Los casos de violencia de género aumentan día a día en todo el mundo y, muchas veces, las mujeres piensan que no tienen salida. Estas relaciones tóxicas de pareja, que comienzan con el menosprecio, las burlas o la manipulación, pueden agravarse. Así, se trate de abuso emocional o físico, siempre reinan el agotamiento corporal, la lucha mental y el clima de inestabilidad.
En No me maltrato ni me maltratan, Alejandra Stamateas, especialista en motivación y transformación de mujeres, expone de forma clara de qué manera este “hombre de los mil rostros” va construyendo su poder, pero también ofrece las herramientas para detectarlo a tiempo, sanar las heridas y cortar este círculo de control. “Es tiempo de que comiences a darte el valor que verdaderamente tienes. Salir del maltrato no es una opción, es una obligación”.
INTRODUCCIÓN
Prisioneras de los roles sociales
V ivimos en una sociedad frustrada que maltrata y que no nos enseña a valorarnos ni a querernos como somos. Tenemos que adelgazar, ser rubias, más altas, más bellas, más inteligentes. El concepto sería: “Si no logro estar satisfecha con mi vida, voy a someterme a la vida de otros y ser esclava de sus deseos y su trato”.
¿Cuándo se produce la insatisfacción? La insatisfacción en nuestra vida se origina cuando hay una tensión entre lo que estamos haciendo y lo que quisiéramos hacer, cuando estamos haciendo algo que puede ser bueno, agradable, pero aun así, estamos tensionadas, preocupadas, sentimos que no encajamos y quisiéramos hacer otra cosa. Por ejemplo, una mujer me decía: “Alejandra, ¡no sabes cómo deseo estudiar! Mi gran anhelo siempre fue seguir una carrera universitaria, pero nunca pude hacerlo. La vida se me pasó muy rápido, de pronto formé pareja, me casé, tuve mis hijos… Y estoy contenta con todo eso, pero me quedé con la insatisfacción de no haber podido seguir con mis estudios”.
La pregunta es: ¿por qué vivimos en la insatisfacción? Detrás de todo deseo insatisfecho hay una presión social, cultural, familiar o propia. Las mujeres solemos tener más aspi- raciones frustradas que los hombres porque a nosotras se nos ha impuesto un rol social que determina que nuestra realización personal pasa por atender a los demá s, o porque otros (hijos, pareja, etc.) se realicen y nosotras no. Al hombre, en cambio, el rol social que se le ha dado es cumplir con sus objetivos. Está bien visto que él vaya tras sus sueños, que pelee por alcanzar sus metas, pero a la mujer se le impuso la presión social de tener que criar a los hijos, verlos triunfar y respaldar al marido para que lleve a cabo todos sus proyectos.
Tal vez muchas mujeres piensen que ya superaron ese rol, pues ya tienen su título universitario, sus empleos, su independencia económica. Sin embargo, a pesar de que no vivan para atender y apoyar a otros, hay una presión social y cultural que queramos o no, está marcada en todas nosotras, está arraigada en nuestro ser, y esta es la razón por la que hacemos muchas tareas con culpa, lo que luego nos genera insatisfacción.
Cada vez que no cumplimos con el mandato cult ural, alguien, en algún momento, nos lo va a recriminar, quizás con preguntas como: “¿no están muy solos tus hijos?”, “¿no estarás trabajando muchas horas?”, “¿y ahora se te ocurrió ponerte a estudiar?”, “¿y cómo haces con las cosas de la casa, con los niños?”, “¿tu marido está de acuerdo con lo que planeas hacer?”. Y este reproche viene especialmente de parte de otras mujeres . Cuando estas mujeres le reprochan a otra, también se están confirmando a sí mismas que el rol que deben ocupar es ese y no otro.
Otras veces, somos nosotras mismas las que nos reprochamos: “tendría que estar más tiempo en casa”, “no debería irme tan temprano y llegar tan tarde”. Entonces, si vamos a trabajar, nos sentimos culpables.
