Los niños comienzan por amar a los padres.
Cuando ya han crecido, los juzgan, y, algunas veces, hasta los perdonan.
L O QUE APORTA VIVIR CON ADOLESCENTES
Adolescencia, un pasado que se desvanece,
un presente en cambio, un futuro imprevisible.
P latón hablaba de la adolescencia como «una etapa de excitabilidad excesiva». Aristóteles, como una de «carácter irascible y apasionado». Sócrates, «gusta de lujo y es maleducada». Hesíodo, «insoportable, desenfrenada y horrible». Erickson, «un estadio de moratoria psicológica». Y fue Rousseau quien la definió como un «periodo de desorden previo al nuevo orden».
Es un periodo inmoderado en sus deseos, de difícil autodominio, de incontenibles impulsos y de incapacidad en muchos casos para diferir gratificaciones. Se caracteriza por un desafío a las normas sociales, narcisismo, egoísmo y megalomanía. Una etapa vital de eclosión, de erupción, de incomprensión mutua; una, desde mi perspectiva, preciosa, de aventura psicológica, de búsqueda de lo inexplorado, de inocencia y sabelotodo, de ternura y respuesta arisca, de risas sin ton ni son, de postureo, de prepotencia y desvalimiento.
Los adolescentes se sienten el centro de atención, buscan el placer y la satisfacción de manera inmediata; tienen poca tolerancia a la frustración, son muy consumidores —en una estructura social consumista dirigida a ellos: modas, ocio, noche— y sensitivos —cuerpo, sonido, imagen—.
Te invito a pasar de las preocupaciones a las soluciones, a educar sin miedo, a relativizar los contratiempos.
La capacidad para precisar los problemas, para delimitarlos, los hace mucho más manejables.
Convivir con un adolescente es una misión posible, partiendo de que gustan más de ser estimulados que instruidos, que tienen derecho a equivocarse, que su genio es vivo y su juicio débil. Eduquemos con ilusión y sin culpabilidad, cuidándonos a nosotros mismos para cuidar al adolescente. Desde el bello reto de educar, vamos a señalar los valores esenciales que hemos de transmitir, destacaremos lo que de positivo aporta vivir con adolescentes y también plantearemos qué esperan ellos de nosotros.
Desde estas páginas desterraremos miedos y mitos, y aportaremos las claves para comunicarnos desde la tranquilidad y la seguridad. Abordaremos los objetivos que plantea la adolescencia en la sociedad actual, y cómo empatizar, comprender y ayudar, al tiempo que se gestionan los seguros conflictos.
El desafío está en fomentar su autonomía personal, su libertad, a la vez que se establecen límites que han de ser respetados. Nos encaminamos hacia un adulto joven, veamos cómo evoluciona la mente de un adolescente y valoremos su identidad y personalidad.
Para terminar este prólogo, ¿qué pensabas, qué sentías cuando eras adolescente? Desde la primavera de mi vida hasta el otoño de la misma, siempre he estado con adolescentes, tratado a adolescentes, reído con adolescentes, llorado con ellos. Son varias generaciones. Me han interesado, los he escuchado, observado, hablado. En despachos, en acampadas, en colegios, en residencias. Normalizados, traumatizados. Una vida. Escribo sabiendo de lo que hablo. La adolescencia ha sido, es y será mi pasión como psicólogo y como persona.
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E L AYER Y EL HOY DE LA ADOLESCENCIA
Abramos la ventana del presente para dejar entrar el aire del futuro .
N o h ace tanto que la infancia se dilataba y, sin embargo, la adolescencia era una fase breve, intensa, de erupción, justo antes de desempeñarse como aprendiz o ponerse a trabajar, u otros iniciaban el estudio. Digamos que estaba muy acotada en el tiempo, hablaríamos de los catorce a los dieciséis años. Añádase que antes la autoridad ostentada por los adultos era muy marcada, ya fuera en el hogar, en la escuela o en el trabajo. Hablamos de épocas de austeridad y a veces de penuria donde los hijos, en muchas ocasiones, debían ayudar a la supervivencia de los miembros familiares. Es más, al abandonar la adolescencia, el joven se incorporaba al servicio militar y, o bien se quedaba en las zonas rurales cuidando las tierras y el ganado, o emprendía camino a las grandes ciudades.
La presión social que se ejercía sobre la ciudadanía obligaba a los adolescentes a tener unas conductas calladas o, en todo caso, expresadas a la sordina. Y es que la potestad primordialmente del padre era, en general, incuestionable e innegociable.
No olvidemos recordar que el cinturón y la zapatilla se utilizaban con bastante frecuencia para atemperar las conductas disruptivas, pues la rebeldía no entraba ni en la forma de pensar. No negamos que existiese la adolescencia, pero sí atestiguamos que pasaba en un espacio temporal breve y conductual poco agudo.
Durante siglos los adolescentes se obsesionaban con ser adultos; en este la obsesión se ha invertido. En la actualidad, el tiempo de la infancia se ha acortado sobremanera, y, por el contrario, el de la adolescencia, que se inicia muy pronto, se ha alargado de forma casi indefinida. Hoy podemos hablar de adolescencia con doce años y llegar a más allá de los veinte.
La pubertad está comenzando mucho más temprano —la edad de inicio en niñas y niños ha descendido tres años en el transcurso de los últimos dos siglos— debido en gran medida a las mejores condiciones de salud y nutrición. Bien es cierto que hasta los endocrinos están sorprendidos y preocupados por cómo baja la edad en que las niñas pudieran ser madres. El problema estriba en que una cosa es el desarrollo físico y otro bien distinto el emocional.
Según la Organización Mundial de la Salud, la adolescencia es el periodo comprendido entre los diez y los diecinueve años. Se clasifica en primera adolescencia, precoz o temprana, de diez a catorce años; y en segunda o tardía entre los quince y los diecinueve.
Algo que nos preguntamos hoy todos es cuándo acaba la adolescencia. Porque se está haciendo interminable. A su estiramiento contribuye una sociedad consumista que busca ya en los niños que compren o hagan adquirir, que usen y tiren. Añádase la dificultad para independizarse al no conseguir un sueldo digno y resultar quimérico vivir de alquiler.
El final de la niñez es prematuro, pues se está potenciando que los niños sean o parezcan adultos en programas de televisión, los youtubers . Pero es que, además, unos padres muy democráticos se encuentran a gusto conviviendo con sus hijos, si no entramos en detalles. Tanto es así que cuando los descendientes abandonan el hogar se habla del nido vacío. Ítem, los niños y adolescentes se sienten hoy empoderados, sujetos de derechos y conocedores de que son un tesoro numérico.