TERESA FORCADES i VILA. (Barcelona, 1966). Se licenció en Medicina por la Universidad de Barcelona en 1990 y se trasladó a Estados Unidos para cursar la especialización en Medicina Interna en la Universidad Estatal de Nueva York, que consiguió cinco años más tarde.
En 1997 finalizó un máster en teología protestante en la Universidad de Harvard. Al acabar volvió a España, y en septiembre de ese mismo año ingresó en el monasterio benedictino de Montserrat. Su título en teología no fue convalidado por las facultades católicas españolas1 al haberlo obtenido en una facultad protestante, por lo que tuvo que licenciarse en teología fundamental en la Facultad de Teología de Cataluña del Instituto de Teología Fundamental de Sant Cugat en 2005, con una tesina sobre el misterio de la Trinidad: «La Trinitat, avui». (La Trinidad, hoy). Se doctoró en 2009, con una tesis sobre el concepto de persona en la teología trinitaria clásica en relación a la noción moderna de libertad como autodeterminación.
En 2004 obtuvo el doctorado summa cum laude en Salud Pública por la Universidad de Barcelona con una tesis sobre medicinas alternativas. Es autora de La Trinitat, avui (2005), Los crímenes de las grandes compañías farmacéuticas (2006) y La teología feminista en la historia (2007). En 2009 manifestó públicamente sus críticas a la vacunación masiva contra la gripe A. En 2013 junto al economista Arcadi Oliveres, inicia el llamado Procés Constituent a Catalunya, publicando un manifiesto que promueve la convocatoria de un proceso constituyente con la intención de favorecer un cambio de modelo político, económico y social.
1. EL CASO DE LA «DISFUNCIÓN SEXUAL FEMENINA»
En el año 1998, la empresa Pfizer, la principal compañía farmacéutica de EE. UU., comercializó un medicamento conocido con el nombre de «Viagra» para el tratamiento de la disfunción sexual masculina (concebida como disminución o desaparición de la capacidad de erección). Tres años más tarde, a 17 millones de hombres del mundo entero les había sido recetado dicho medicamento y su volumen de ventas en un solo año (2001) superaba los mil quinientos millones de dólares. Con este nuevo producto, Pfizer había superado largamente los criterios de definición de un «blockbuster», que es el nombre con que se conoce en el argot de las farmacéuticas un medicamento con un volumen de ventas anual superior a los mil millones de dólares (o de euros). Los directivos de Pfizer se preguntaron: «¿Y si fuera posible conseguir un éxito semejante con un producto similar dedicado a las mujeres?». El problema era que si bien existía un criterio aparentemente claro para hablar de «disfunción» en el caso de la sexualidad masculina (las dificultades en la erección), en el caso de las mujeres esto era mucho más difícil de definir y, sobre todo, de cuantificar o evaluar objetivamente.
En el año 1997 —pocos meses antes de que Viagra apareciera en el mercado— ya había tenido lugar en Cape Cod (Nueva York) el primer encuentro de especialistas médicos para determinar el perfil clínico de la «disfunción sexual femenina». La iniciativa, organización y financiación del encuentro corrieron a cargo de 9 compañías farmacéuticas muy preocupadas por el hecho de que no existiera una definición de este trastorno compatible con un potencial tratamiento farmacológico.
Los promotores de tal encuentro eligieron entre sus colaboradores directos las personas que debían asistir al mismo. El objetivo de la reunión era diseñar la estrategia adecuada para crear una nueva patología en función de los intereses económicos de la industria farmacéutica. Un año y medio más tarde, en octubre de 1998, se celebró en Boston la primera conferencia internacional para la elaboración de un consenso clínico sobre la disfunción sexual femenina. 8 compañías farmacéuticas financiaron esta conferencia y 18 de los 19 autores de la nueva definición «consensuada internacionalmente» admitieron tener intereses económicos directos con estas u otras compañías.
