En este libro se recogen una serie de opiniones sobre temas de salud y bienestar y se exponen ideas, tratamientos y procedimientos que pueden ser arriesgados o ilegales si se practican sin la debida supervisión médica. Estas opiniones reflejan las investigaciones e ideas del autor o de aquellos cuyas ideas el autor presenta, pero no pretenden sustituir los servicios de un profesional sanitario cualificado. El lector debe consultar con su médico antes de someterse a ninguna dieta, tomar ningún fármaco o emprender ningún régimen de ejercicio. El autor y el editor declinan toda responsabilidad por cualquier efecto perjudicial que resultara directa o indirectamente del uso de la información contenida en este libro.
Por favor, lector, no hagas la tontería de matarte. Nos harías a los dos muy desgraciados. Consulta a un médico, abogado o especialista con sentido común antes de hacer nada que leas en este libro.
A todos mis «compañeros de camino», que seáis una fuerza de bien en el mundo y veáis lo mismo en vosotros.
Introducción
El verdadero viaje no consiste en ver cien países distintos con el mismo par de ojos, sino el mismo país con cien pares de ojos.
M ARCEL P ROUST
Albert dijo gruñendo:
—¿Sabes lo que les pasa a los chavales que preguntan demasiado?
Mort pensó un momento y dijo:
—No. ¿Qué?
Hubo un silencio.
Albert se irguió y contestó:
—Que me aspen si lo sé. Seguramente obtienen respuestas y se las merecen.
T ERRY P RATCHETT, Mort
Para explicar por qué escribí este libro he de empezar diciendo cuándo lo escribí.
El año 2017 fue un año raro para mí. Los primeros seis meses fueron como una lenta incubación y luego, en cuestión de semanas, cumplí cuarenta años, mi primer libro (La semana laboral de 4 horas) cumplió el décimo aniversario, varias personas de mi entorno murieron y conté en público por qué estuve a puntito de suicidarme en la universidad.
A decir verdad, nunca pensé que llegaría a los cuarenta. Mi primer libro lo rechazaron veintisiete editoriales. Había dado por supuesto que las cosas que iban saliendo bien no iban a funcionar, así que en mi cumpleaños me di cuenta de una cosa: no sabía qué hacer a partir de los cuarenta.
Como suele ocurrir cuando nos hallamos en una encrucijada —cuando acabamos la carrera, cuando entramos en la crisis de los veinte, en la de los cuarenta, cuando nuestros hijos echan a volar, cuando nos jubilamos—, empecé a hacerme muchas preguntas.
¿Buscaba lo que de verdad quería o sólo lo que creía que debía buscar?
¿Cuántas cosas me había perdido en la vida por planearlas demasiado o demasiado poco?
¿Cómo podía tratarme mejor a mí mismo?
¿Cómo podía alejarme del mundanal ruido y empezar a vivir las aventuras que deseaba vivir?
¿Cómo podía replantearme mi vida, mis prioridades, mi visión del mundo, mi puesto en el mundo y mi trayectoria por el mundo?
¡Muchas preguntas! ¡Sobre todas las cosas!
Una mañana me puse a anotar las preguntas conforme se me ocurrían, esperando aclararme un poco. Pero sucedió lo contrario: que empecé a ponerme nervioso. La lista era abrumadora. Presa del vértigo, dejé de escribir y aparté los ojos del papel. Y entonces hice lo que hago muchas veces, cuando he de tomar una decisión que afecta a mis negocios o a una relación personal o a lo que sea: me hice una pregunta que me ayuda a responder muchas otras...
¿Cómo sería esto si fuera fácil?
«Esto» podía ser cualquier cosa. Aquella mañana era responder a una larguísima lista de grandes preguntas.
¿Cómo sería esto si fuera fácil? es una pregunta muy engañosa. Es fácil convencernos de que las cosas tienen que ser difíciles, de que si no nos esforzamos al máximo, no estamos esforzándonos lo suficiente. Esto nos lleva a buscar los caminos más arduos y a crearnos dificultades innecesarias.
Pero ¿qué pasa si nos tomamos las cosas como si fueran sencillas en lugar de difíciles? A veces, obtenemos grandes resultados relajándonos en lugar de esforzarnos. A veces, «resolvemos» el problema porque nos lo tomamos de otra manera.
Y aquella mañana, mientras escribía esa pregunta, ¿Cómo sería esto si fuera fácil?, se me ocurrió una idea. El 99 por ciento de lo que había escrito era inútil, pero quedaba una posibilidad...
¿Y si reunía a una tribu de mentores que me ayudaran?
Concretamente: ¿y si les hiciera a una serie de personas excelentes las mismas preguntas que yo quería responderme solo, o consiguiera que me orientaran?
¿Funcionaría? No lo sabía, pero sí sabía una cosa: si lo fácil fallaba, lo difícil siempre estaría ahí, esperándome. Complicarse la vida nunca cuesta.
Así pues, ¿por qué no probar una semana el camino sencillo?, me dije.