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A Yanitsa y Nicolás, iris y pupila de mi visión.
A Pedro Luis y María Angélica, in memoriam .
PREFACIO
Sin cuerpo físico no hay alma. Sin alma no hay evolución.
Pero el alma no sólo necesita un cuerpo físico que la reciba para encarnar y le dé un lugar en el mundo, también requiere una estructura llamada cuerpo sutil, la energía que sostiene y genera el funcionamiento de todo tu organismo: glándulas, sistemas, órganos, tejidos, células, moléculas y partículas cuánticas. Sólo entonces la vida es posible.
Desde la antigüedad, muchos investigadores, médicos y personas sabias se han dedicado al conocimiento de la energía sutil, lo han registrado y custodiado como herramienta de curación, transformación y evolución. Algunos manuscritos se perdieron a lo largo del tiempo o fueron destruidos por guerras de conquista y dominación; pero otros aún se conservan con la simbología ancestral que les dio origen, además del conocimiento inherente en la tradición oral. Por ello, existen tantas interpretaciones acerca de los chakras como tantas culturas alrededor del planeta. Sin embargo, hay puntos de convergencia en los que coincide esa variedad de conocimientos: el funcionamiento orgánico de todo ser vivo está generado por un cuerpo sutil compuesto por la energía kundalini, los nadis y los chakras.
Este libro tiene la intención de que conozcas la energía de tu cuerpo, no como algo extraño a ti mismo, sino para que, de manera consciente, lo honres. Ése con el que naciste, el que te permite crecer, evolucionar, aprender y envejecer.
Para estar vivo necesitas algunos atributos de la conciencia: valentía, aceptación y amor. Es aceptarte tal cual eres, con los dones que te fueron otorgados, para entregar al mundo lo mejor de ti; con cualidades físicas que te hacen ser irrepetible, con un diseño único y personalizado. De tal manera que tú seas tú, y que el tú que habita en ti tenga la fuerza de transformar su vida creándose y reinventando una mejor versión de sí mismo cada vez, como resultado y aprecio por lo que siembras.
Por otra parte, este libro también está dedicado en la memoria de todos aquellos que han expuesto su salud y su vida en aras del estereotipo de lo que actualmente se considera “bello”. Si bien es cierto que a lo largo de la historia el ser humano busca acercarse a un estándar estético que lo vincule a su entorno y lo haga parte de su cultura, también es cierto que en ocasiones recurrimos a medidas extremas para lograrlo; recuerdo, por ejemplo, las prácticas de la China medieval para fomentar la belleza femenina: los pies de las mujeres de clase social alta se fracturaban a golpes, desde la infancia, y se vendaban para evitar su crecimiento. Se llamaban pies de loto. Así las mujeres caminaban elegantemente sobre las puntas de sus muñones, como bailarinas de ballet. Esta costumbre fue eliminada en 1949 por considerarse una práctica bárbara y arcaica, cuando finalmente se aceptó que las extremidades fracturadas y vendadas provocaban discapacidades en las mujeres de por vida.
Lejos de practicar el vendado de pies fracturados para ser atractivas, en la actualidad recurrimos a otro tipo de prácticas. ¿Cuál es el estereotipo que se persigue hoy en día? Los senos grandes, bien levantados, la cintura pequeña, las caderas anchas y la nariz respingada, como las muñecas con las que muy probablemente jugaste en la infancia. Es el modelo al que aspiran llegar miles de mujeres jóvenes. Sin tomar en cuenta el riesgo para la salud y la vida misma nos hemos acostumbrado, como algo natural, a la práctica de las cirugías estéticas, convirtiéndose éstas, incluso, en uno de los mejores regalos que los padres pueden dar a sus hijas de 15 años. Sin tomar en cuenta la afección energética que esto conlleva, se nos olvida que el rostro y el cuerpo son el lenguaje del alma.
Así, por ejemplo, en la antigua China (2700-2150 a.n.e.) el arte Miang Xiang, considerado como una ciencia, establece sus fundamentos en la lectura del rostro. Esta filosofía oriental afirma que todo aquello que se manifiesta en el exterior está en el interior y viceversa; por tanto, el rostro es el espejo del alma. Cuando el destino de un ser humano cambia, sus facciones lo hacen de igual manera. En este sentido, una cirugía estética no necesaria (las cirugías estéticas necesarias son las que requiere una persona cuyas facciones quedan desfiguradas a consecuencia de un accidente) puede impactar la psicología, los pensamientos e, incluso, el destino de una persona. Un ejemplo de ello es la experiencia que tuve con una paciente, una mujer exitosa y próspera, cuya suerte cambió drásticamente después de operarse la nariz. Cuando le expliqué que la nariz prominente está relacionada con el éxito y la nariz pequeña y puntiaguda con actitudes infantiles, lo entendió todo. Ahora tiene que esforzarse el doble para lograr sus metas.
Sin embargo, una de las experiencias que más cimbraron mi vida fue haber conocido a Diana, una mujer exitosa y madre de tres hijos. Déjame contarte su historia.
Eran las diez de la noche cuando Alfonso, un paciente que acudía regularmente a mi consulta para su bienestar físico y emocional, me llamó para decirme que su hermana, a quien yo no conocía, estaba internada en el hospital: había muerto durante una operación, y cinco minutos después el cirujano la había revivido. Esa noche, Alfonso estaba en el consultorio del doctor Ramírez, quien solicitó hablar conmigo. Era la primera vez que un especialista me pedía, de manera personal, que fuera a un sanatorio para ayudar a un paciente a salir de estado de coma. “Yo no puedo hacer más —me dijo el Dr. Ramírez—, llegó muy grave y tuve que operarla de emergencia”. Alfonso volvió al teléfono. “Por favor, lo que puedas hacer por ella”.
Llegué al hospital a primera hora del día siguiente. Alfonso me recibió en la entrada y mientras subíamos por el elevador y nos encaminábamos al área de cuidados intensivos, me puso al tanto de la situación: Diana sufría de sobrepeso desde la juventud y por la frustración constante de recuperarlo luego de probar diferentes maneras de bajar de peso: la dieta de la Luna, la dieta de sólo frutas, la dieta de puras grasas, la dieta del ayuno, la dieta verde, la dieta de limpieza hepática… ninguna surtía efecto. Alfonso se acercó para decirme, como si fuera un secreto, que en realidad la inconstancia era la verdadera especialidad de su hermana. Así que ella decidió consultar a un médico, propietario de una clínica especializada en cirujías estéticas. Desde la primera consulta, el cirujano prometió dejarla con una figura de modelo que causaría la envidía de cualquier mujer, y Diana tuvo la certeza de lograr, al fin, el cambio que había buscado durante años. En el área de cuidados intensivos, antes de que me dejaran verla, me lavaron las manos y me vistieron con bata y cubreboca. Tuve que llegar muy puntual: sólo tendría media hora para estar con ella. Inmóvil, con la mirada perdida que impone el estado de coma, me esperaba entre las conexiones que la mantenían viva de manera artificial. “Mira nada más qué manera de conocernos”, le dije, acariciándole la cabeza inerte. Sólo me respondió el silencio. “Sé que puedes escucharme, Diana. ¿Qué puedo hacer por ti?”