E L NOVELISTA COMO METAFÍSICO
Voy a hablar de lo que algunos críticos franceses han llamado «la novela fenomenológica». Podemos preguntarnos: ¿es realmente un nuevo tipo de novela? Sin duda, incluye la mayor parte de los rasgos que tienen todas las novelas, pero además desprende un sabor muy especial debido a la teoría específica que el novelista asume. Es esta teoría la que quiero analizar, y los novelistas en los que estoy pensando en concreto son Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Albert Camus. Todos estos autores han escrito también libros de filosofía que están relacionados con su obra literaria, y su crítico literario de cabecera es el filósofo Maurice Merleau-Ponty.
¿Qué hay detrás de este acercamiento entre filosofía y literatura? No es la primera vez que se ha producido tal aproximación. Y no me refiero solo a que «todo novelista tiene su filosofía», como se suele decir haciendo un uso impreciso de la palabra «filosofía». El Romanticismo literario tiene obviamente una conexión con el pensamiento filosófico del siglo XIX . Kierkegaard puede ser considerado un gran romántico, si bien un romántico muy peculiar. Y los escritores sobre los que voy a tratar a continuación tienen también una deuda con la tradición romántica, aunque poseen asimismo algunas características muy poco románticas, que mencionaré después. En cualquier caso, la relación de Sartre y compañía con la filosofía se diferencia de una forma clara de la que tenían sus predecesores literarios, y esto no es simplemente porque hagan filosofía además de escribir novelas. Estos escritores afirmarían que son filósofos en la tradición fundamental de la filosofía europea y que su uso de los modos literarios es un síntoma del viraje que la filosofía en su totalidad está protagonizando en la actualidad.
La palabra «fenomenología» es todavía una desconocida en Gran Bretaña. Le da título a una obra fundamental de Hegel: la Fenomenología del espíritu. Supongo que Hegel es el fundador de la fenomenología como disciplina filosófica, aunque algunos fenomenólogos suelen mencionar como precursores suyos a pensadores anteriores, como David Hume. Desde mi punto de vista, Hume tiene derecho a ser considerado un predecesor de la fenomenología tanto como lo es del empirismo británico. Desde Hegel, la fenomenología ha sido la principal corriente del pensamiento filosófico en el continente. Pero, aunque es estrictamente heredera de Hegel, recibió en su tierna infancia una inyección del enemigo de Hegel, Kierkegaard; nunca se recobró de esto y, en consecuencia, desarrolló lo que su padre hubiese considerado con probabilidad como deformaciones curiosas. Los grandes nombres de la fenomenología después de Hegel son Husserl, Jaspers, Heidegger y Sartre. Hay otra línea de descendencia de la Fenomenología del espíritu a través de El capital de Marx, una obra que pone totalmente del revés el libro de Hegel. De modo que los existencialistas y los marxistas son en realidad primos filosóficos.
¿Qué es la fenomenología? Si quisiéramos formular una definición audaz, podríamos decir que es una teoría apriorística del significado con cierto aire psicológico y una técnica descriptiva muy desarrollada. No voy a criticar ahora a la fenomenología como método filosófico; solo quiero describirla como clave del pensamiento de Sartre y de los otros autores en su condición de novelistas. En Inglaterra el estudio del significado se ha convertido principalmente en el campo de los filósofos del lenguaje o de los mercaderes de la semántica. El significado se explica según la posición de las palabras en el lenguaje y su relación con este marco más o menos convencional de comportamiento que escatima el lenguaje. Un ejemplo reciente de este tipo de análisis es el libro del profesor Gilbert Ryle The concept of mind [El concepto de lo mental]. El fenomenólogo no concibe el significado tan solo en función de nuestro lenguaje; ni lo entiende, por otro lado, como algo inherente a las cosas mismas (como hacen los aristotélicos), ni como algo que reside en un mundo inteligible trascendente (como hacen los platónicos). Lo considera como algo que depende de la actividad del sujeto.
«El significado es conferido por el sujeto». Esto es lo que se dice. Pero ¿quién es el sujeto? ¿Es una suerte de sujeto metafísico idéntico a todos nosotros?, ¿una estructura que impone a priori condiciones de objetividad? ¿O ese sujeto que confiere significado es el sujeto empírico psicológico (tú y yo, en una palabra)? ¿O es algo situado entre los dos? El paso crucial en torno al punto de vista fenomenológico se da cuando abandonamos a Kant y volvemos a Hegel. Los sujetos kantianos son seres dotados de la misma facultad racional y cuya voluntad racional se armoniza en un «reino de los fines». Pero en el mundo hegeliano la razón tiene una historia, es decir, el sujeto tiene una historia, y se encuentra en estado de guerra con su entorno y con los demás sujetos. Con Hegel el sujeto real entra en la filosofía. Es cierto que Hegel afirma que «todo se reconcilia finalmente en el Absoluto», pero lo que le interesa, al menos en su Fenomenología, no es el fin, sino el camino (y en el camino, en cualquier momento antes del fin de la historia, hay contradicciones que quedan sin resolver).
En este peligroso mundo hegeliano, lleno de sustancia y color y cambio dialéctico, al principio el fenomenólogo moderno empieza sintiéndose como en casa. La Fenomenología de Hegel es un libro extraordinario. Puede ser tomado como una historia universal de las ideas, como una historia universal de las sociedades, como la posible historia de una conciencia individual o como una metafísica. Por fortuna, no me compete en este momento abordar las distintas maneras que hay de interpretar esta obra. El aspecto de la misma que nos importa aquí es que describe varios modos generales en los que el sujeto capta, percibe o comprende su mundo. Hegel nos presenta una serie de retratos de un yo que es en diversas fases autoalienación y autoconocimiento. Al principio es percibido simplemente como algo enfrentado a sí mismo; después, como encontrándose en conflicto con otros sujetos, dominándolos o siendo dominado por ellos; más tarde el yo progresa hasta producir un significado ético e incluso religioso del mundo. Es, en muchos aspectos, el mismo yo cuyas aventuras encontramos de nuevo en