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Richard Phillips Feynman - ¿Está ssted de broma, Sr. Feynman?(c.1)

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Richard Phillips Feynman ¿Está ssted de broma, Sr. Feynman?(c.1)

¿Está ssted de broma, Sr. Feynman?(c.1): resumen, descripción y anotación

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Richard P. Feynman es uno de los físicos teóricos más brillantes del siglo XX, especialista en electromecánica cuántica. Este libro es una biografía sui generis, donde cuenta cosas de su infancia cuando reparaba radios pensando, de su experiencia en Los Álamos trabajando en el proyecto Manhattan, la creación de la bomba atómica e intentaba reventar las cajas fuertes de sus compañeros, de su experiencia como percusionista en una escuela de samba brasileña, de sus encuentros con físicos como Einstein, Von Neumann y Pauli, con apostadores profesionales de Las Vegas como Nick el Griego y con algunas chicas de club de alterne, entre otros. Feynman es quizá el único caso de persona que fue declarado deficiente mental por el ejército norteamericano y ganó luego el Premio Nobel de Física en 1965.

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Richard P. Feynman es uno de los físicos teóricos más brillantes del siglo XX, especialista en electromecánica cuántica. Este libro es una biografía sui generis, donde cuenta cosas de su infancia cuando reparaba radios pensando, de su experiencia en Los Álamos trabajando en el proyecto Manhattan, la creación de la bomba atómica e intentaba reventar las cajas fuertes de sus compañeros, de su experiencia como percusionista en una escuela de samba brasileña, de sus encuentros con físicos como Einstein, Von Neumann y Pauli, con apostadores profesionales de Las Vegas como Nick el Griego y con algunas chicas de club de alterne, entre otros. Feynman es quizá el único caso de persona que fue declarado deficiente mental por el ejército norteamericano y ganó luego el Premio Nobel de Física en 1965.

