RICHARD PHILLIPS FEYNMAN (Nueva York, Estados Unidos, 11 de mayo de 1918 - Los Ángeles, California, Estados Unidos, 15 de febrero de 1988). Físico teórico estadounidense. Revisó todo el panorama de la electrodinámica cuántica, y revolucionó el modo en que la ciencia entendía la naturaleza de las ondas y las partículas elementales. En 1965 compartió el Premio Nobel de Física con el estadounidense Julian S. Schwinger y el japonés Tomonaga Shinichiro, científicos que de forma independiente desarrollaron teorías análogas a la de Feynman, aunque la labor de este último destaca por su originalidad y alcance. Las herramientas que ideó para resolver los problemas que se le plantearon, como, por ejemplo, las representaciones gráficas de las interacciones entre partículas conocidas como diagramas de Feynman, o las denominadas integrales de Feynman, permitieron el avance en muchas áreas de la física teórica a lo largo del período iniciado tras la Segunda Guerra Mundial.
Descendiente de judíos rusos y polacos, estudió física en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, y se doctoró luego en la Universidad de Princeton, donde colaboró en el desarrollo de la física atómica entre 1941 y 1942. Los tres años siguientes lideró el grupo de jóvenes físicos teóricos que colaboraron en el Proyecto Manhattan en el laboratorio secreto de Los Álamos, bajo la dirección de Hans Bethe.
En los años cincuenta justificó, desde el punto de vista de la mecanica cuántica, la teoría macroscópica del físico soviético L. D. Landau, que daba explicación al estado superfluido del helio líquido a temperaturas cercanas al cero absoluto, estado caracterizado por la extraña ausencia de fuerzas de rozamiento.
En 1968 trabajó en el acelerador de partículas de Stanford, período en el que introdujo la teoría de los partones, hipotéticas partículas localizadas en el núcleo atómico, que daría pie más tarde a la introducción del moderno concepto de quark. Su aportación a la física teórica ha quedado recogida en títulos tales como Quantum electrodynamics (1961) y The theory of fundamental processes (1961).
Título original: The Pleasure of Finding Things Out
Richard Phillips Feynman, 1999
Traducción: Javier García Sanz
Editor digital: Titivillus
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Introducción del editor
Recientemente asistí a una conferencia en el venerable Laboratorio Jefferson de la Universidad de Harvard. La conferenciante era de la doctora Lene Hau del Rowland Institute, que acababa de realizar un experimento del que no solo se informó en la reputada revista científica Nature, sino también en la primera plana de The New York Times. En el experimento, ella (con su grupo de investigación formado por estudiantes y científicos) hizo pasar un haz de luz láser a través de un nuevo tipo de materia denominado un condensado de Bose-Einstein (un extraño estado cuántico en el que un puñado de átomos, enfriados casi hasta el cero absoluto, dejan prácticamente de moverse y actúan en conjunto como una sola partícula), lo que frenaba al haz de luz hasta el ritmo increíblemente lento de 17 metros por segundo. La luz, que viaja normalmente a la vertiginosa velocidad de 300 000 kilómetros por segundo, o 1 080 000 000 kilómetros por hora, en el vacío, se frena cuando atraviesa algún medio, como aire o vidrio, aunque su velocidad sigue siendo del mismo orden que la velocidad en el vacío. Pero hagan ustedes el cálculo y verán que 17 metros por segundo dividido por 300 000 kilómetros por segundo es igual a 0,00000006, o seis millonésimas de un 1 por 100 de su velocidad en el vacío. Para poner un ejemplo comparativo, esto es como si Galileo hubiese dejado caer sus balas de cañón desde lo alto de la Torre de Pisa y estas hubiesen tardado dos años en llegar al suelo.
La conferencia me dejó sin aliento (incluso Einstein se hubiera sentido impresionado, creo yo). Por primera vez en mi vida sentí una pizca de lo que Richard Feynman llamaba «la excitación del descubrimiento», la repentina sensación (probablemente semejante a una epifanía, aunque una epifanía vicaria en este caso) de que yo había captado una idea nueva y maravillosa, de que había algo nuevo en el mundo y yo asistía a un suceso científico trascendental; una sensación no menos espectacular y excitante que la que sintió Newton cuando se dio cuenta de que la fuerza misteriosa que hizo que la manzana apócrifa cayera en su cabeza era la misma fuerza que hacía que la Luna se mantuviera en órbita alrededor de la Tierra; o la de Feynman cuando dio ese primer y difícil paso hacia la comprensión de la naturaleza de la interacción entre la luz y la materia, que le llevó finalmente al Premio Nobel.
Sentado entre la audiencia, casi pude sentir a Feynman mirando por encima de mi hombro y susurrándome al oído: «¿Ves? Por esto es por lo que los científicos continúan sus investigaciones, por lo que luchamos tan desesperadamente por cada pedazo de conocimiento, velamos noches enteras buscando la respuesta a un problema, escalamos los obstáculos más escarpados hasta el próximo pedazo de conocimiento, para alcanzar finalmente ese momento feliz de la excitación del descubrimiento, que es parte del placer de descubrir». Feynman siempre decía que él no hacía física por la gloria ni por los premios y recompensas, sino por el placer de hacerlo, por el puro placer de descubrir cómo funciona el mundo, qué es lo que lo mantiene en marcha.
El legado de Feynman es su inmersión y dedicación a la ciencia: su lógica, sus métodos, su rechazo del dogma, su infinita capacidad de duda. Feynman creía y vivía en el credo de que la ciencia, cuando se utiliza de forma responsable, puede no solo divertir sino que también puede ser de valor inestimable para el futuro de la sociedad humana. Y como todos los grandes científicos, a Feynman le gustaba compartir su asombro ante las leyes de la naturaleza con colegas y legos por igual. En ninguna parte se manifiesta más claramente la pasión de Feynman por el conocimiento que en esta colección de sus obras cortas (casi todas publicadas con anterioridad, salvo una inédita).
El mejor modo de apreciar el misterio Feynman es leer este libro, pues aquí encontrarán ustedes una gran variedad de temas sobre los que el gran físico pensó en profundidad y habló de forma encantadora: no solo de física —en cuya enseñanza no fue superado por nadie— sino también de religión, de filosofía y del temible escenario académico; del futuro de la computación y el de la nanotecnología, de la cual fue un pionero destacado; de la humildad, del placer en la ciencia y del futuro de la ciencia y la civilización; de cómo deberían ver el mundo los científicos en ciernes; y de la trágica ceguera burocrática que condujo al desastre de la lanzadera espacial Challenger, el informe que fue objeto de titulares de prensa que hicieron de «Feynman» una palabra familiar.
Curiosamente, hay muy poco solapamiento en estas piezas, pero en aquellas pocas ocasiones en que una historia se repite me he tomado la libertad de suprimir una de las dos apariciones para ahorrar al lector una repetición innecesaria. Inserto puntos suspensivos […] para señalar dónde se ha suprimido una «gema» repetida.
Feynman mantenía una actitud muy informal hacia la gramática propiamente dicha, como se muestra claramente en la mayoría de las piezas, que fueron transcritas de conferencias o entrevistas habladas. Por ello, para mantener el tono de Feynman, he conservado en general sus giros poco gramaticales. Sin embargo, donde una transcripción pobre o esporádica hacía que una palabra o frase resultase incomprensible o difícil, la he corregido para hacerla legible. Creo que el resultado queda prácticamente inalterado, aunque legible, feynmanesco.