Todos los relatos personales
narrados en este libro son veraces.
Sin embargo, a petición de algunas
personas, se han utilizado nombres ficticios.
Prefacio
En cierta ocasión me estaba entrevistando un clarividente en un programa de radio que se retransmitía en la ciudad de Atlanta (EE.UU.). «Usted tiene mucha luz violeta en el aura», comentó.
Cosas como ésta me han sucedido muchas veces desde 1961, año en que comencé a usar la llama violeta. No solo los videntes percibían el color violeta. Yoguis hindúes y monjes budistas nos miraban tanto a mí como a mi finado esposo, Mark, y nos preguntaban de dónde habíamos sacado «todo ese violeta» que había en nuestra aura.
Por supuesto la luz violeta proviene de la llama violeta, tema sobre el que aprendí de Mark. Desde que falleció en 1973, he compartido los secretos de esta llama con miles de personas de todo el mundo. En cuanto los aprendas, también tú tendrás luz violeta en el aura.
La llama violeta es más que luz de ese color. Es una energía espiritual invisible que ven de color violeta quienes han desarrollado la visión espiritual. En siglos pasados, el conocimiento de la llama violeta se revelaba solo a unos pocos elegidos que hubieran demostrado ser dignos de ella. Santos y adeptos de Oriente y Occidente la han utilizado largo tiempo para acelerar su desarrollo espiritual, si bien este otrora conocimiento secreto no se reveló a las masas hasta el siglo xx.
La llama violeta tiene muchas aplicaciones. Nos revitaliza y llena de energía. Puede sanar problemas físicos y emocionales, mejorar relaciones personales y hacer la vida más fácil. Y sobre todo, transforma la energía negativa en positiva, factor que la convierte en una eficaz herramienta para la curación. Hoy día estamos aprendiendo más que nunca sobre el origen mental, emocional y espiritual de las enfermedades. Al transformar pensamientos y sentimientos negativos, la llama violeta proporciona una plataforma para nuestra curación.
Yo la considero el mayor regalo que Dios ha dado al universo. Seguro que estarás de acuerdo conmigo una vez lo pruebes por ti mismo.
La llama violeta cura heridas de vidas pasadas
En mi primer encuentro con Cintia, me contó acerca de su pasado. Cuando tenía dieciséis años casi mata a su padre. Los abusos a que la sometió empezaron a producirse de pequeña, cuando se sentaba en las rodillas de papá mientras éste le peinaba los rizos formando bucles. Pero él quería algo más que jugar. Y le dijo que mataría a ella y a su madre si alguna vez se lo contaba a alguien. Así que nunca lo hizo.
A menudo se despertaba gritando: «¡No, papá!». Su madre jamás movió un dedo, de modo que Cintia creció jugando sola a extraños juegos, a la sombra de un roble junto a la casa de blanca estructura donde vivían, en los suburbios de Illinois. Enterraba sus muñecas Barbie en cajas de zapatos cuidadosamente forradas, marcando el contorno de las tumbas con piedras. Al día siguiente las desenterraba para repetir el ritual.
Una noche de verano Cintia regresó tarde, tras haber andado paseando de la mano de Rick, después de terminar la clase de geometría. Cuando llegó a casa y abrió la puerta, una figura de porcelana pasó volando por su lado y se estrelló en el porche. «¿Dónde has estado?», gritó su padre. Antes de que pudiera subir las escaleras hacia su cuarto, le dio una colosal bofetada, le rasgó con violencia la blusa blanca que llevaba puesta y arrojó por los aires un sujeta libros en forma de manos unidas en oración, que le pasó cerca de la oreja. «¡Que no te vuelva a sorprender con un chico otra vez! ¡Le mataré, y a ti también!».