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Richard Phillips Feynman
¿ESTÁ USTED DE BROMA, SR. FEYNMAN?
Aventuras de un curioso personaje,
tal como fueron referidas
a Ralph Leighton
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Título Original: Surely you're joking, Mr. Feynman: adventures of a curious character
Traductor: Bou García, Luis
Autor: Feynman, Richard Phillips
©1994, Alianza Editorial, S.A.
Colección: Libros singulares,33
ISBN: 9788420695471
PREFACIO
Las historias y anécdotas relatadas en este libro han sido recopiladas de manera intermitente e informal a lo largo de siete años de tocar muy placenteramente el tambor con Richard Feynman. Me ha parecido que cada una de las historias, tomada por sí misma, es divertida.
Pero lo verdaderamente asombroso es el conjunto: a veces cuesta creer que a una sola persona le hayan podido suceder tantas cosas, a un tiempo descabelladas y maravillosas. ¡Que una persona haya podido inventar por sí sola tantas inocentes diabluras en tan sólo una vida ha de servirnos, sin duda, de inspiración!
Ralph Leighton
INTRODUCCIÓN
Confío en que no serán éstas las únicas memorias que publique Richard Feynman. Sin duda, las reminiscencias aquí presentadas nos pintan, real y genuinamente, gran parte de su carácter —su necesidad, casi compulsiva, de resolver problemas, su provocativa malicia, su indignada impaciencia ante la falsedad y la hipocresía, y su talento para quedar por encima de quien trate de imponérsele. Es libro éste muy grato de leer. Escandaloso, chocante, y empero, cálido y muy humano.
Por todo ello, tan sólo toca de pasada la que ha sido y es piedra angular de la vida de Feynman: la ciencia. Ciencia que en el libro solamente vemos acá y allá, a modo de telón de fondo de una anécdota o de un acontecido, pero nunca como el punto focal de su existencia, como bien saben generaciones de alumnos y colegas suyos. Tal vez no haya otro remedio. Tal vez no haya otra forma de construir una serie de sabrosas historias sobre sí mismo y sobre su obra como ésta: el reto y la frustración, la excitación que produce la visión, la hondura del gozo que la comprensión científica produce, y que ha sido la fuente de felicidad de su vida.
Recuerdo, de cuando fui alumno suyo, lo que pasaba cuando íbamos a recibir sus lecciones. Se plantaba en la parte delantera de la sala, sonriéndonos conforme íbamos entrando, tabaleando con los dedos ritmos complicados sobre la negra superficie de la mesa de experimentos que corría de un lado a otro del aula. Mientras los rezagados iban ocupando sus asientos, cogía la tiza y la hacía girar rápidamente entre sus dedos, lo mismo que un jugador profesional con una ficha de póker, sonriendo todavía feliz, con la sonrisa de esa broma que sólo uno mismo conoce. Y después, sonriente aún, nos hablaba de física, ayudándonos con sus ecuaciones y sus diagramas a compartir su comprensión. No era ninguna broma secreta lo que traía a sus labios la sonrisa y lo que hacía chispear sus ojos; era la física. ¡El gozo de la física! Este gozo era contagioso. Grande ha sido la fortuna de quienes nos hemos contagiado. He aquí, lector, su oportunidad de verse irradiado por el gozo y alegría de vivir, al estilo de Feynman.
Albert R. Hibbs
Senior Member of the Technical Staff
Jet Propulsion Laboratory, Instituto Tecnológico de California
DATOS VITALES
Algunos hechos sobre mi vida: nací en 1918, en una pequeña villa llamada Far Rockaway, justo en las afueras de Nueva York, cerca del mar. Allí viví diecisiete años, hasta 1935. Estudié cuatro años en el MIT, y después, fui a Princeton, a mediados de 1939. Estando en Princeton comencé a trabajar en el Proyecto Manhattan, y finalmente me trasladé a Los Álamos en abril de 1943, donde estuve hasta algo así como octubre o noviembre de 1946, en que ingresé en Cornell.
Me casé con Arlene en 1941. Murió de tuberculosis en 1946, estando yo en Los Álamos.
Permanecí en Cornell hasta 1951. Visité Brasil en 1950, y pasé medio año allí, en 1951; después ingresé en Caltech, en donde he permanecido desde entonces.
Visité Japón durante un par de semanas, a finales de 1951, y otra vez algunos años más tarde, cuando me casé con mi segunda esposa, Mary Lou.
Ahora estoy casado con Gweneth, que es inglesa, y tenemos dos hijos, Carl y Michelle.
R.P.F.
CAPÍTULO I
DE FAR ROCKAWAY AL M.I.T.
¡Arregla las radios pensando!
Tenía yo unos once o doce años cuando monté un laboratorio en mi casa. Consistía en un viejo cajón de embalaje, de madera, al que puse unos estantes. Tenía un hornillo, en el que estaba continuamente echando grasa y friéndome patatas. También tenía un acumulador, y una batería de lámparas.
Para construir la batería de lámparas fui al bazar y me hice con unos cuantos zócalos, de esos que se pueden atornillar a una base de madera, y los conecté mediante trozos de cable para timbre. Sabía que estableciendo diferentes combinaciones de conmutadores —en serie, o en paralelo— podría lograr diferentes voltajes. Pero no me había dado cuenta de que la resistencia de una bombilla depende de la temperatura, por lo que los resultados de mis cálculos no coincidían con lo que salía del circuito. No obstante, todo iba perfectamente, y cuando conectaba en serie todas las bombillas, que quedaban a medio brillo, resplandecííían. Era muy bonito, ¡era fantástico!
Tenía un fusible en el sistema, para que, si llegaba a cortocircuitar algo, se fundiese. Ahora bien, era preciso que mi fusible fuese más débil que el fusible de mi casa, por lo que me hice mis propios fusibles, envolviendo un pedazo de fino papel de estaño alrededor de un fusible fundido. En paralelo con mi fusible monté una lamparita piloto de cinco vatios, y así, cuando se fundía el fusible, la corriente del alimentador que continuamente recargaba mis acumuladores encendía la lamparita. Había montado la lamparita detrás de un trozo de papel de celofán marrón, de los de envolver caramelos, que parece rojo al iluminarlo por detrás. De esta forma, si algo se fundía, no tenía más que mirar al tablero de los conmutadores; en el lugar donde se había fundido el fusible había un gran resplandor rojo. Era muy «diver».
Me encantaban los aparatos de radio. El primero que tuve era de «cristal», una «galena» que compré en la tienda. Solía escucharlo de noche, en la cama, al irme a dormir, con auriculares. Cuando mi padre y mi madre salían, y volvían tarde por la noche, entraban en mi habitación a quitarme los auriculares, preguntándose qué cosas se me habrían colado en la cabeza mientras dormía.
Aproximadamente por entonces inventé una alarma para ladrones, un artilugio muy sencillo: no era más que una pila grande, y un fuerte timbre, conectado con unos pedazos de alambre. Si se abría la puerta de mi habitación, la hoja empujaba el alambre contra la batería, cerraba el circuito, y la campana sonaba.
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