Un año más tarde, en 1999, apareció un artículo en la revista JAMA titulado «Disfunción sexual en EE. UU.: prevalencia y variables predictivas», en el que se afirmaba, supuestamente con objetividad científica, que un 43 % de la población femenina de EEuu sufría la «nueva enfermedad» definida según los intereses de la industria farmacéutica. Los pasos seguidos para identificar a la «población enferma» fueron los siguientes:
1) Se elaboró una lista de 7 «problemas» considerados cada uno de ellos de suficiente peso como para justificar el diagnóstico de la nueva enfermedad si una mujer los había presentado durante dos meses o más en el último año.
2) Se pasó el cuestionario a una muestra de 1500 mujeres.
3) se evaluaron los resultados de forma que responder «sí» a uno solo de los ítems se consideró criterio suficiente para identificar la enfermedad.
Uno de los 7 ítems era la ausencia de deseo sexual. Es decir, que las mujeres que respondieron que no habían tenido deseo sexual durante dos meses o más en el último año, automáticamente —independientemente de si estaban de luto por la muerte de un ser querido, preocupadas por falta o por exceso de trabajo, atrapadas en una relación insatisfactoria o gozando de una etapa de plenitud interior—, quedaron etiquetadas de «disfuncionales» y pasaron a engrosar el porcentaje de candidatas potenciales para el tratamiento que la industria farmacéutica confiaba poder desarrollar en breve. Dos de los tres autores del citado artículo tenían vínculos económicos con laboratorios farmacéuticos.
El mismo año, en octubre de 1999, tuvo lugar un tercer encuentro sobre el tema, organizado por la Facultad de Medicina de la universidad de Boston, pero promovido y financiado por 16 compañías farmacéuticas. El 50 % de los asistentes admitieron tener intereses en la industria farmacéutica.
En el año 2003, esta manipulación de los criterios médicos en función de los intereses comerciales fue denunciada por Ray Moynihan en una de las revistas médicas de mayor prestigio, el British Medical Journal. Si los médicos no colaborásemos con los abusos de las compañías farmacéuticas, esos abusos no acontecerían.
En diciembre de 2004, la agencia reguladora de los medicamentos en EE. UU. impidió que se comercializara el primer medicamento destinado a sanar la «disfunción sexual femenina» (el parche de testosterona de los laboratorios Proctor y Gamble).
La disfunción sexual femenina (como cualquier otra enfermedad) tiene que ser estudiada en función de los intereses médicos de las mujeres afectadas y no en función de los intereses económicos de algunas de las empresas más ricas del planeta.
Los medicamentos genéricos son aquellos que se venden sin nombre comercial, haciendo constar en la caja simplemente el nombre del principio farmacológico (por ejemplo: «aspirina» es un nombre comercial que solo puede utilitzar la casa que se lo inventó, en este caso la casa Bayer; «AAS —ácido acetil salicílico— es el nombre genérico que corresponde al principio activo de la aspirina).
No es lo mismo ser VIH-positivo» que «tener el sida». Con los tratamientos actuales, una persona VIH-positiva puede vivir muchos años sin desarrollar la enfermedad.
VIH: virus de la inmunodeficiencia humana.
Sida: síndrome de la immunodeficiencia adquirida.
2. EL CASO DE LOS MEDICAMENTOS ANTI-SIDA EN ÁFRICA
El 23 de marzo de 2005, el parlamento indio se vio obligado a aprobar, por imperativo de los acuerdos internacionales de la Organización Mundial del Comercio (OMC), una nueva ley de patentes que modificaba la de 1970 para que en el futuro la comercialización de medicamentos en India estuviera sometida al sistema de patentes. Hasta aquel momento, en caso de que los propietarios de las patentes hicieran un uso abusivo de las mismas (por ejemplo, proponiendo precios inasequibles para la población india), los laboratorios farmacéuticos de India podían producir legalmente preparados genéricos de medicamentos que aún estaban protegidos por patentes en los países ricos.