Cuando Cintia bajó las escaleras de puntillas esa misma noche, maleta azul pálido en mano, podía oír los ronquidos de su padre, que venían de la sala. Entró en la cocina y abrió despacio el cajón con tiradores [agarraderas] de cristal. Él siempre conservaba los cuchillos de trinchar bien afilados. Los miró fijamente y luego observó su sombra. La luz de la luna proyectaba en la pared de enfrente una imagen alargada de sus rizos. Suspiró, cerró el cajón en silencio, asió la maleta y se escabulló por la puerta trasera.
Cintia nunca volvió a ver a su padre. Se marchó a Chicago, obtuvo el graduado escolar [certificado de educación básica], trabajó de camarera para mantenerse durante la etapa universitaria y, más adelante, la contrataron en una empresa de inversiones. Pese a haber progresado rápido en su profesión, sabía que aún no había superado lo que le había acontecido en la niñez.
Pasaba un día al mes «enferma», llorando encerrada en su habitación mientras pensaba en su infancia. Entabló una serie de relaciones que fueron fracasando, y a los treinta y cinco años se encontraba totalmente sola. Al principio pudo hablar de su pasado con un psicólogo, al tiempo que contemplaba el lago Michigan por la ventana del consultorio. Pero aun después de un año de terapia en que había expuesto todos los detalles de su infancia, tratando de buscar maneras de superar los recuerdos, se sentía estancada.
¿Por qué le había sucedido todo eso? ¿Por qué motivo su padre había abusado de ella y su madre lo había permitido? ¿Qué había hecho para merecerlo? Muy en el fondo sentía que debía de tratarse de algo terrible.
Un día, mientras vagaba por las calles inmersa en sus pensamientos, alguien le dio un folleto violeta que decía: «Aprende a utilizar la llama violeta para transmutar recuerdos dolorosos». Era la publicidad de una de mis conferencias. Cintia asistió y escuchó mis explicaciones sobre la llama violeta y los «decretos».
Los decretos son oraciones rítmicas que atraen un tipo de energía espiritual muy poderosa. Esta energía en forma de luz, utilizada junto con la visualización, posee un singular atributo consistente en borrar y transmutar nuestros aspectos negativos.
Transmutar significa variar la forma, apariencia o naturaleza; concretamente quiere decir transformar en algo superior. Quienes acuñaron el término fueron los antiguos alquimistas, los cuales perseguían trocar metales de baja ley en oro, separando «lo denso» de «lo sutil» mediante el calor. Los más espirituales buscaban el método para cambiar el plomo de la energía humana negativa por el oro de la espiritual. Algunos alcanzaron su objetivo al valerse de los secretos de la llama violeta transmutadora.
Con el tiempo los místicos llegaron a conocer el modo de emplear esta energía. Sin embargo, no se enseñó públicamente hasta la década de 1930, cuando Guy y Edna Ballard fundaron la organización religiosa conocida con el nombre «YO SOY». Definieron la llama violeta como «el medio por el cual todo ser humano puede liberarse de su propia discordia e imperfección». Mark Prophet, quien más tarde fundó The Summit Lighthouse, recibió posteriores revelaciones sobre la llama violeta que compartió conmigo cuando empecé a colaborar con él en 1961.
[Volviendo al relato], durante la conferencia que pronuncié, Cintia se sentó en la parte trasera del recinto, desde donde escuchó mis explicaciones y leyó detenidamente los decretos. Permanecía callada mientras el grupo los repetía, vacilando sobre si quería unirse.
Cuando más adelante se decidió a utilizar la llama violeta por primera vez, se encontraba en un sillón de color verde oliva en la sala de su apartamento situado en Lincoln Park. Sus pies descansaban sobre un ejemplar de la revista Vogue, frente a una litografía de la pintora Georgia O’Keeffe. Sostenía el libro en las manos y comenzó a recitar repetidas veces:
YO SOY la llama violeta
en acción en mí ahora.
YO SOY la llama violeta
solo ante la luz me inclino.
YO SOY la llama violeta
en poderosa fuerza cósmica.
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