C ontenido
Para Lila y Henry Gleitman,
generosos de corazón e intelecto
tenía el futuro bien trazado. Había crecido en el campus de una famosa escuela preparatoria en New Hampshire, en la que mi padre presidía el departamento de literatura. Me gradué de la Universidad de Columbia con títulos en literatura y en psicología. Asistí a la Universidad de Pensilvania a cursar el posgrado, obtuve una beca de la National Science Foundation ( NSF ), y concluí mi maestría y mis clases de doctorado en psicología cognitiva.
Pero me harté justo antes de terminar la tesis. Tomé un sabático, abandoné Pensilvania, me casé y me mudé a un pequeño pueblo de Montana. Para sorpresa de nadie, mi beca de la NSF no cubría experimentar con la adultez al otro lado del país, así que necesitaba dinero. Mi hermano Howard, un jugador profesional de póker que para ese entonces había llegado a la mesa final de la Serie Mundial de Póker (World Series of Poker), sugirió que me diera una vuelta por las mesas de póker legales en Billings. La sugerencia no fue tan arbitraria como puede parecer. Crecí en una fa milia competitiva y aficionada a los juegos, y Howard ya me había invitado a pasar algunas vacaciones en Las Vegas, que yo no habría podido pagar con mi salario. Lo había visto jugar y yo misma había jugado en algunos juegos de apuestas bajas.
Me enamoré del póker de inmediato. No fueron los reflectores de Las Vegas lo que me engatusó, sino la emoción del juego y de poner a prueba mis habilidades en un sótano de un bar de Billings llamado Crystal Lounge. Tenía mucho que aprender, pero me emocionaba hacerlo. Mi plan era ganar un poco de dinero durante esta pausa en mis estudios, seguir en la ruta académica y continuar jugando póker como pasatiempo.
Mi sabático se convirtió en una carrera de veinte años como jugadora profesional de póker. Cuando me retiré, en 2012, había ganado un brazalete de oro de la Serie Mundial de Póker ( WSOP ) un Torneo de Campeones de la WSOP , y el NBC National Heads-Up Championship, y gané más de cuatro millones de dólares en premios de los torneos. Howard, por su parte, ganó dos brazaletes de la WSOP , un par de títulos del Hall of Fame Poker Classic, dos campeonatos del World Poker Tour y más de 6.4 millones de dólares en premios.
Decir que me desvié del camino académico podría parecer una subestimación. Pero muy pronto me di cuenta de que no es que me haya alejado de la academia tanto como que me mudé a un nuevo laboratorio para estudiar el modo en el que las personas aprenden y toman decisiones. Una mano de póker toma cerca de dos minutos. A lo largo de esa mano puedo estar ante cerca de veinte decisiones, y cada mano termina con un resultado concreto: o gano o pierdo dinero. El resultado de cada mano me ofrece retroalimentación inmediata sobre qué tal están resultando mis decisiones. Sin embargo, se trata de un tipo de retroalimentación engañosa, porque ganar y perder son señales imprecisas de la calidad de las decisiones. Uno puede ganar por suerte y perder otras por falta de suerte. En consecuencia, es difícil hacer uso de toda esa retroalimentación para aprender.
La idea de que unos rancheros canosos en Montana me quitaran sistemáticamente mi dinero en la mesa de póker me obligó a hallar maneras prácticas de resolver este enigma del aprendizaje; era eso o quedar en bancarrota. Al inicio de mi carrera tuve la suerte de conocer a algunos jugadores de póker excepcionales y aprender sus maneras de lidiar no solo con la suerte y la incertidumbre, sino también con la interacción entre el aprendizaje y la toma de decisiones.
Con el tiempo, aquellos jugadores de clase mundial me enseñaron a entender qué es una apuesta en realidad: se trata de una decisión acerca de un futuro incierto. Las implicaciones que tiene tratar las decisiones como apuestas me facilitó descubrir oportunidades de aprendizaje en ambientes inciertos. Descubrí que tratar las decisiones como apuestas me permitía evitar las trampas comunes de las cesiones, aprendía de los resultados de una manera más racional y mantenía las emociones fuera del proceso tanto como fuera posible.
En 2002, gracias a que Erik Seidel, mi amigo y un jugador superexitoso de póker, declinó acudir a dar una plática, un administrador de fondos financieros me pidió que le hablara a un grupo de agentes de bolsa y compartiera con ellos algunos consejos del póker que podrían aplicarse al mercado de valores. Desde entonces he hablado ante grupos de profesionales de todo tipo de industrias, mirando a fondo desde la perspectiva que obtuve en el póker, afinándola constantemente y contribuyendo a que otros la apliquen a las decisiones que toman dentro de los mercados financieros, la planeación estratégica, los recursos humanos, la ley y las iniciativas empresariales.
La buena noticia es que podemos encontrar soluciones prácticas y estrategias para sortear las trampas que se encuentran entre las deci siones que nos gustaría tomar y la puesta en práctica de esas decisiones. La promesa de este libro es que, al pensar como si apostáramos, tomaremos mejores decisiones en nuestra vida. Podremos ser mejores separando la calidad de los resultados de la calidad de las decisiones y descubrir el poder que tienen las palabras «No estoy convencido», aprender estrategias para planear el futuro, tomar decisiones de manera menos visceral, crear y mantener grupos de colegas que también buscan la verdad para mejorar nuestro proceso de toma de decisiones y trabajar con nuestros yos del pasado y del futuro para tomar menos decisiones regidas por la emoción.
Yo no me transformé en una tomadora de decisiones siempre racional y libre de emociones al pensar en términos de apuestas. Seguí cometiendo (y cometo) muchos errores. Los errores, las emociones y las pérdidas son todas cosas inevitables, porque somos seres humanos. Pensar en apuestas me acercó a la objetividad, la precisión y la apertura de mente. Ese movimiento se va incrementando con el paso del tiempo hasta provocar cambios significativos en nuestras vidas.
Así que este no es un libro sobre estrategias de póker o sobre apuestas. En cambio, sí trata sobre las cosas que el póker me enseñó acerca del aprendizaje y la toma de decisiones. Las soluciones prácticas que aprendí en esas habitaciones llenas de humo en las que jugaba póker resultaron ser estrategias muy buenas para quien quiera ser un mejor tomador de decisiones.
Pensar en términos de apuestas comienza con reconocer que hay exactamente dos cosas que determinan el resultado de nuestras vidas: la calidad de las decisiones que tomamos y la suerte. Aprender a reconocer la diferencia entre las dos es justamente de lo que se trata pensar en apuestas.
de la historia del Super Bowl sucedió en los últimos segundos del Super Bowl XLIX en 2015. Los Halcones Marinos de Seattle, con veintiséis segundos en el reloj y abajo por cuatro puntos, tenían el balón en segunda oportunidad y gol en la yarda uno de los Patriotas de Nueva Inglaterra. Todos esperaban que el entrenador de los Halcones Marinos, Pete Carroll, ordenara dar el balón a su corredor Marshawn Lynch. ¿Cómo no esperar esa jugada? Era una situación de pocas yardas, y Lynch era uno de los mejores corredores de la NFL .