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Prólogo a esta edición
Aparece ahora la vigesimosegunda edición del Libro de estilo de EL PAÍS, seis años después de que lo hiciera la anterior, en mayo de 2008. El motivo de este lapso tan dilatado cabe encontrarlo en la irrupción de Internet en el ecosistema de la producción y distribución de información que, en sus esencias, había cambiado solo de forma muy marginal en las últimas décadas. La edición digital de EL PAÍS nació en mayo de 1996, pero hasta fechas recientes no había adquirido la ambición, la autonomía narrativa o el volumen y la velocidad de publicación que maneja en la actualidad.
Las normas del Libro de estilo son de obligado cumplimiento para todos los cargos del periódico, y “nadie estará exento de esta normativa”, según establece con admonitoria firmeza una nota situada antes del inicio del manual en sí. Entendimos por ello que nuestro trabajo en Internet quedaba cubierto y regulado (al menos por un tiempo) por aquellos preceptos. Pronto el trabajo diario y la incorporación masiva de la redacción a los menesteres digitales, sin embargo, nos abocaron a problemas nuevos para los que el Libro de estilo ofrecía escasa guía, cuando no orfandad absoluta, por lo que comenzó a consolidarse la idea de una reedición cuya ampliación a Internet viniera a solventar las faltas en este terreno.
Todo ello era ya evidente pocos años después de la aparición de la edición anterior, difícil o imposible de encontrar por entonces en las librerías. El tradicional éxito de ventas del Libro de estilo de EL PAÍS indica que muchos otros colectivos y personas ajenas al oficio han hecho buen uso de él, o al menos han mostrado un interés en las propuestas que contiene, un acervo cuyo atractivo se verá acrecentado por la facilidad que las nuevas tecnologías otorgan tanto a quehaceres editoriales de tipo individual (blogs o bitácoras personales) como colectivo, en España y en América. Y pese a ello, decidimos esperar. Se nos ocurrió que las nuevas normas de tráfico que habríamos de establecer debían ser fruto de la experiencia de varios años de trabajo en la edición digital, que era empresa fútil fijar reglas antes de conocer a fondo el juego o dictar soluciones sin haber experimentado aún los problemas.
Resultado de todo ello es esta edición, corregida y mejorada en aspectos parciales, como todas las anteriores, pero que por primera vez incorpora un amplísimo conjunto de normas específicas (y sí, también de obligado cumplimiento) para nuestras ediciones digitales. Me atrevo a decir que la espera valió la pena. Una vez más (el lector encontrará esta misma observación en los prólogos de los directores anteriores), Álex Grijelmo ha desempeñado una tarea fundamental a la hora de asegurar el éxito y la corrección del desempeño.
En aquel ínterin nos sucedieron más cosas. Lanzamos primero la edición América (marzo de 2013), destinada al creciente número de lectores en aquel continente, y posteriormente la de Brasil, esta vez en idioma portugués, en noviembre de ese mismo año. El periódico ha tenido desde su nacimiento una decidida vocación latinoamericana, pero es ahora, gracias a la tecnología, cuando estamos en condiciones de llevar esa llamada a su plenitud. Estas transformaciones tienen su correlato en las páginas que siguen, con el objetivo de asegurar al español de América, mayoritario entre los hispanohablantes, el lugar que le corresponde en estas páginas. Ya la primera edición establecía que no deben emplearse expresiones como ‘en nuestro país’, puesto que el periódico se lee también fuera de España, o en España por personas extranjeras. El adjetivo posesivo ‘nuestro’ —prosigue el punto 2.17— incluye en este caso al lector y al informador, las dos personas que se comunican, y el lector no tiene por qué ser español (y en algunos casos tampoco el periodista). Con redacciones recientemente establecidas en Ciudad de México, São Paulo, Washington y un elevadísimo porcentaje de lectores proveniente del continente americano, así como de otras partes del mundo, la recomendación anterior no sólo cobra más fuerza, sino que revela la profunda transformación que nos ha llevado del lema del periódico en 1976 (‘diario independiente de la mañana’) al de 2007 (‘el periódico global en español’), y de éste al actual (‘el periódico global’).
En este viaje a la globalidad ofrecemos a nuestros lectores en todo el mundo, especialmente a aquellos en las sociedades a las que nos dirigimos en España y en el continente americano, un proyecto de modernización y progreso social, de consolidación de los derechos ciudadanos y avance económico, de equidad y respeto a las minorías que es en esencia el que hemos compartido con los españoles desde hace décadas. Las normas de este Libro de estilo —y el resto de instituciones que rigen la vida profesional de EL PAÍS, como el Estatuto de la Redacción o el Defensor del Lector— ayudan de forma notable en ese empeño mediante la producción y distribución de la información que los ciudadanos necesitan en un sistema democrático. Pero, por desgracia, no pueden reemplazar otros elementos quizá más principales para el correcto funcionamiento de la prensa, aquellos que en verdad constituyen las cuadernas del buque del buen periodismo y de cualquier sociedad democrática avanzada: la libertad de expresión, la independencia profesional, los principios éticos o la integridad moral de los que nos dedicamos a este oficio. Este volumen compendia aquellas. A los propios periodistas y especialmente al conjunto de la sociedad corresponde la inmensa y necesaria tarea de garantizar estos últimos. De ello depende más de lo que, quizá, nos atrevamos a imaginar.
JAVIER MORENO
Director de EL PAÍS
Marzo de 2014
Prólogo a la decimosexta edición, revisada
Esta nueva edición del Libro de estilo —la decimosexta desde noviembre de 1977— incorpora algunas novedades que merecen ser destacadas. El capítulo primero, que trata de los principios deontológicos, desarrolla de forma más precisa las obligaciones de los periodistas en situaciones de conflicto de intereses, sean éstos económicos, políticos o ideológicos. La Redacción del periódico, que expresa sus puntos de vista a través del Comité Profesional, comparte con la Dirección el empeño por profundizar y desarrollar estos principios, como garantía de una información independiente, veraz, no sometida a ninguna presión externa. En este sentido, seguiremos con atención el desarrollo que este sistema de garantías para el lector está teniendo durante los últimos años en otros periódicos internacionales de referencia.
Hemos simplificado, por el contrario, algunos capítulos referidos a normas tipográficas de carácter efímero, que están vinculadas a decisiones de diseño y que en algunos casos estaban en desuso o ya habían sido modificadas. Con ello tratamos de evitar que el manual pueda confundir a los lectores de EL PAÍS con instrucciones excesivamente prolijas.
El capítulo que ha experimentado mayores cambios es el diccionario, sobre el que han trabajado intensamente durante casi un año Clara Lázaro y Álex Grijelmo, con el propósito de facilitar a los redactores de EL PAÍS normas unitarias sobre el léxico relacionado con las nuevas tecnologías de la información, que en ocasiones se están imponiendo frente a las alternativas que ofrece la lengua castellana. En otros casos, se trata de estabilizar una grafía no del todo normalizada.
Por lo demás, esta nueva edición del Libro de estilo, que pronto cumplirá 25 años, no altera sustancialmente ni los principios ni los criterios generales que establecía la primera versión del año 1977, que se debió en gran medida al incansable trabajo de Julio Alonso, continuado luego con especial dedicación y acierto por Álex Grijelmo. Entonces, como ahora, con su publicación tratamos únicamente de ofrecer a los lectores de EL PAÍS una herramienta útil para que puedan medir cada día la calidad de su periódico. Este texto nos compromete a todos cuantos hacemos EL PAÍS, y el lector está en su derecho de demandarnos un cumplimiento riguroso.