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Prefacio
Cuando te estás ahogando, lo último que necesitas es un tutorial con cinco pasos sencillos para aprender a nadar como un pez. Lo que necesitas, lo que anhelas desesperadamente, es algo que te ayude a mantenerte a flote. Algo a lo que te puedas aferrar y no soltarte. Algo que no tengas que sostener, sino algo que pueda cargar con todo el peso de tu desesperación.
Pueden venir olas abrumadoras y aguas profundas en todas las formas y cantidades que nos podamos imaginar: un bebé recién nacido, la pérdida de un trabajo, una enfermedad crónica, una mudanza, un cambio en alguna amistad, cáncer terminal, dudas en cuanto a tu fe, la muerte de un ser querido, un nuevo capítulo en la crianza, una temporada de soltería que se extendió más de lo que te habías imaginado, más responsabilidad añadida a toda la que ya tienes, o hasta el mero pensamiento de que aún nos quedan décadas dedicadas a lo terrenal —pilas interminables de ropa sucia, platos sucios, suelos sucios y grifos que gotean. Todas esas cosas que te abruman con tanta facilidad.
Nuestra tendencia humana es preguntarnos: ¿Qué pasos puedo dar para hacer que esto funcione o para eliminarlo? La evidencia está en las páginas de Internet —páginas web dedicadas a enseñarnos cómo comercializarnos bien (ya sea en el mercado laboral o en el mercado relacional). En las librerías locales encontramos un sinnúmero de libros que nos dicen lo que tenemos que comer para combatir el cáncer, cómo sobrellevar una pérdida, cómo criar niños buenos, cómo cultivar tu propio jardín, criar tus propios animales, coser tu propia ropa, amueblar tu casa con cosas que puedes comprar en el mercado y renovar tú misma gracias a Pinterest, cómo educar a tus hijos en casa y crear un blog para hablar acerca de ello, y aún así tener la cena caliente y en la mesa cuando tu esposo llegue a casa.
Hacemos bien en buscar consejo. Eso es sabio. Pero cuando llegamos a un estado de desesperación necesitamos más que simples instrucciones. El salmo 107 ilustra una temporada en la tormenta. Encontramos a unos hombres haciendo negocios en sus barcos, y de repente una gran tormenta los azota en medio de muchas aguas. La Escritura dice: “Como ebrios tropezaban, se tambaleaban; de nada les valía toda su pericia” (v. 27). Cuando se sintieron completamente inútiles, su respuesta fue clamarle al Señor. No fue buscar las instrucciones ni los salvavidas, sino una súplica sincera y urgente para que fuesen librados de una situación que les parecía imposible de navegar. ¿Qué hizo el Señor por ellos? Les mostró Su amor y misericordia. Calmó la tempestad, aquietó las olas y les llevó a su puerto anhelado.
Esto es gracia sustentadora, este es nuestro puerto anhelado: conocer ese amor inquebrantable que nos salva y nos guarda. Destellos de Gracia no es un manual de instrucciones. Se trata de la invitación que nos hace una verdadera amiga para que veamos y conozcamos el amor inquebrantable del Señor en cada ola, grandes y pequeñas. Gloria nos anima compartiéndonos su propia experiencia y la sabiduría de otros santos que atravesaron tormentas décadas y hasta siglos antes que nosotros. Mi oración es que ustedes puedan ver esos destellos de Su amor y misericordia, y que puedan encontrar un ancla para sus almas.
Reconocimientos
Aliza, Norah y Judson: este libro hubiera sido muy aburrido y más corto de no ser por sus hermosas personalidades.
Estoy agradecida por todo el apoyo que he recibido de la comunidad virtual del blog Domestic Kingdom (Reino Doméstico), así como de Collin Hansen y de Tony Reinke. También me siento agradecida por el ánimo de mi amiga Jennie Allen, quien logró convencerme de escribir algo más largo que una entrada en un blog. Mil gracias a Justin Taylor y a Lydia Brownback, y al equipo de Crossway.
Mis hermanos en Cristo de la Iglesia del Redentor en Dubái intercedieron por mí, y muchas de mis dulces hermanas dieron de su tiempo y ayuda para que pudiera escribir este libro: Sarah Wilson, Sarah Lawrence, Laura Davies, y Kanta Marchandani. Don y Becky, gracias por recibirme a mí y a mi bebé parlanchín en su casa para que pudiera dedicarme a escribir allí, y por no frustrarse con las tazas de café que dejaba por toda la casa y las migajas de galletas que terminaban debajo de la cama.
Cuando Kevin and Katie Cawley me dieron una copia de A Gospel Primer for Christians (Una introducción al evangelio para cristianos) de Milton Vincent, no tenía idea de lo que esa valiente recomendación significaría para mí. Ese libro transformó mi vida. Samantha Muthiah, gracias por conseguirme una copia de The Organized Heart (El corazón organizado) de Staci Eastin y por todas las conversaciones siguientes que tuvimos acerca de la centralidad del evangelio.
Jeremías BurroughsyRichard Sibbes dejaron un legado en cuanto a la esperanza que hay en la resurrección que me ha animado a vivir en esa luz que llenó la tumba. También es difícil cuantificar el impacto de los ministerios de John Piper, D. A. Carson y Paul Tripp en mi vida.
Mi esposo, David, me estuvo animando durante todo este proceso, de principio a fin. Él sabía lo mucho que necesitaba escribir para el bien de mi propia alma, y se sacrificó para que fuese posible. ¡Gracias!
Introducción
En el primer borrador de esta introducción, escribí: “Quiero encarnar las implicaciones prácticas del evangelio en la vida diaria”.
Luego se me ocurrió que nunca he “encarnado” algo. Solo he des-carnado algunas cosas, como pollos asados o los pavos del día de Acción de Gracias.
Pensé en otras metáforas, pero tampoco funcionaron. Estaba segura de que la falta de creatividad se debía a mi cerebro de mamá. Hasta que finalmente se me ocurrió algo.
Las introducciones son como la pregunta del “por qué”, que resulta ser una pregunta que paso todo el día respondiéndome.
Curiosamente, el gran “por qué” de hoy tenía que ver con cocinar pollo. Tengo dos hijas de edad preescolar, y me estaban observando mientras hacía trocitos de pollo empanizado y hervía pasta. Una de ellas me dijo: “También quiero cocinar. ¡Dame el cuchillo, Mamá!” No tiene ni cinco años, así que no pude prestárselo.
Traté de hacerle entender, diciéndole: “No eres lo suficientemente responsable para manejar este cuchillo tan grande”.