Prólogo
Como director ejecutivo de la Fundación Napoleón Hill, decidí publicar un libro dirigido especialmente a la creciente población hispana del mundo. Luego de estar suscrito a una revista hispana y de haber leído a otros autores hispanos, quería que el libro tomase como referencia los principios del éxito que el Dr. Napoleón Hill había estudiado, aplicado y dado a conocer en uno de sus libros mäs famosos, Think and Grow Rich, escrito en 1937. Desde entonces se han vendido mäs de 25 millones de ejemplares y, aún ahora, sigue siendo uno de los libros más vendidos.
Comuniqué mi deseo de encontrar un autor hispano conocedor de la obra del Dr. Hill a Phil Fuentes, uno de los administrado-res de la Fundación, y él me preparó un encuentro con Lionel Sosa, autor de The Americano Dream: How Latinos Can Succeed in Business and in Life. Tras reunirme con Lionel en Chicago y hablar con él supe que había encontrado la persona adecuada para escribir un libro sobre el éxito dirigido especialmente a la dinámica población hispana.
Lionel comenzó a leer a Napoleón Hill cuando trabajaba pintando letreros por $1.10 a la hora. Posteriormente, empleó la filoso-fla del éxito de Hill para crear su propia empresa y convertirla en la agenda hispana de publicidad más grande de los Estados Unidos.
Cuando lean la historia de Lionel Sosa y se den cuenta de todos sus logros les vendrä a la cabeza aquello que decía Napoleón Hill: “No hay nada que la fe y un deseo ferviente no puedan hacer reali-dad”.
Los relatos personales de Lionel y de otros extraordinarios his-panos le demostrarän que usted tiene al alcance de su mano un des-cubrimiento clave: que su origen es menos importante que su destino. Y Sosa le ensefiará a viajar en la dirección correcta.
A medida que vaya leyendo estas historias, fíjese en los princi-pios del éxito que utilizaron sus protagonistas para alcanzar sus suenõs. Leer lo que consiguieron otras personas le llevarä a darse cuenta de que, si estudia y aplica estos principios, usted también puede Uegar al éxito. Las personas que triunfan en la vida lo hacen luego de superar todo tipo de adversidades. Su viaje hacia el éxito probablemente no será diferente.
Le deseo la mejor de las suertes. Tenga siempre la seguridad de que ademäs de vivir en uno de los países más fantásticos del mundo, seguir los principios de los que tan inteligentemente escribe Sosa sólo hard que su viaje sea mäs sencillo y gozoso.
D ON M. G REEN
D IRECTOR E JECUTIVO
F UNDACIóN N APOLEóN H ILL
Contenidos
Cinco minutos que
cambiaron mi vida
L a primera vez que of hablar de Think and Grow Rich (Piensa y seräs rico) tenía 23 afios. Casado, con dos hijos y con otro en Camino, hacía lo que creía que me correspondía hacer: trabajar sin parar para salir adelante. Corría el afio 1963, y el salario mínimo era de $1 la hora. Yo ganaba incluso más, $1.10, y estaba satisfecho con eso. Tenía un trabajo de oficina como disefiador de rótulos de neón en un pequefio taller Uamado Texas Neon. Pero el dinero que llevaba a mi casa al final de cada semana, una vez descontados los impuestos y demäs deducciones, no pasaba de $37.50, apenas su-ficiente para cubrir gastos. Todos los días andaba preocupado y re-zaba para que ninguno de mis hijos cayera enfermo.;Cómo iba a pagar al médico si ocurría algo?
Un día me sonrió la suerte. Una mujer llamada Sally Pond entró en la tienda y nos encargó que diseñáramos un rótulo pe-queño para su edificio de oficinas con la leyenda Escuela Para el Éxito Personal. Mientras nos explicaba a qué se dedicaba, yo no des-pegaba mis oídos de lo que decía. Nos prometía que cualquiera que tomara su curso y siguiera las ensefianzas de Napoleón Hill y sus 17 principios para el éxito personal se haría rico. Tan rico como qui-siera.