Las mujeres nos sentimos insatisfechas porque hay una recriminación social frente a algo que se espera de nosotras o que nosotras mismas creemos que tenemos que hacer para ser mujeres correctas o buenas mujeres.
Para salir de la insatisfacción es necesario identificar qué es lo que nos interesa, para lo cual debemos previamente descubrir cuál es nuestra identi dad. Si no sabemos quiénes somos y qué nos apasiona en la vida, vamos a vivir disgustadas, molestas, sirviendo a los intereses de los demás, sin poder ir detrás de nuestros propios deseos.
¿Cómo recuperamos la identidad? Conectándonos otra vez con nosotras mismas. Nos conectamos con la vida de nuestros hijos, con la vida de nuestra pareja, los levantamos, los escuchamos, los apoyamos, pero esa es una fuente ajena. Para recuperar la identidad tenemos que desconectarnos de ellos para volver a conectar con nosotras.
Cuando hablamos de qué nos corresponde en esta vida muchas mujeres manifiestan: “Yo he sufrido tanto que ahora me merezco pasarla bien”, “veinte años aguanté en la esclavitud con ese mal hombre, ahora me toca tener una buena pareja”. Lo cierto es que, querida mujer, por sufrir no nos corresponde nada; por eso debemos sacarnos ese argumento de la cabeza. ¡El sufrimiento no tiene premio!
Si una mujer estuvo veinte años junto a un hombre que la maltrataba, esa fue su decisión, y no puede esperar recompensa por su sufrimiento porque podría haber salido de esa situación. Lo que merecemos como mujeres no tiene que ver con lo mucho que sufrimos y nos esforzamos, y tampoco guarda relación con nuestra capacidad de aguantar calladas todo tipo de maltrato. Agotarnos en la vida es nuestra elección, y no vamos a tener una retribución por sufrir. Por eso, es tiempo de que dejemos de torturarnos.
Para tomar lo que nos pertenece tenemos que firmar un contrato con nosotras mismas, para ir por aquello que anhe- lamos, incluso cuando esto signifique dejar algunas cosas de lado. Y para ello, debemos hacernos estas preguntas:
• “¿A dónde quiero ir?”
• “¿Qué quiero obtener?”
• “¿Qué me motiva a hacerlo?”
• “¿Qué dejaría de lado para obtener eso que quiero lograr?”
Tenemos que volver a vincularnos con nuestra esencia. Es imprescindible que averigüemos qué es eso que nos sale naturalmente bien y nos hace inmensamente felices, porque esa es la fuente interior a la que debemos reconectarnos para recuperar nuestra identidad.
Cuando del amor se trata…
Día tras día, nuestra cultura nos invade con historias y canciones románticas que describen un tipo de relación en la que tanto mujeres como hombres dejan todo por amor. Y en medio de este amor romántico aparecen vendas y máscaras que comenzarán a velar la verdadera identidad del otro.
Todo ocurre tan fugazmente que solo podemos concentrarnos en cómo nos hace sentir esa persona, y si el hombre en cuestión nos eleva hasta las nubes, seguramente es maravilloso. Esta es una concepción que nos llevará a equivocarnos y ceder más de lo conveniente.
En medio de este enamoramiento, es común no ver los problemas y las irresponsabilidades que forman parte del pasado o el presente de la persona que hoy está a nuestro lado. Por ejemplo , no advertimos los conflictos que tuvo con otras parejas, sus divorcios anteriores o su falta continua de trabajo; no notamos que, curiosamente, siempre fue víctima de sus exparejas; tampoco vemos que siempre somos nosotras las que pagamos las salidas o las boletas de servicios que él no puede solventar porque nunca le devuelven el dinero que invirtió o le prestó a algún amigo necesitado. Es decir, ¡siempre es la mujer la que termina cediendo!