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El retorno al Camino por segunda
y tercera ocasiones
A Luis Raúl, actor, comediante y amigo,
con quien caminé durante muchos años
por las difíciles sendas del humor.
El Camino de Santiago lo hice de la mano de mucha gente que me ayudó a que mi sueño se cumpliera. En esta etapa del libro le doy las gracias a mi cómplice incondicional: mi esposa, Yéssica Delgado. También a Gizelle Borrero, Fermín Goñi, Ivelisse Valentín, Raúl Martínez, Carlos López, Carmen Portela, Ariana Reyes, Marcos Irizarry, Miguel Arroyo, Chegui Candelario, Ramón Luis Rivera hijo, Ramón Orta, Vanessa Marzán, wiac 740, Ángel Irizarry, Millie González, José Luis Blanco, María del Pilar Gulías, Felipe y Mariló, la familia Marín Soto, y a todos los peregrinos que de una u otra forma tocaron mi vida; a Adriana Rodríguez (HecTours), Humberto Tapia (tolic), y a los comandantes de mi ejército de peregrinos, Jorge Hernández y Aida Cruz; y a mi familia inmediata, pues siempre son la inspiración que me estimula para tratar de ser una mejor persona.
Con la mochila liviana hay que andar por el camino, al encuentro del destino temprano cada mañana. Con la mente abierta y sana se busca otro derrotero. El mundo caminar quiero pletórico de emoción, entonando una canción a paso firme y ligero. | A paso firme y ligero entonando una canción, pletórico de emoción el mundo caminar quiero. Se busca otro derrotero con la mente abierta y sana. Temprano cada mañana al encuentro del destino, hay que andar por el camino con la mochila liviana . |
Cuando Alfonso II, quien era rey de Asturias hace algo más de 1 000 años, promovió la construcción de una capilla allá donde se suponía que estaban los restos de Jacob de Zebedeo (conocido como Santiago el Mayor, el Apóstol Santiago, que con el paso del tiempo dio origen a la catedral que lleva su nombre), yo creo que Silverio ya estaba allí, ordenando piedras en la cantería para edificar los muros, porque el ingeniero, el trovador, el escritor, el motivador, el comunicador, el fallido sacerdote, el padre bueno, el hijo que todos quisiéramos tener, el marido amante, el buen amigo (y muchas otras cosas más —casi todas buenas y algunas excepcionales— que debido a la falta de espacio no puedo reseñar, y bien que me gustaría) ha vivido 10 vidas centenarias y es una especie única de mamífero racional que nos alegra la existencia, aunque él se empeñe en decir en sus emails que es un dinosaurio. Y no lo es, porque la verdadera realidad es otra: Silverio es el Tiranosaurio Rex, el único que queda sobre esta convulsa tierra que nos toca pisar, respirar, vivir.
Si atendiésemos a la etimología de su nombre, Silverio es el hombre que viene de la silva , forma latina para referirse a la selva. Posiblemente así sea, aunque creo que el artista que hace unos meses regresó vivito y coleando, tras hacer su parte del Camino de Santiago, aquella denominada el Camino Portugués , no se llama en realidad Silverio sino Titaniumverio, porque mi querido amigo es una persona (a la vez que un personaje) moldeado en ese metal tan extremadamente resistente: el titanio. Si no fuese así, ¿cómo es posible que lleve viviendo más de 1 000 años, reencarnación tras reencarnación, y cada día parezca más joven? Se queda ahí la pregunta y yo espero que Titaniumverio nos dé algún día la respuesta, sobre todo después de leer, como dice en este maravilloso libro de experiencias, que por fin ha hecho las paces con lo que él mismo llama edad cronológica .
Paso a paso... por el Camino de Santiago no es un libro, ni un DVD : es una experiencia y una confesión en voz alta que a mí me ha hecho pensar y enfadarme a la vez. Les cuento: existe un Camino de Santiago, quizá el más conocido, que sale de Orreaga-Roncesvalles (aunque con mayor precisión la salida está en la bellísima localidad vascofrancesa de Donibane Garazi-Saint Jean Pied de Port) y acaba en la ciudad gallega, unos 800 kilómetros después. Ese camino, que llaman el Francés , lo hacen los caminantes (valga la redundancia) en aproximadamente un mes, lo cual en mi opinión es una heroicidad al alcance de pocos. Su segunda etapa se ubica entre las poblaciones de Zubiri y Pamplona, pero muchos la alargan hasta Zizur (tres kilómetros más adelante).
