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María Teresa García Hubard - No hay niño malo: Doce mitos sobre la infancia

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No hay niño malo: Doce mitos sobre la infancia: resumen, descripción y anotación

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Educar a un hijo no es tarea fácil, y menos ante la confusión que generan los mitos que rodean a la crianza. Al considerar la teoría del apego y los más recientes descubrimientos de las neurociencias, es posible entender cada una de las fases del desarrollo emocional del niño, comprender sus conductas y la manera en que van construyendo las conexiones neuronales que les permitirán responsabilizarse cada vez más de su comportamiento. Lejos de disciplinar a través de los castigos y de situarse en una posición de autoridad, Teresa García Hubard sostiene que los padres deben aprender a construir una relación empática con sus hijos, una relación centrada en la conexión emocional, sustentada en el diálogo y la confianza.

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Contenido

Dialogar con nuestros hijos
para construir la empatía

El peligro de no conectar con
las emociones de nuestros hijos

Importancia de la reflexión para
la regulación emocional

Y entonces ¿qué? Hacia
una educación empática y consciente

¿Qué necesitamos para poder hacer
de la disciplina un proceso de enseñanza?

La reflexión: parte esencial del proceso
disciplina-enseñanza

Muchas personas piensan que ser padres implica controlar las conductas de los niños y entrenarlos para actuar como adultos. Yo creo que ser padre implica controlar mi propia conducta y actuar yo mismo como un adulto. Los niños aprenden lo que viven.

L.R. KNOST

P ara muchos padres y madres, los hijos son lo más valioso en la vida, y por lo general anhelamos que sean felices. Sin embargo, la vida cotidiana se va llenando de forcejeos, desencuentros y cansancio, y la tarea de ser padres conscientes y divertidos se vuelve casi imposible. De eso se trata: de hacer que la educación de nuestros hijos sea una tarea emocionante y gozosa. En mi experiencia, un estupendo recurso para lograrlo es no enfrentar solos esta tarea. Eso es lo que busca este libro: acompañarte y propiciar que logres un permanente diálogo interno que te permita ser compasivo contigo mismo y con tus hijos.

Educar es difícil, requiere esfuerzo y sacrificio; la crianza de nuestros hijos es para muchos de nosotros la tarea más importante en esta vida. Estamos hablando de la formación de seres humanos, pero esto no tiene que implicar perder el gozo y la conexión emocional. Si logramos relajarnos sabiendo que hacemos nuestro mejor esfuerzo, aprenderemos a reírnos de nosotros mismos y de las circunstancias; si confiamos en nuestros hijos y en los recursos que ellos tienen y aprendemos o, quizá deba decir, si recordamos cómo jugar, podremos estar tranquilos de saber que estamos cuidando uno de los aspectos más importantes de la educación: el vínculo con nuestros hijos.

La idea de este libro es revisar algunas de las ideas falsas o mitos que dificultan nuestro quehacer y que convierten la relación entre padres e hijos en una cuestión de poder y autoridad, en lugar de fomentar la confianza, el amor y, claro, el establecimiento de los límites. Esperamos que al revisar estas ideas o mitos encontremos el espacio mental para ejercer una parentalidad consciente en la que nuestras reacciones automáticas sean sustituidas por reacciones empáticas y claras que nos conecten con los niños y les ofrezcan estructura.

A lo largo de más de veinte años he acompañado a un sinnúmero de mamás y papás en la apasionante tarea de educar. He visto a padres y madres profundamente preocupados por el bienestar presente y futuro de los niños; tan pero tan preocupados que se olvidan de relajarse y gozar de sus hijos. Una y otra vez he visto surgir dudas y temores que hacen que los padres busquen estrategias educativas “garantizadas” centradas en la disciplina, la autoridad y la excelencia académica; pero a menudo se olvidan de la empatía, el vínculo y la diversión entre ellos y sus hijos.

Vivimos en una sociedad muy curiosa, la cual considera que para afrontar esta “misión imposible” es suficiente el sentido común y la confianza en nuestra propia experiencia de haber sido niños un día. Por suerte, querido lector, si tienes este libro en tus manos, es porque crees que estas herramientas ya no son suficientes y buscas “algo más”. Ese “algo más” que este libro te ofrece es la posibilidad de analizar algunas de las creencias dominantes para que puedas desmantelar los mitos que fundamentan la manera en que vemos y pensamos a los niños, mitos que nos llevan a tomar decisiones que determinan una serie de medidas que aplicamos en la crianza cotidiana.

