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Josep Brugada - La salud del corazón

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Josep Brugada La salud del corazón
  • Libro:
    La salud del corazón
  • Autor:
  • Editor:
    RBA Libros
  • Genre:
  • Año:
    2019
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La salud del corazón: resumen, descripción y anotación

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Las enfermedades cardiovasculares son la principal causa de muerte en occidente. ¿Sabías que la mayoría de los riesgos dependen de ti? Aprende a prevenirlos y a distinguir lo que son desajustes naturales sin importancia del pulso cardíaco de las verdaderas señales de alarma. El doctor Brugada, considerado uno de los mejores cardiólogos del mundo y también un gran divulgador, hace accesible para todos el complejo campo de la salud del corazón.

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La salud del corazón - image 1

Dr. Josep Brugada Terradellas

La salud del corazón

La salud del corazón - image 2

© Josep Brugada Terradellas, 2019.

© de esta edición: RBA Libros, S.A., 2019.

Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

rbalibros.com

Primera edición: junio de 2019.

ref.: odbo538

isbn: 978-84-9187-451-5

depósito legal: b.13.224-2019

Coordinadora de la colección: Laura González Bosquet.

Redacción: Pablo Cubí del Amo.

dâctilos • preimpresión

Impreso en España • Printed in Spain

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito

del editor cualquier forma de reproducción, distribución,

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a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro

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Todos los derechos reservados.

CONTENIDO

Introducción

El estudio del corazón es una asignatura muy compleja, por lo que muchos cardiólogos nos especializamos en un área determinada. En mi caso, escogí la electrofisiología cardíaca, que estudia los aspectos relacionados con el sistema eléctrico que permite al corazón contraerse y bombear. En mi consulta trato sobre todo problemas de arritmias. No hace mucho, tuve un paciente de 41 años que practicaba deporte con regularidad y cuyo corazón latía desacompasadamente. El procedimiento que le realicé no reviste mayores problemas, ya que lo he hecho cientos de veces. Más adelante lo veremos. Pude solucionarle el problema de manera ambulatoria y en apenas unos minutos. En cuanto acabé y cuando el paciente estaba a punto de salir de la consulta, me preguntó cuándo podía empezar a entrenar otra vez. «¿Qué tipo de entrenamiento?», le dije. Me contestó que quería prepararse para una carrera de cien kilómetros de recorrido que se celebraba en unos meses. Lo miré sorprendido y le recordé que el corazón le había dado un aviso; sería por alguna razón. Le aconsejé que se planteara si era conveniente someterlo a según qué esfuerzos.

Explico esta anécdota como ejemplo de una de las muchas razones por las que creo que este libro puede ser útil al lector. La cardiología es una de las dos grandes especialidades de la medicina en las que la participación del paciente es fundamental. La otra es la oncología. En toda especialidad existe una parte importante de prevención, pero en la cardiología es donde se hace más evidente. En temas de corazón hay un factor fundamental: nosotros, como pacientes, desarrollamos un papel tanto o más importante que el médico. Así de claro. Hay un montón de factores de riesgo evitables y que dependen de nosotros exclusivamente.

Los factores fijos y los modificables

En medicina decimos que hay una serie de factores que determinan el riesgo de padecer enfermedades. Algunos no dependen de nosotros, como los genéticos. La herencia es la que es y a cada uno le toca lo que le toca. Por ejemplo, la enfermedad congénita de un recién nacido es un factor de mala suerte. Un recién nacido no ha hecho nada malo y, probablemente, su padre o su madre tampoco para tener que asumir ese castigo. Es simplemente uno de esos factores que, hoy por hoy, no podemos controlar.

Otro factor de riesgo no modificable es la edad. Sabemos que con la edad las enfermedades cardíacas aumentan y no podemos hacer nada para evitarlo. Como tampoco podemos hacer nada respecto al factor de género. Así, los hombres tienen más riesgo de sufrir infartos y las mujeres poseen una variable hormonal que las protege.