¿Napoleón Hill? ¿Y ése quién era? ¿Era francés? ¿Era pariente de Bonaparte? ^Estaba muerto? “No,” dijo la mujer. “Este hombre estä vivo y reside en Chicago. Y por lo que a mí concierne, es más importante que Napoleón Bonaparte. Este Napoleón te hard millonario”.
En cinco minutos, Sally Pond me enroló en el curso. Y en esos cinco minutos mi vida cambió. No sólo puede disefiar su letrero, sino que, además, tuve la oportunidad de disefiar mi propio futuro y de adquirir los conocimientos que me Uevarían a gozar de una vida feliz y a ganar millones. Pedí prestado el dinero para pagar el curso y me uní a otros 15 aspirantes a millonario en la Escuela Para el Éxito Personal de Napoleón Hill. Las 17 semanas que pasé alií transformaron mi vida para siempre.
La máxima de Hill era: “Tú puedes conseguir cualquier cosa que tu mente sea capaz de concebir y creer”. Yo absorbía todas y cada una de sus palabras. Después de todo, su filosofía no era sólo la opinión de un hombre. Era una visión compartida por cientos de las personas mäs brillantes y exitosas de todo el mundo. Napoleón Hill había pasado mäs de 20 afios destilando ese tesoro. Un tesoro producto de horas, días y semanas de entrevistas con presidentes, jefes de estado, inventores y magnates de la industria. Su obra era una mina de oro de información y de secretos para alcanzar el éxito.
Yo tenía los ojos tan abiertos como dos pelotas de béisbol. Sen-tía una emoción increíble. Imagínate: jPodía hacerme rico! jPodía ser feliz! jTendría la posibilidad de hacer una contribución muy im-portante a la sociedad si aprendía y ponía en präctica los 17 principios para el éxito personal que ensefiaba Hill! Incluso antes del primer día de clase, noté que algo empezaba a cambiar dentro de mí. Por primera vez en mi vida, en lugar de sentirme preocupado por el futuro, lo esperaba con optimismo.
El curso fue impartido en 17 sesiones. Arrancábamos puntual-mente los lunes a las 5 de la tarde. Cubríamos una lección nueva por semana, y cada lección estaba dedicada a uno de los principios. Durante los primeros 20 minutos de clase, nos mostraban una pelf cula de 16 mm en la que el Sr. Hill nos daba una idea general del tema que íbamos a tratar esos días. La primera semana, Definición del propósito. La segunda, La alianza de mentes maestras, y así sucesi-vamente. Se nos animaba a debatir, y las conversaciones eran muy animadas. Teníamos que rellenar cuadernos de trabajo y hacer debe-res en casa. Sally solía invitar a clase a personas que habían triun-fado para que nos contaran sus propias historias de cómo habían hecho realidad sus suefios poniendo en präctica las ensefianzas de Hill. Muchos de los estudiantes nos hicimos buenos amigos a pesar de que no socializäbamos mucho después de las clases; preferíamos volver a casa a toda prisa para hacer nuestros deberes y prepararnos para la semana siguiente.
Si hubiese sido más viejo y experimentado, podría haber sen-tido un cierto escepticismo respecto a toda aquella filosofla. Podría haber cuestionado su excesiva sencillez, como la idea de que uno puede conseguir cualquier cosa que su mente crea que puede lograr. Podría haberme cuestionado que algunas de sus ensefianzas sona-ban demasiado simples, como el concepto de la autosugestión o la idea de que uno puede convencerse a sí mismo de cualquier cosa, sea buena o mala. Ser joven e ingenuo puede ser algo muy posi-tivo. Para mí fue una bendición. No ponía en duda nada de lo que escuchaba. Mi mente estaba totalmente abierta. Lo interiorizaba todo.