SIMPLEMENTE
CRISTIANO
Por qué el cristianismo tiene sentido
N.T. WRIGHT
Dedicado a Joseph y Ella-Ruth
H ay dos clases de viajeros. Uno es el que emprende el viaje en la dirección general del destino y disfruta enterándose de las cosas sobre la marcha, leyendo los letreros, preguntando las direcciones y apañándose como puede. El otro es el que quiere saber de antemano cómo va a ser la carretera, cuándo se pasa de una nacional a una transitada autovía de varios carriles, cuánto se tarda en completar las diferentes etapas, etc.
Lo mismo ocurre con los asistentes a los conciertos. Algunos prefieren dejar que la música les impacte a su manera, llevándolos de un movimiento a otro sin saber qué viene a continuación. Otros lo disfrutan más si leen el programa primero, para poder así anticipar lo que van a oír y tener una idea mental de la totalidad antes de escuchar el desarrollo de las partes.
Los lectores de libros se dividen más o menos de la misma manera. Los primeros puede que se salten esta introducción y vayan directos al primer capítulo. El segundo tipo tal vez prefiera saber de antemano, más o menos, adónde nos dirigimos, qué forma hemos dado a la música. Esta Introducción se ha escrito para ellos.
Mi propósito es describir en qué consiste el cristianismo, tanto para recomendarlo a los que están fuera de la fe como para explicarlo a los de dentro. Es una enorme tarea y no pretendo haberlo tratado todo, ni siquiera haberme enfrentado a todas las cuestiones que uno esperaría en un libro de este tipo. Lo que he intentado hacer es aportar al tema una forma particular, dando como resultado la estructura triple de este libro.
En primer lugar, he explorado cuatro áreas que, en el mundo de hoy, pueden interpretarse como “ecos de una voz”: el anhelo de justicia, la búsqueda de espiritualidad, la necesidad de relacionarse y el deleite en la belleza. Mi sugerencia es que cada una de estas áreas señala hacia más allá de sí misma, aunque en sí no nos capacitan para deducir mucho más sobre el mundo, salvo que es un lugar extraño y emocionante. La Parte Uno del libro, con sus cuatro capítulos, funciona más bien como el movimiento de obertura de una sinfonía: una vez has oído sus temas, el truco está en mantenerlos en mente mientras se escuchan los movimientos segundo y tercero, cuyas melodías se reencuentran gradualmente con las de la obertura, produciendo “ecos” de un tipo diferente. La primera parte, dicho de otro modo, suscita preguntas que, poco a poco y no siempre directamente, se dirigen y, al menos en parte, reciben respuesta en lo que le sigue. Lo único que pido al lector es paciencia, a medida que se desarrollan las partes segunda y tercera, para esperar a ver cómo el libro acaba mostrándose unido.
La Parte Dos expone la creencia central del cristiano acerca de Dios. Los cristianos creemos que hay un Dios vivo y verdadero, y que este Dios, manifestado en hechos en Jesús, es el Dios que llamó al pueblo judío a ser sus agentes para llevar adelante su plan de rescate y de restauración de su creación. Después dedicamos un capítulo entero (Capítulo Seis) a considerar el relato y las esperanzas del antiguo Israel, antes de dedicar dos capítulos a Jesús y dos más al Espíritu. De forma gradual, a medida que se desarrolla esta parte, descubrimos que la voz cuyo eco empezamos a escuchar en la primera parte empieza a hacerse reconocible, conforme reflexionamos en el Dios creador que desea poner su mundo en orden; reflexionamos sobre el hombre llamado Jesús, que anunció el reino de Dios, murió en una cruz y resucitó; y sobre el Espíritu, que se mueve como un viento poderoso por el mundo y por las vidas de los hombres.
Esto nos lleva, como es natural, a la Parte Tres, donde describo en qué consiste en la práctica seguir a Jesús, ser facultado por su Espíritu y, por encima de todo, promover el plan de este Dios creador. La adoración (incluida la sacramental), la oración y la Escritura nos empujan a pensar sobre “la iglesia”, no vista como un edificio, ni siquiera como institución, sino como la compañía de todos los que creen en el Dios a quien vemos en Jesús y a quien, con luchas, seguimos.
En particular, examino la cuestión de para qué está ahí la iglesia. El quid de seguir a Jesús no es simplemente tener la seguridad de ir a un sitio mejor después de morir. Nuestro futuro en el más allá es de enorme importancia, pero la naturaleza de esperanza cristiana es de tal índole que repercute en la vida presente. Hemos sido llamados, aquí y ahora, a ser instrumentos de la nueva creación de Dios, de un mundo “como Dios manda”, que ya se ha puesto en marcha en Jesús. Y lo que se espera de nosotros, los seguidores de Jesús, es que no seamos simples beneficiarios de él, sino agentes suyos. Esto nos da una nueva manera de acercarnos a distintos temas, en particular a la oración y la vida cristiana, y a la vez nos capacita, conforme el libro alcanza su conclusión, a volver a encontrar los “ecos” de la primera parte, ya no como pistas de un Dios al que podamos aprender a conocer por nuestros medios, sino como elementos clave del llamamiento cristiano a trabajar para su reino en el mundo.
La escritura de este libro me ha resultado muy emocionante, no solo por ser bastante personal; pero está, por así decirlo, al revés. He sido un cristiano de alabanza, oración y lectura bíblica (a menudo confundiéndome y cometiendo errores, pero aguantando el tipo) toda mi vida, por lo que en cierto sentido he comenzado desde la Parte Tres. He pasado buena parte de mi vida profesional estudiando a Jesús histórica y teológicamente, así como intentando seguirle personalmente, y la Parte Dos incorpora esa búsqueda polifacética. Pero, conforme lo he hecho, he descubierto que las cuestiones de la Parte Uno han llegado a ser más y más insistentes e importantes. Por dar un ejemplo, el primero y más obvio, cuanto más he aprendido sobre Jesús, más he descubierto acerca de la pasión de Dios por arreglar el mundo. Y en ese punto he descubierto también que las cosas hacia las que me ha dirigido mi estudio de Jesús—los “ecos de una voz” de la Parte Uno—están entre las cosas que el mundo posmoderno, poscristiano y ahora cada vez más postsecular no puede eludir como preguntas, extrañas señales de ruta que apuntan hacia la línea del horizonte de nuestra cultura contemporánea y salen hacia lo desconocido.
En estas páginas no he intentado distinguir entre las muchas diferentes variedades de cristianismo; he intentado hablar de lo que es, en su mejor expresión, común a todas. El libro no es “anglicano”, “católico”, “protestante” u “ortodoxo”, es simplemente cristiano. He intentado también que lo que tenía que decir quedara lo más franco y claro posible, de modo que quienes se acerquen por primera vez al tema no se vean inmersos en una jungla de términos técnicos. Ser cristiano en el mundo de hoy es, por supuesto, cualquier cosa menos sencillo. Pero hay un momento en que se debe intentar decir, con la mayor sencillez posible, en qué consiste, y yo creo que estamos en un tiempo así.
Entre la redacción del primer borrador de este libro y la preparación para publicarlo, he tenido la alegría de dar la bienvenida a este mundo a mis dos primeros nietos. Dedico el libro a Joseph y Ella-Ruth, con la esperanza y la oración de que ellos y su generación puedan llegar a oír la voz cuyos ecos trazamos en la primera parte, a conocer al Jesús a quien encontramos en la segunda y a vivir en y por la nueva creación que examinamos en la tercera.