Pero también hay factores que sí dependen totalmente de la persona. Son factores modificables, algunos a partir del tratamiento y otros gracias a la prevención. Los primeros son aquellos que podemos diagnosticar y que requieren una actuación concreta, que, si se sigue, evitará riesgos. Son los tratamientos que se administran a pacientes con la presión arterial alta (hipertensión), problemas para metabolizar el azúcar (diabetes) o exceso de colesterol en sangre (hipercolesterolemia). Aunque es verdad que todas estas enfermedades tienen a su vez un factor no controlable por nosotros. Una persona puede tener hipercolesterolemia familiar, que no es provocada por una mala alimentación sino por una genética que hace que su colesterol sea alto. Pero ¿puedes hacer algo al respecto? Claro que sí. Puedes evitar sumar a ese colesterol que ya estás fabricando en grandes cantidades más colesterol extra con una dieta poco equilibrada. Asimismo, si eres diabético, no eres culpable de padecer la enfermedad, pero sabes que, si no sigues unos hábitos alimenticios correctos, se descontrolará el nivel de azúcar en sangre y tendrás más riesgos para tu salud. Lo mismo pasa con la hipertensión. Si haces un poco de ejercicio físico, te cuidas y controlas el consumo de sal, sabemos que como mínimo vas a evitar que empeore tu situación. Tu hipertensión no se curará, pero tampoco aumentará. Es más, probablemente no necesitarás tanta medicación y te encontrarás mejor. Por tanto, el tratamiento de todas esas enfermedades es el resultado de una combinación de elementos.

Por otro lado, existen unos factores que son puramente responsabilidad de la persona. Tú decides si fumas o no. Si no fumo, tengo un riesgo medio de padecer una enfermedad cardiovascular; si fumo, estoy multiplicando ese riesgo por dos, por cuatro o por cinco, aunque dependerá de la cantidad y del tipo de tabaco consumido y también de otros factores propios de cada persona. No todas las personas que fuman un paquete de cigarrillos diario tienen exactamente el mismo riesgo. Esa es una de las excusas a las que se agarran los tabaquistas para defender su causa: «Mirad a Santiago Carrillo, que vivió hasta los noventa y cinco años y al final de su vida aún fumaba». No les vamos a quitar la razón. Es obvio que debía de tener una genética particular o algún otro factor personal que desconocemos que hacía que, efectivamente, el tabaquismo no le afectara en su longevidad. Pero la realidad estadística es que el tabaquismo es el factor individual evitable en la sociedad que más mata. Si erradicáramos el tabaco, la tasa de mortalidad actual descendería en un 10% o un 15%. Así de simple. Y no sería solo por una reducción de la incidencia de los casos de infarto entre la población, sino también por la disminución de diagnósticos de cáncer y de EPOC (enfermedad pulmonar obstructiva crónica) y de otras enfermedades directamente afectadas por el tabaco.

Un último factor es si hago ejercicio o no. Yo asumo si quiero dedicar un poco de tiempo, apenas media hora o tres cuartos de hora diarios a caminar, a mantenerme en forma y a reducir el sedentarismo. Sobre esta cuestión quizá haya que apuntar también el hecho de que estamos llegando a un extremo en el que un factor positivo se está convirtiendo en un perjuicio. En este sentido, el ejemplo que ponía al principio es significativo. Actualmente asistimos a una especie de locura por los maratones o los medio maratones, que no están pensados para todo el mundo. Por esa razón, es necesario explicar a la gente que para disfrutar de una vida saludable hay que practicar ejercicio de forma moderada, sin estresarse, seguir una dieta sana y relacionarse con los demás.

Es una cuestión de voluntad

Lo triste es que la mayoría de las veces no es el desconocimiento el que hace que no se tomen estas decisiones personales, sino la falta de voluntad. Una parte significativa de la población se niega a hacer aquello que las autoridades sanitarias le recomiendan. Por eso creo que, probablemente, tenemos que cambiar de estrategia. Hay que dejar de hablar de prohibir y de utilizar conceptos negativos, dar la vuelta al discurso y plantearlo de forma positiva. Es decir, se trata de hacer salud. De este modo no diremos «evita la enfermedad», porque contra ese argumento siempre existe la justificación de que no todas las personas van a caer enfermas.

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