Y ahí viene mi enfado: desde hace casi tres décadas vivo en Zizur, en una casa cuyo anterior propietario le puso el nombre de Bidea (en lengua vasca, en euskera, “El Camino”). Casi todos los días del año, veo pasar a los peregrinos por delante de mi casa, y muchas veces llaman a mi puerta para preguntar dónde está el albergue en el cual pueden pasar la noche. El albergue está en el enorme jardín de la casa de mi amiga Maribel Roncal (a unos 60 metros de mi casa), un caserío de 1764 que tiene como nombre original Etxeberrikoa (en euskera, “La Casa Nueva”). Allí he visto a Paulo Coelho, a Shirley Maclaine, a Martin Sheen, a famosos y no famosos, a quienes recorren el camino a caballo, a los que van en bicicleta de montaña, a aquellos que van con el amigo más leal: su perro… He hablado con peregrinos australianos, japoneses, estadounidenses, brasileños, uruguayos, rusos, canadienses, coreanos, argentinos, británicos, sudafricanos, suecos, qué se yo con cuántos… Pues bien, mi pecado es que nunca he hecho siquiera una etapa del Camino, y eso es algo que no tiene explicación cabal. Un tercio de los días del año hay personas que llaman a mi casa porque se han perdido y quieren regresar a un punto concreto o me preguntan por la estupenda iglesia románica edificada en el siglo XII (cuando Titaniumverio iba por su segunda vida…), cuya torre estoy viendo ahora mismo cuando escribo estas palabras, porque la tengo exactamente a 40 metros en línea recta. Por eso decía con anterioridad que el libro del trovador Pérez, de mi fraternal amigo Titaniumverio, me ha hecho enfadarme y pensar. Las dos cosas a la vez: vivo en el Camino, soy del Camino, mi vida transcurre en el Camino. Pero no lo he recorrido siquiera parcialmente; la eterna contradicción de los humanos.
Titaniumverio, sí. Me ha ganado (y ya van…) otra vez y puede decir con propiedad, como siempre he escuchado a quienes regresan de Santiago, que es una experiencia que marca la vida. Sea uno creyente o no, sea religioso o no, tenga fe o no. Hacer el Camino es una catarsis, una terapia, una terapia de las buenas, de las naturales, de las bondadosas. Mi fraternal Titaniumverio se enfrentó con esa ilusión que llaman Camino, al término de una catarata de desgracias que se prolongaron hasta el último minuto. Pero, terco como es (a fin de cuentas, ¿qué es un ingeniero? Pues un terco de la ciencia y los procedimientos que resuelve problemas técnicos de los demás), un desafío como cambiar de continente para llegar a Santiago andando no era materia para frenarle los pies. Al contrario, era el estímulo. Y, fiel a su estilo de joven Tiranosaurio Rex, no lo hizo de manera convencional . Qué va. Localizó a un luthier en Estados Unidos, le convenció para que le construyera una miniguitarra, se fabricó una funda y con ese bagaje (y con trillones de toneladas de energía positiva que iba emitiendo su propio cuerpo y el de su esposa, la inigualable Yéssica) se puso a hacer el Camino desde la frontera entre Portugal y España, como quien se enfrenta al reto de conquistar el fin del mundo. Y lo hizo.
A finales de 2013 nos juntamos en un restaurante de San Juan y me dijo que ya tenía editado el documental sobre la experiencia. Nos dijo, a mi esposa Agurne y a mí, que fuésemos a su casita de la montaña para una cena rica (¡tan rica!) que prepararon entre sus chicas: Yéssica y su tía Carmen, Titi Carmen. Luego, Agurne y yo nos tomamos un café fumando un cigarrillo en una de las terrazas y escuchando el canto del coquí. Allí nos enteramos de que esa casa iba a ser su morada por poco tiempo más, y eso nos dio una tristeza enorme. Después el maestro nos llevó a una habitación para ver el documental de esta travesía, en la misma pantalla donde Titaniumverio y yo hemos visto partidos de futbol de la Champions League (es que los dos somos muy futboleros).
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