y como madre que necesitas descubrir.
en paz contigo misma y con tu familia.
Con la premisa de que “ser madre no significa dejar de ser mujer”, la autora explora, además, los caminos para fortalecer la autoestima y las capacidades propias. Así, seguras de sí mismas, las madres pueden ofrecerles a sus hijos afecto, guía y apoyo en cada etapa de sus vidas.
Introducción
C asi todas las mujeres, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos enamorado, antes que de un hombre, de la idea y la ilusión de poder formar una familia feliz, al estilo de aquella serie televisiva, Los Ingalls: hijos, una mesa grande, un perro y un marido eternamente enamorado de nosotras.
Tal vez soñaste tener una familia parecida a la de tus padres o a la de tus abuelos, o quizás ansiaste que ninguno de ambos modelos se repitiera en tu historia.
Hoy esas expectativas ideales se ven borroneadas e inalcanzables, no sólo por esas creencias que invaden día a día la estructura familiar (en forma de mensajes, modas, costumbres, horarios y hábitos), sino también por cada emoción lastimada que no fue restaurada antes y que termina vulnerando la familia que alguna vez pensaste formar.
Una familia es el resultado de un modo de funcionamiento y de una estructura de pensamiento adquirida por cada integrante de ella, ya sea positiva o negativa, dentro de la cual cada uno de sus miembros aportará sus debilidades y fortalezas.
Este libro te ayudará a descubrirte y a entender qué sucede en tu núcleo familiar para que después puedas modificar y restaurar lo que sea necesario, y logres vivir plenamente dentro de la familia que hoy tienes.
Comencemos por dar una mirada a nuestro interior, a nuestras conductas, a nuestros hábitos. Descubramos qué clase de madres somos, qué hemos incorporado de las nuestras, de las familias a las que pertenecemos y de ese modelo que tantas veces prometimos que no repetiríamos, de ese rol que siempre rechazamos pero que hoy quizás ejecutamos sin darnos cuenta.
Poder tomar conciencia del estilo de vínculos interpersonales que estás formando te permitirá cambiar aquellas tradiciones, costumbres o actitudes que no te producen el bienestar ni la felicidad que anhelabas para tu propia vida y para todos los tuyos.
Puede ser que ninguno de los ejemplos que veamos sea exactamente tu caso, pero es importante reflexionar acerca de qué familia estamos formando y de qué modo influimos en las vidas de nuestros hijos.
En ocasiones escuchamos a algunas madres decir: “Yo jamás tengo problemas con mi hija”; “Mis hijos me adoran”. Pero... ¿es así verdaderamente, o estamos frente a un paradigma establecido que nos dice que los hijos siempre aman a sus padres y que éstos siempre velan por su vida y su futuro?
¿Se cumple realmente esta regla en todos los casos? Si los conflictos pueden presentarse en cualquier tipo de relación interpersonal, ¿qué nos hace pensar que la dupla madre-hijo es perfecta?
Temas pendientes..., conversaciones inconclusas..., emociones no sanadas..., palabras y sentimientos no expresados a tiempo... Esto, muchas veces, se guarda y se esconde, pensando que el tiempo todo lo perdona y todo lo borra. Pero esta creencia es errónea: el tiempo no sana aquello que no ha sido resuelto ni curado, sólo lo oculta y, en el momento menos esperado, estallará con angustia y frustración.
Hay mucho camino por delante. Nunca es tarde en las relaciones filiales cuando se está dispuesta a cambiar y a amar al otro de la manera en que lo necesita. Miles de palabras deben ser expresadas... cientos de abrazos están esperando ser dados... No nos quedemos dormidas en el dolor, no vivamos en él.
“El amor todo lo puede, todo lo soporta... todo lo espera”, dice San Pablo. Pero no existe una escuela de la vida con una asignatura que se llame: “Cómo ser una buena madre y no morir en el intento”. La realidad es que, día a día, aprendemos junto a nuestros hijos. Aprendemos a ser madres desde el mismo momento en que nuestro bebé comienza a demandar su alimento, cuando llora y no entendemos por qué, cuando da el primer paso, cuando dice la palabra mamá o papá, cuando se da el primer golpe o cuando llega de la escuela con sus primeras calificaciones, buenas o malas.
Nada de esto se nos enseña de antemano, pero sí existe algo interno que brota de nuestras entrañas: el amor que está contenido dentro de nosotras y que hará que le demos lo mejor que tenemos, lo que no significa que no podamos equivocarnos.
Tienes un potencial como mujer y como madre que necesitas revelar, para darte cuenta de que aquella situación que parecía ser la última y la peor que podías atravesar hoy puede comenzar a cambiar.
Escucha tu propia voz interior, libérate de quienes te dijeron cómo ser la mejor madre del mundo, date la posibilidad de modificar aquello que no funciona y de aprender permanentemente junto a tus hijos.
Actuar en libertad nos permitirá estar en paz con nosotras mismas y con nuestras familias…
¡ÉXITOS! ¡Es el deseo de una madre a otra!
I
Hijos mayores, hijos del medio, hijos menores... cada uno con su librito
1. M adre: ¿nacemos o aprendemos a serlo?
Como dijimos, la gran mayoría de las mujeres siente, como Susanita (el personaje de la historieta Mafalda), el anhelo de casarse, tener hijos y formar una familia. Es verdad que ser madre es una de las mejores cosas que nos pueden pasar, pero no es lo único a lo que podemos aspirar.
En nuestra cultura ha perdurado el mito según el cual todas las mujeres nacimos para concebir, y nuestra formación se ha orientado de acuerdo a esta tradición.
Cuando tenías quince años, tus tías, primas y amigas te preguntaban cuándo tendrías novio; después, te preguntaban la fecha de casamiento y, apenas llegada de la luna de miel, esperaban verte embarazada.
La preocupación no era saber si terminarías la universidad, si ejercerías tu profesión o si seguirías trabajando en los sueños y en las metas que habías trazado. Así fuiste creciendo, con esas creencias y determinaciones fijadas en tu mente y en tu corazón. No importaba si eras feliz o no, si te cuestionabas si realmente querías eso para tu vida o si lo aceptabas como un mandato social impuesto por otros.
Según estas creencias, la misión de una mujer es tener hijos, ser una buena esposa y ayudar a sus hijos a crecer. Lo que nunca nos contaron es qué sucede una vez que los hijos crecen y ella siente que no ha hecho nada con su vida, porque no la ha vivido como ella la soñó sino como le dijeron que tenía que hacerlo.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, ¿qué les pasa a aquellas mujeres que intentan y esperan ese ansiado embarazo, pero el hijo no llega? ¿O a aquellas que, por decisión propia, deciden no cumplir este mandato social arraigado en nuestra tradición?