SOBRE LA VICTORIA Y LA DERROTA
La finalidad de un combate, conflicto, litigio o pugna es la victoria. No te conformes con menos, porque la victoria será para otro y tú serás el derrotado. Sabrás que has vencido cuando el enemigo esté totalmente derrotado. La derrota del enemigo implica imponer totalmente tu voluntad sobre él, si esto no está totalmente conseguido, la victoria no es verdadera y se puede volver contra ti. Celebra con mesura y sin excesos toda victoria obtenida u objetivo cumplido. Te conviene no hacer ostentación de tus victorias, pues es nefasto ir dejando detrás de ti un rastro de envidiosos, derrotados y resentidos. En la proclamación de tu victoria subyace una inútil y poco saludable humillación adicional del enemigo derrotado, que lejos de neutralizarlo para siempre, le instalará un recordatorio para caer sobre ti a la próxima oportunidad. Lo que crees que es una victoria puede ser sólo una retirada de conveniencia de tu enemigo, por lo cual tu vergüenza sería muy grande en el caso de ser tú el finalmente derrotado.
Es imprescindible por lo tanto, asegurarte que no habrá próxima oportunidad para tu adversario. Esto sólo se logra con la desaparición de tu enemigo. Si éste es derrotado por la fuerza, la destrucción deberá ser absoluta y más allá de la piedad: no hay peor cosa que dejar a tu espalda una rata herida. Si él mismo capitula por rendición, sin perder de vista que tu objetivo era precisamente su derrota debes convertir ese enemigo derrotado en un aliado, por lo cual desaparecerá como enemigo. Esta última es la situación ideal. Nunca dejes enemigos detrás de ti, y si por una eventualidad lo haces, jamás cometas el error de olvidarlos, porque ellos nunca te olvidarán.
Antes de cualquier enfrentamiento, medirás las fuerzas del enemigo. Sin embargo ni la mejor labor de investigación te dará una idea de las mismas, puesto que frecuentemente ni el propio enemigo conoce sus fuerzas hasta llegada la hora de emplearlas. Este hecho puede llegar a causar sorpresas agradables y desagradables para cualquiera de los dos contendientes. Para conocer a tu enemigo, en una primera etapa es necesario que le ignores o que no le consideres como tal. Si es enemigo declarado, simula tu identidad. Ganándote su confianza averigua todo lo que puedas sobre él. Discernirás quiénes son sus enemigos pasados y actuales, ahí tendrás posibles aliados. Sabrás cuáles son sus elementos más preciados, ahí sabrás donde dolerán más los ataques. Conocerás cuáles son sus puntos fuertes y sus puntos débiles, para precaverte de su fuerza y atacar en su debilidad. Averiguarás dónde encontrarlo y cómo, pues la invisibilidad es el arma defensiva más poderosa, como la sorpresa lo es en la ofensiva. Nunca se la cedas para que se ampare en ella.
Agotados estos medios de conocer al enemigo, comenzarás con algunas escaramuzas, pequeños ataques selectivos, lo que se denomina toma de contacto y valoración de dicho contacto. Con ello conseguirás que el enemigo subestime tus fuerzas y sobre valore desmesuradamente las suyas, lo lograrás empleando tácticas de una ingenuidad pasmante en un principio haciendo las cosas relativamente mal, sin que se note demasiado. En la reacción del enemigo conocerás la realidad de su potencial. Debes forzarle a revelar sus medios y su disposición. Pero este paso no debe considerarse único; intensifica las escaramuzas y pequeños ataques una y otra vez de forma gradual, así el enemigo te subestimará una y otra vez, se sentirá más confiado en sí mismo; y sobre todo, te revelará todos sus recursos. Es la fase de obtención de información, que aunque siempre se usa, es en esta fase donde reviste mayor importancia.
Llegado a este punto desaparecerás de su alcance y de su mente por un tiempo prudencial. Esto lo convencerá de que has sido derrotado. Debes realizar todas las acciones posibles para que quede convencido que ha resultado vencedor. Usarás ese tiempo para evaluar los datos obtenidos, y para que el enemigo te olvide. En el momento menos pensado iniciarás una fulminante campaña sorpresiva con todos los recursos a tu alcance, los cuales deberán exceder por mucho los que utilizaste hasta el momento. Como sabrás sus puntos débiles, ahí concentrarás tus fuerzas y ahí dirigirás todos los golpes. Como conocerás que es lo más valioso para él, sabrás como arrebatarlo o destruirlo. Como conocerás dónde el adversario es fuerte, evitarás luchar en esas condiciones; estarás seguro porque habrás tomado medidas ante sus posibles reacciones. Como sabes que a veces surgen imprevistos, tendrás una reserva de medios que emplearás para esos menesteres o para acabar de destruir al enemigo. Como entiendes que hay que emplear la flexibilidad, tendrás planes alternativos para posibles cambios de situación. Como sabes buscar y crear la sorpresa, ésta será múltiple: por la intensidad, por el momento y por la procedencia.
Para llevar a cabo un buen ataque, deberás causar en el enemigo la sensación de que es acosado en todo momento y lugar. Como no dispones seguramente de ese tiempo, recurrirás a los enemigos de tu enemigo, dándoles razones para atacarlo.
Si no los tiene o no le quieren atacar; entonces, y sin el menor escrúpulo, crearás enemigos artificiales mediante la difamación, la mentira, y los rumores. En la lucha todo medio es lícito, el vencedor rescribe la Historia. Asegúrate en especial de privarlo del descanso, de la tranquilidad, del anonimato. Una persona cansada, intranquila e insegura es una persona débil y propensa a capitular. Como la destrucción de un enemigo suele ser una tarea arduo costosa, y poco frecuente, tu principal objetivo será en todos los casos su capitulación, su rendición.
La rendición incluirá que el enemigo se disculpe por una ofensa cometida, que te retribuya por un daño cometido, o que acceda alguna demanda que consideres justa. Una vez conseguida la capitulación, conseguirás instalar en el enemigo un sano temor hacia ti. Sorpréndelo nuevamente y entrégale obsequios en su humillación. Gánate su amor, ya ganado su temor, y tendrás un aliado de por vida, o al menos una frontera segura. La situación ideal es la de ser amado y temido a un tiempo y sólo debes prescindir de lo primero cuando no es posible la obtención de ambas cosas. Siendo amable con el enemigo en el momento de su derrota, grabarás en su mente la sensación de ser una persona imprevisible, con lo cual su temor aumentará.
Las personas tienen tres temores: lo desconocido, lo imprevisible, y lo irreversible. El resto de los temores deriva de éstos, por tanto si te consideran un ser misterioso, imprevisible y capaz de golpear de manera irreversible, te temerán como al mismísimo diablo. Crea y mantén esa fama y tú mismo prestigio no sólo te evitará problemas sino que te traerá soluciones.
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Ediciones Virtualibro, 2001
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Manual práctico para sobrevivir con astucia en el mundo. Lo que te han contado no es suficiente para triunfar: los conocimientos de este libro se aplican de forma inmediata con resultados excelentes. En estos tiempos de tanta información y tan poco conocimiento, son pocas las personas que leen, y menos aún las que saben lo que conviene leer. Puesto que estás leyendo estas líneas, me figuro que perteneces a este último grupo.
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