Gloria Calzada - ¡La edad vale madres!

. Conclusiones

A todas nosotras; las de antes
y las de ahora. Las que vi enen
y las que se fueron.

A las mujeres que viven en mi corazón
en cuyos espejos me re flejé.

A quienes me han regalado algo
de su ser, que hoy es parte del mío.

Al señor del sillón de a l lado
por llegar cuando era perfecto llegar.

¿ De verdad la edad vale madres? Asegurarlo es muy osado. Titular así un libro lo es todavía más, pero a su autora no solo le sobra osadía, le sobran también razones para afirmarlo sin temor. Luego de conocer bien a Gloria Calzada, de disfrutar de sus conversaciones, de verla trabajar llena de energía, de gozarla en viajes, de festejar la vida juntas y hasta de llorar en sus brazos, puedo decir con certeza que la edad es irrelevante. Ella es el mejor ejemplo. No sé ni cuántos años hay de diferencia entre nosotras, en su cercanía esa aritmética no es importante. Con el paso de los años solo la he visto convertirse en una mujer cada vez más completa y más interesante, que generosamente comparte su conocimiento y experiencia.

Cuando se sabe disfrutar plenamente del presente, cuando se es productiva, cuando se cuenta con autonomía emocional y económica, cuando se vive rodeada de amor, la edad no importa. Informarse, capacitarse y abrazar los cambios es crucial. No se trata de ser jóvenes, se trata de estar vigentes. Crecer es transformarse, es una oportunidad para aprender. Hay quien se resigna a envejecer, yo mejor elijo evolucionar, y quiero hacerlo de la mano de personas con las que aprendo y me divierto, como Gloria.

Confío en que la lectura de estas páginas te ayudará a lograr eso que ella hace tan bien: acumular con el tiempo amistades verdaderas, anécdotas y alegrías, no años.

P AOLA R OJAS

(Periodista y conductora de televisión)

L a mujer del siglo XXI es muy diferente de la del siglo anterior. De aquella mujer luchona, empecinada en ganarse un lugar y un reconocimiento en el mundo, de la mujer de los años sesenta y la revolución de la píldora, de la mujer en batalla irrenunciable por la igualdad, el mundo occidental, en principio, observó un cambio cuántico hacia la mujer contemporánea. Evidentemente están conectadas. La de ahora es la evolución sólida, madura, asentada en la certeza de la autoestima, ganada con mil esfuerzos de triunfos y derrotas.

Esta evolución femenina dejó atrás el feminismo rabioso de los sesenta y los setenta, la guerra por la igualdad laboral de los ochenta y los noventa —hay quien opina que este ciclo aún no termina a cabalidad— e, incluso, afianzó la seguridad en la independencia. Produjo a una mujer admirable en todos sentidos y desde toda perspectiva. Segura de sí misma y de su enorme potencial en cualquier dimensión: profesional, académica, familiar, empresarial, emocional y hasta sexual. Prueba superada.

La mujer de hoy puede vivir en pareja porque lo elige y lo decide conscientemente, no porque lo necesita en sentido alguno. La mujer de hoy puede ser madre, hija, esposa, hermana o amante, sin remordimientos ni pruritos impuestos por sus antecesoras. Pero puede también ser, y de hecho lo es, la más profesional, la mejor directiva, la líder indiscutible de la manada familiar, la madre más tierna y dedicada, la amiga solidaria dispuesta y comprometida, la pareja soñada por cualquier hombre a quien el éxito y el reconocimiento de la mujer a su lado no le hagan ruido ni le alboroten los complejos.

La mujer del siglo XXI evolucionó y se convirtió en este ser pleno, luminoso, con la autoconfianza de la independencia, la autosuficiencia basada en la certeza indiscutible de no necesitar aprobación alguna para alcanzar su absoluto potencial.

He tenido el privilegio de conocer, tratar y compartir, durante buena parte del camino, la vida, el trabajo, la amistad y la complicidad de mujeres extraordinarias que lo fueron todo al mismo tiempo y, en cada pista, alcanzaron éxito y reconocimiento: formaron parejas, familias, hicieron carrera, levantaron empresas y construyeron caminos luminosos para su entorno y para su propia realización.

