Los misterios
del cristianismo
Vincent Allard y Éric Garnier
Los misterios del cristianismo
Grandes personajes, simbolismos, profecías
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AGRADECIMIENTOS
Deseamos expresar nuestro más sincero agradecimiento a Sophie Verdier, nuestra editora. Ha estado presente en los momentos más complicados y siempre ha sabido escucharnos.
También queremos agradecer a Philippe Lamarque, Guy les Baux y Hélène Kyo su colaboración y la atención que nos han prestado.
Igualmente deseamos expresar nuestro reconocimiento a nuestras respectivas madres.
Traducción de J. Lalarri Estiva.
Diseño gráfico de la cubierta: © YES.
Fotografías de la cubierta: © Vladimir Godnik/Getty Images y Thomas Stüber/Fotolia.com.
© De Vecchi Ediciones, S. A. 2012
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ISBN: 978-84-315-5405-7
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Introducción
Recientemente han aparecido diferentes obras sobre Jesús: la visión teológica del papa Benedicto XVI en Jesúsde Nazareth ; La tumba de Jésus y su familia de Simcha Jacobovici y Charles Pellegrino; La véritable histoire de Jésus: une enquête scientifique , de James Tabor, editado por Robert Laffont; Jésus , de Alain Vircondelet, editado por Flammarion; L’enfance de Jésus: évangiles apocryphes , obra colectiva publicada por Rivages; Les femmes de Jésus , de Henri Froment-Meurice, editada por Le Cerf…
A la vista de los títulos de estas obras, nos podemos plantear algunas cuestiones: ¿existen pruebas arqueológicas sobre la vida de Jesús? Y por otra parte: ¿es esa una pregunta pertinente?
Desde los tiempos de Voltaire hasta el primer tercio del siglo XIX , y después con el teólogo protestante alemán Rudolf Karl Bultmann (1884-1976), es habitual, y con frecuencia evidente, oponer la fe cristiana a la historia. El estudio de los textos bíblicos, de los Evangelios, en su aspecto novelado, en sus contradicciones, en su heterogeneidad y en su(s) misterio(s) choca con el historicismo objetivo nacido del positivismo. Desde mediados del siglo XX , la rica tradición en la exégesis de los manuscritos y el estudio de los textos intertestamentarios, así como de la literatura rabínica, de los rollos de Qumran y de los manuscritos del mar Muerto, han modificado la información de la que disponíamos. El padre Lagrange escribió, en 1928, en el prólogo de su célebre obra L’Évangile de Jésus-Christ :
He renunciado a proponer una «vida de Jesús» siguiendo el modelo clásico porque confío mucho más en los cuatro Evangelios, aunque resulten insuficientes como documentos históricos para escribir una historia de Jesús. Los Evangelios contienen la única información válida para escribir la historia de Jesús. Lo único que debe hacerse es intentar comprenderlos lo mejor posible.
¿Es posible no suscribir un planteamiento tan claro? Evidentemente, pero resulta difícil de aceptar, porque se aleja de las pruebas materiales, es decir, del hecho arqueológico.
La historia no se compendia únicamente a base de los testimonios de la época, sino que se escribe a partir de documentos y mediante la lectura crítica y Cruzada de estos. Los cuatro Evangelios relatan la historia de un mismo hombre, por lo que, en realidad, son complementarios, aunque a menudo hacen afirmaciones diferentes y con frecuencia hasta opuestas entre sí. Esto fue lo que, a finales del siglo II , se esforzó en demostrar Santa Irene de Lyon. El padre Lagrange hizo una aproximación que creaba un nuevo género literario, el que corresponde a los Evangelios: textos que relatan la vida de un único hombre, «la relectura pascual por los primeros cristianos y la obra creadora propia de cada uno de los evangelistas», para retomar la expresión de Alain Marchadour en su artículo «Les Évangiles: survol d’un siècle de recherches» (publicado en Études , tomo 405/3, de septiembre de 2006).
En realidad, un examen historicista borra las diferencias, oculta las asperezas y nivela el discurso. Recordemos, si es necesario, que, sin estas cuatro relaciones evangélicas de estilos y verbos diversos, no habría aproximaciones religiosas diferentes. Como ocurre siempre en la historia, los textos relatan el pasado, pero siempre lo hacen de forma diferente (tanto Saint-Simon como la marquesa de Sévigné, por ejemplo, nos hablan de la corte de Versalles, es decir, de los mismos lugares y de las mismas personas, pero lo hacen con una visión distinta y complementaria). Lo importante es saber leer con sentido analítico y crítico.
El historiador no debe plantearse, en el caso que nos ocupa, la cuestión personal «soy o no soy creyente». La vida de Jesús es conocida a partir de los textos escritos por hombres que no veían en él sólo a un ser humano, sino a alguien vinculado con la tradición de los profetas. El historiador tiene derecho a rechazar todas las teorías que no se ajusten a sus planteamientos; sin embargo, debe reconocer que en Palestina se produjo, hace unos dos mil años, un acontecimiento de enorme importancia: un hombre fue crucificado y murió, y posteriormente otros hombres, siguiendo la búsqueda de un ideal, de una interioridad, de una espiritualidad, de un fervor compartido, se adentraron por la senda de sus doctrinas.
Cualquier estudio debe realizarse sin deseos de polemizar —con la mirada del creyente, si es el caso, o con una mirada distante si se participa de una opción espiritual ajena, indiferente o se carece de ella—, pero sin omitir las numerosas preguntas que la cuestión ha suscitado siempre.
La postura del historiador exige que se tenga en cuenta la verdad histórica contenida en los textos; la misma que obliga a contrastar las informaciones, a desarrollar nuevas investigaciones —indagaciones— arqueológicas y, más aún, a constatar que, en este caso, después de la muerte de Jesús el mundo ya no volvió a ser como había sido antes. Desde ese momento se fue organizando en torno a una vida y un mensaje.
¿Es posible desvelar el misterio?
¡Misterio eterno el de Jesús! ¡Eternos enigmas los del cristianismo! Cuestiones que han estado sometidas, hasta hoy día al menos, a todo tipo de interrogantes, porque Jesús y la religión cristiana siguen estando en el centro del humanismo occidental, incluyendo en ese concepto el pensamiento ateo, dado que el ateísmo se desarrolla en oposición a la existencia de cualquier movimiento religioso y rechaza la idea de Dios y del mensaje traído a la tierra por el hijo del Altísimo.
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