César Lozano - Cuando echarle ganas no es suficiente: Aprende de las pérdidas y retoma el camino

Cuando “echarle ganas” no es suficiente

Edición en formato digital: septiembre, 2022

D. R. © 2022, César Lozano

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ISBN: 978-607-382-211-4

Composición digital:
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L o peor de pensar mucho, es pensar para mal. Esta maravillosa capacidad de tener pensamientos puede convertirse en nuestra peor tragedia, al imaginar drásticos escenarios ante diversas circunstancias. El tan nombrado “Y si…”: “Y si no nos va bien en el negocio”, “Y si me enfermo”, “Y si mi hija se casa con...”, “Y si no se casa”. La lista podría ser interminable por las múltiples posibilidades que tenemos ante lo impredecible. Como resultado llega la ansiedad que puede convertirse en una enfermedad crónica.

Si vemos a un niño menor de siete años jugar nos daremos cuenta de que, desde su inocencia, no ha aprendido a intentar prever el futuro o a preocuparse por lo que sucederá o no sucederá. Un niño de esa edad se pelea en la escuela, se va a su casa y, literalmente, se olvida de lo sucedido. Si recuerda algo, no suele darle mucha importancia.

En mi caso empecé a preocuparme después de los siete años. Sentía que no era tan inteligente para contestarle correctamente a la maestra sin ser presa de las burlas de mis compañeros que, casi siempre, inician en esa misma etapa. Antes de esa edad un niño se cae y los demás no se ríen, voltean, difícilmente se conmueven al grado de querer ayudarle a levantarse, pero no se burlan, no existe el bullying en etapa pre-escolar; sólo algunos niños, por no saber canalizar ciertas cosas, las expresan con agresividad. El que un niño aprenda a burlarse de otro tiene que venir de alguna parte, por lo general, de su misma casa y de lo que se le permite ver en películas, caricaturas o series.

Por increíble que parezca, recuerdo perfectamente el miedo que sentía después de los siete u ocho años por no tener la capacidad de algunos de mis mejores amigos del colegio. No sé a quién se le ocurriría la idea de entregar las calificaciones mensuales en orden, del promedio más alto al más bajo. ¡Imagínate la vergüenza de no escuchar tu nombre dentro de la primera mitad de la lista! Sentía que el tiempo se volvía eterno y que todas las miradas de mis compañeros de primaria y, posteriormente de secundaria, iban dirigidas a mi persona. Tampoco era de los últimos, pero sí de los de en medio. Calificaciones de 8 o, cuando mucho, 8.5.

Lo mismo sucedía cuando el profesor de educación física, con cero conocimiento en desarrollo humano o autoestima —que, dicho sea de paso, en mi infancia ni se mencionaban estos temas como ahora— pedía que todos nos pusiéramos de pie y pasaba al frente a los que mejor jugaban futbol, entre los que obviamente yo no me encontraba. Ellos fungirían como capitanes y elegirían a quienes deseaban tener en sus equipos. Mientras todos nos manteníamos de pie, los capitanes iban eligiendo de los mejores a los peores. Casi siempre yo estaba al final de los elegidos. Ahora que ha pasado el tiempo me pregunto si no habría otra forma más adecuada y menos traumatizante para elegir o distribuir los equipos.

Desde entonces me di cuenta de que yo pertenecía al grupo de niños que pensaba mucho las cosas porque, de tanto pensar llegué a muchas conclusiones absurdas como: “Si no soy lo suficientemente bueno en matemáticas o química, no seré alguien importante en la vida” o “Si no soy elegido al inicio, como uno de los mejores para jugar con el que mejor lo hacía, no tendré aceptación en el futuro”. Al pasar el tiempo pensaba mucho en si iba a exentar un examen final o no iba a pasar el año escolar.

Me convertí en joven y pensaba en lo que podría pasar por la cabeza del maestro que me veía feo cuando pasaba a mi lado. Me dolía cuando no me invitaban a una fiesta a la que sí irían varios de mis amigos. ¿Qué hacía? Pensaba y pensaba en las razones por las cuáles sucedían esas cosas. Pensaba mucho las razones por las que Mariana nunca quería bailar conmigo en los bailes a los que asistíamos. Mariana siempre me decía que no tenía ganas de bailar cuando, después de pensar mucho, me había atrevido a acercarme a invitarla. “Estoy cansada”, me decía. Obviamente rodeada de sus amigas que se reían ante la negativa y mi insistencia, sumadas a las risas de mis amigos que en un principio me animaron a sacarla a bailar.

Pensaba y pensaba sobre la razón por la cual a Mariana se le quitaba el cansancio, minutos después, cuando Rogelio la invitaba a bailar, o también cuando Arturo la invitaba. Y luego, de bruto, volvía a pedirle que bailara conmigo y obtenía la misma negativa. ¿Qué hacía? Pensaba y pensaba las posibles razones que tenía para no bailar conmigo. Así pasé la mayor parte de mi vida, pensando mucho las cosas.

Conforme ha pasado el tiempo me doy cuenta de que no soy el único con tan nefasto hábito. He conocido a mucha gente que, por pensar tanto las cosas, no se atreve a iniciar un negocio que puede ser el principio de su independencia financiera. Amigos y conocidos que piensan y piensan sobre los cambios que deberían hacer en sus vidas, pero no los hacen por miedo a salir de la zona de confort , que, por cierto, de confortable no tiene nada, porque desde el momento en que no estás feliz en donde estás, con quien estás o en lo que haces, significa que necesitas urgentemente un cambio.

Prefiero cambiar el término de zona de confort por zona de evitación :

Evito el cambio por lo que puede representar en mi vida.

Evito hablar para no herir susceptibilidades.

Evito opinar para no ser protagónico y que las miradas volteen hacia mí.

Evito una propuesta de mejora por la responsabilidad que conlleva.

Prefiero evitar para no meterme en broncas y agrego la frase tranquilizadora: “Más vale bueno por conocido, que malo por conocer.”

Con todo lo que he dicho hasta el momento y lo que voy a decir, no quiero restarle importancia a la capacidad que tenemos de prever riesgos y analizar los mejores escenarios ante lo que vivimos. Pero lo cierto es que hemos exagerado a tal grado que vivimos en un continuo estrés por pensar y pensar las cosas, sobre todo, para evitar el sufrimiento.