Gloria Calzada es una de esas mujeres fuertes, decididas, autoimpuestas; es cuidadora y protectora de los suyos, amiga incondicional, profesional ejemplar. Pero eso solo la describe parcialmente, porque su inteligencia y aguda observación crítica de la vida la han llevado a un estado de equilibrio reservado solo para las más sabias y talentosas.

Este libro es resultado de esa reflexión, de ese aprendizaje acumulado, depurado y pulido al paso de los años, que la convierten hoy en una mujer plena, madura, dichosa por la vida y por sus cariños.

Compartamos jubilosos este texto lleno de lecciones, de alegrías y tristezas, de confesiones y de pistas para que cada quien construya su propio camino hacia la plenitud.

Con profunda admiración
y el cariño acumulado de tres décadas,

L EONARDO K OURCHENKO

(Periodista y locutor)

C uando era niña, cada tarde me metía a mi sitio favorito para pensar: el baño de azulejos amarillos que compartía con mis hermanos. Me sentaba debajo del lavabo y pasaba horas meditando cosas muy inusuales para alguien tan joven. Analizaba el mundo desde mi curiosa perspectiva. Visualizaba escenarios de todo tipo y mi propia vida. Soñaba despierta.

Eran temas recurrentes, sobre todo uno. En él, me veía ya mayor, en plena edad del «retiro». O sea, de más de 60 años y era muy feliz. ¿Qué onda conmigo? ¿Una niña de 10 u 11 años ilusionada con llegar a la tercera edad? Todo se debe a una asociación de ideas; observaba la vida de mi abue, era apacible comparada con la de mis papás, que batallaban todos los días por sacarnos adelante. Ser mayor era igual a tener paz… eso pensaba. Relacionaba el «retiro» de la actividad laboral o la jubilación con un premio. La recompensa, ganada a punta de trabajo y compromiso, tras haber contribuido en el ciclo preestablecido para los seres humanos, eso que nos enseñaron a los de mi generación: crecer, trabajar, formar una familia, realizarse, hacerse de un patrimonio, retirarse. En otras palabras, cumplir.

La imagen que corresponde a ese sueño es: yo, adulta, en el lugar donde he decidido retirarme, sentada en un sillón comodísimo, mirando lo que más me gusta: la naturaleza, MI pedazo de naturaleza (parte del premio del retiro; con escrituras y todo). A veces es el bosque y a veces es el mar. Ese sueño sigue vigente. Lo único que ha cambiado es que hay dos sillones, uno al lado del otro y adoro a quien está sentado ahí.

Tengo claro que cuando esa etapa de mi vida llegue, seré como lo he soñado tantas veces: una mujer retirada, que supo construir una vida hermosa y que recibe el paso del tiempo con alegría y gratitud. Es una certeza padrísima.

Al ir convirtiéndome en adulto, comencé a escuchar ideas totalmente opuestas a mis sueños solitarios, del tipo: «Ser una mujer de 40 años o más te vuelve inservible, indeseable», «Las empresas ya no te quieren contratar porque hay talento fresco y más barato». Al parecer, eres una especie de vejestorio para el mundo laboral y hasta para el personal. Escuché que cuando se va la juventud se va todo. ¡Que se te seca todo! ¡Que pasando los 40 ya estás ruca y que eso es muy malo! Yo tenía treinta y tantos, y me asusté mucho.

¿De veras…?, pero si la experiencia es respetable, valiosa; es sabiduría. Sin embargo, me lo creí todo por un tiempo, durante el cual me invadieron toda clase de inseguridades. Ya más tarde volví a mi certeza original.

Ahora bien, hay que hacer ciertas adaptaciones para ser mujeres adultas contemporáneas y funcionales. Yo adoraba a mi abuelita María, pero siempre que me decía: «Como te ves, me vi; como me ves, te verás», confirmaba que haría lo imposible por no convertirme en ella: pertenecía a una generación que vivió de manera muy distinta. Para lograrlo debía desaprender algunos discursos añejos y adquirir nuevos que me permitieran ser quien realmente deseaba y vivir como planeaba hacerlo; vibrando a plenitud, aportando, evolucionando, trascendiendo; feliz.