidad la mayoría de las personas las aprecian, y quizá me esté dirigiendo a una audiencia equivocada.

En esta difícil empresa de hablar del impacto de las ideas en un campo sobre las ideas en otro, empezaré por el extremo que yo conozco. Yo conozco algo sobre la ciencia. Conozco sus ideas y sus métodos, sus actitudes respecto al conocimiento, las fuentes de su progreso, su disciplina mental. Y por ello, en esta primera conferencia, hablaré de la ciencia que conozco, y dejaré mis afirmaciones más ridículas para las dos siguientes conferencias en las que, supongo, siguiendo la ley general, la audiencia será menor.

¿Qué es la ciencia? La palabra se utiliza normalmente para entender una de estas tres cosas, o una mezcla de ellas. No creo que tengamos que ser precisos: no siempre es una buena idea ser demasiado preciso. Ciencia significa, algunas veces, un método especial de descubrir cosas. Otras veces significa el cuerpo de conocimientos que surge de las cosas descubiertas. También puede significar las nuevas cosas que se pueden hacer cuando se ha descubierto algo, o la producción real de nuevas cosas. Este último campo se denomina normalmente tecnología; pero si ustedes miran en la sección científica de la revista Time encontrarán que dedica alrededor de un cincuenta por ciento del espacio a las nuevas cosas que se descubren y alrededor de un cincuenta por ciento a las nuevas cosas que pueden hacerse y se están haciendo. Y por eso, en la definición popular de ciencia entra también la tecnología.

Quiero discutir estos tres aspectos de la ciencia en orden inverso. Empezaré con las cosas nuevas que se pueden hacer: es decir, con la tecnología. La característica más obvia de la ciencia es su aplicación, el hecho de que, como consecuencia de la ciencia, uno tiene poder para hacer cosas. Y el efecto que este poder ha tenido apenas necesita ser mencionado. Toda la Revolución industrial hubiera sido casi imposible sin el desarrollo de la ciencia. Las posibilidades actuales de producir alimentos en cantidad suficiente para una población tan grande, de controlar la enfermedad —el hecho mismo de que pueda haber hombres libres sin que sea necesaria la esclavitud para una producción plena— son muy probablemente el resultado del desarrollo de los medios de producción científicos.

Ahora bien, este poder para hacer cosas no incluye instrucciones sobre cómo utilizarlo, si utilizarlo para bien o para mal. El producto de este poder es el bien o el mal, dependiendo de cómo se utilice. Queremos mejorar la producción, pero tenemos problemas con la automatización. Nos sentimos satisfechos con el desarrollo de la medicina, pero luego nos preocupamos por el número de nacimientos y del hecho de que ya nadie muera de las enfermedades que hemos eliminado. O en el extremo opuesto, y con el mismo conocimiento de las bacterias, hemos ocultado laboratorios en los que hay hombres trabajando denodadamente para desarrollar enfermedades para las que nadie más sea capaz de encontrar una cura. Nos sentimos satisfechos con el desarrollo del transporte aéreo y nos impresionan los grandes aviones, pero también somos conscientes de los graves horrores de la guerra aérea. Nos complace la capacidad para la comunicación entre países, pero luego nos preocupamos por el hecho de que podamos ser espiados tan fácilmente. Nos sentimos excitados por el hecho de que podamos explorar ahora el espacio; bien, indudablemente también allí tendremos dificultades. La más notoria de todas estas contradicciones es el desarrollo de la energía nuclear y sus problemas obvios.

¿Tiene algún valor la ciencia?

Pienso que el poder de hacer algo tiene algún valor. El que el resultado sea una cosa buena o una cosa mala depende de cómo se utilice, pero el poder tiene un valor.

En cierta ocasión en Hawai me llevaron a ver un templo budista. En el templo un hombre dijo: «Voy a decirles algo que nunca olvidarán». Y continuó: «A cada hombre se le da la llave de las puertas del cielo. Esa misma llave abre las puertas del infierno».

Y eso es lo que sucede con la ciencia. En cierto modo es una llave para las puertas del cielo, y la misma llave abre las puertas del infierno, y no tenemos ninguna instrucción que nos diga qué puerta es la buena. ¿Arrojaremos la llave y nos privaremos para siempre de poder abrir las puertas del cielo? ¿O lucharemos con el problema de cuál es la mejor forma de utilizar la llave? Esta es, por supuesto, una pregunta muy seria, pero pienso que no podemos negar el valor de la llave de las puertas del cielo.

Todos los problemas importantes de las relaciones entre ciencia y sociedad son de este mismo tipo. Cuando se le dice al científico que debe ser más responsable de sus efectos en la sociedad, a lo que se está aludiendo es a las aplicaciones de la ciencia. Si uno trabaja para desarrollar la energía nuclear, también deberá darse cuenta de que ésta puede ser utilizada de forma dañina. Por consiguiente, cabría esperar que, en una discusión de este tipo por parte de un científico, este fuera el tema más importante. Pero yo no voy a hablar más sobre esto. Pienso que decir que estos son problemas científicos es una exageración. Son más bien problemas sociales. El hecho de que esté claro cómo manejar el poder, pero no cómo controlarlo, no es algo muy científico ni es algo sobre lo que los científicos sepan mucho.

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