Los mitos son parte del conjunto de creencias que nos permiten reaccionar sin reflexionar, son el atajo que justifica la reacción automática, irreflexiva y generalmente punitiva con la que creemos estar educando “correctamente”, porque así nos educaron a nosotros y así hemos visto educar a los demás.

Te invito a cuestionar algunas de estas creencias, a mirarlas como mitos y no como verdades. Solo haciéndolas conscientes podremos cuestionar las ideas que tenemos sobre la infancia y, en su caso, cambiarlas. De otra manera se van convirtiendo en leyes silenciosas e inconscientes que organizan nuestra experiencia y relación con nuestros hijos y que nos roban la posibilidad de mirar la vida con humor y con amor.

Si abandonáramos las certezas que nos brindan estos mitos, podríamos mirar la vida desde un lugar nuevo; es decir, seríamos capaces de replantearnos las preguntas sobre las conductas o acciones de nuestros hijos: ¿Qué sucede en el interior de los niños? ¿Qué los hace actuar de determinada manera? ¿Qué está pasando en su vida? Y, claro, ¿qué sucede con la nuestra? Esta nueva visión puede permitirnos hacer la pausa necesaria para elegir de manera consciente cómo interpretamos sus conductas, cómo reaccionamos y qué reglas establecemos en la vida cotidiana.

La conducta humana puede describirse recurriendo a una metáfora musical: hay momentos en los que las interacciones son como una pieza musical en la que el tema se repite una y otra vez, tal y como sucede en el Bolero de Ravel. Nuestros hijos hacen x y nosotros reaccionamos predeciblemente diciendo o haciendo y , y esto sucede un sinnúmero de veces. Y, claro, nos enojamos con los niños, nos parece increíble que no aprendan y no cambien, pero en ningún momento nos preguntamos si nosotros somos los que deberíamos cambiar, o al menos cambiar el libreto de nuestra interacción. Somos nosotros los primeros en reaccionar sin conciencia y sin reflexión. Si nos relacionamos con nuestros hijos desde las creencias automatizadas de la infancia, con frecuencia acabaremos atrapados en estas interacciones repetitivas en las que los niños aparentemente no aprenden y nosotros tampoco. Al perder de vista lo que verdaderamente le está pasando al niño, y a nosotros, favorecemos que el tema se repita una y otra vez. Partiendo de ideas inamovibles —“Los niños tienen que obedecer”, “No es posible que los niños hagan siempre lo que quieren”, “Ellos tienen que aprender”—, nos engancharemos en una relación desgastante y nos implicaremos en una lucha de poderes que no se resolverá nunca, aunque a veces adquiera otros matices.

Estas interacciones repetidas tienen una constante: son aburridas y sin embargo intensas, ya que todos acabamos enojados, desconectados y sintiendo que algo no funciona. En realidad, viéndolo detenidamente, la repetición nos brinda un gran regalo: la posibilidad de predecir el conflicto . Como papás es posible detectar (con observación y reflexión) estas interacciones circulares que acaban mal para todos y que no obstante se perpetúan. ¿Por qué pretendemos que los niños cambien si nosotros no lo hacemos primero? ¿Por qué brincamos a la conclusión de que el problema es que “el niño quiere manipularnos”? ¿Por qué nos damos por vencidos (“que haga lo que quiera”) o bien decidimos que lo que necesita es más autoridad rígida y castigos?

Si predecimos el conflicto, podemos cambiarlo antes de entrar en él, podemos sorprender a nuestros hijos y así promover un desenlace distinto para esta representación desgastante. Pero esto requiere conciencia, trabajo y empatía. Hacerlo nos brinda una estupenda oportunidad para divertirnos; para ello, tan solo hay que cambiar el guion, sorprender la mente del niño y la nuestra con una reacción diferente, juguetona, empática y humorística. ¿Parece fácil? Generalmente no lo es, pero, con todo, podría ser divertido.

Este libro invita a los lectores a construir una relación sustentada en el amor, el diálogo, la disciplina empática y el gozo. Se trata de quitarnos los prejuicios que nos hacen creer que el niño es una criatura inconsciente y manipuladora, que quiere tomarnos la medida y controlar nuestra vida a toda costa. Quiero mostrar esa otra mirada que permita reconocer en el niño a una criatura que necesita ser vista, amada y tomada en cuenta. Se trata de construir una nueva relación centrada en la conexión emocional, en hacer que el otro se sienta sentido , y que determine límites claros y consistentes, en un amor que se sostenga en otra creencia más productiva: la de aprender a ser padres para que el niño crezca acompañado y aprenda a regular sus impulsos y sus emociones, reconociendo el impacto que sus conductas tienen en otros y sintiéndose amado de manera incondicional.

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