A Jane y Anna
Brian O’Connor es Doctor en Filosofía por la Universidad de Oxford. Actualmente da clases de filosofía en el University College Dublin. Es autor de Adorno (Routledge, 2013) y Adorno’s Negative Dialectic (MIT Press, 2004).
Durante milenios, la ociosidad y la pereza se han considerado vicios. Se espera que todos trabajemos para sobrevivir y salir adelante. Dedicar energía a cualquier cosa que no sea el trabajo y la superación personal puede parecer un fracaso moral o un lujo. Pero ¿y si la ociosidad, en vez de vicio o defecto, fuera una forma eficaz de resistencia? ¿Y si nos permitiera experimentar la libertad en su forma más plena?
Lejos de cuestionar estas ideas convencionales, filósofos modernos como Kant, Hegel, Marx, Schopenhauer y de Beauvoir las sustentan y profundizan. Este libro expone los prejuicios tras estos razonamientos, cuestionando la visión oficial de nuestra cultura: que el incesante ajetreo, el hacerse a uno mismo, la utilidad y la productividad son el núcleo mismo de lo que está bien para los seres humanos.
Recogiendo ideas de la Grecia Antigua y sobre la importancia del juego en pensadores como Schiller y Marcuse, el autor presenta una visión empática de la ociosidad, que nos permite mirar bajo una nueva luz nuestro moderno culto al trabajo y al esfuerzo. Una reflexión estimulante.
«Una visión alternativa y totalmente estimulante sobre nuestro pecado mortal favorito.» Sarah Murdoch, Toronto Star
«Este valioso libro hace frente a un tema que es al mismo tiempo atemporal y urgente hoy en día: ¿en qué medida una vida ociosa es una buena vida?» Mark Kingwell, Universidad de Toronto
«Convincente y accesible, este libro es especialmente bueno identificando las inconsistencias del mito del mérito promovido por influyentes filósofos occidentales.» Glenn C. Altschuler, Tulsa World
Sabiduría para una buena vida
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I NTRODUCCIÓN
F ILOSOFÍA Y OCIOSIDAD
En el análisis de la acción humana que hace la filosofía predominan las preguntas acerca de la naturaleza de los valores morales. En comparación, ha existido poca preocupación por sacar a la luz las hipótesis acerca de los tipos de persona que se supone que debemos ser para vivir como actores eficaces y felices en el seno de unas sociedades tan integradas y productivas como las de hoy en día. Una breve reflexión nos deja muy claro que «encajar» y «que nos vaya bien» requieren que nos convirtamos — puede que nos guste pensar que incluso tal vez gracias a nuestras propias elecciones independientes— en seres de una clase muy concreta y no obviamente natural. Entre las características principales de esa clase se encuentra la reticencia hacia lo ocioso o una tendencia a reconocer que en lo ocioso hay algo malo, incluso cuando nos sentimos tentados o sucumbimos a la ociosidad. Los filósofos han aportado argumentos pensados para defender las percepciones negativas de la ociosidad. Los tradicionales reproches moralistas hacia lo ocioso se ponen al día siguiendo la más reciente idea de la grandeza de la humanidad. Se ofrecen narrativas de mayor nivel acerca de lo que somos o deberíamos ser en realidad para explicar por qué la ociosidad no es apropiada para seres como nosotros. El objetivo de este estudio es examinar y, en última instancia, poner en evidencia las conjeturas y errores de esas narrativas.
Al final afirmaré que, en ciertos aspectos, la ociosidad podría considerarse más cercana a los ideales de libertad que el concepto de autodeterminación, más prestigioso, que se encuentra en la filosofía. Este libro, no obstante, procede sobre todo por la vía de la crítica y sin hacer una defensa de la vida ociosa. No se debe esto a la preferencia por una postura de negatividad superior o por el purismo escolástico. Se debe más bien a que con recomendaciones positivas se corre el riesgo de menospreciar la profunda ambivalencia hacia la ociosidad que es constitutiva de mucho de lo que nosotros creemos que somos (un asunto al que se aludirá muchas veces a lo largo del desarrollo de este estudio). Esa ambivalencia no se resolverá mediante esbozos filosóficos de una vida liberada de las fuerzas impulsoras de la industria.
En cualquier caso, excluir un enfoque didáctico y constructivo no significa que la cuestión de la ociosidad se aborde solo como un problema estrictamente teórico. El ímpetu crítico se sostiene sobre la idea del daño que este mundo excluyente de la ociosidad les hace a los seres humanos. Esa ansiedad poderosa, relacionada de forma directa con la necesidad de trabajar en pos de una buena posición, les hace un escaso favor a nuestra salud y nuestra felicidad. Un espacio social dentro del cual el sentimiento de valía se obtiene por medio de una carrera profesional visible y del éxito material conlleva una peculiar vulnerabilidad. La humillación y el trauma acechan cuando las circunstancias que permiten la realización de esos logros solo están disponibles de manera parcial desde el principio o les son arrebatadas de repente a aquellos que las disfrutaron una vez. Las tasas de suicidio aumentan, las familias se hunden, los niños atraviesan dificultades. Es posible que un sistema socioeconómico más estable y menos ambicioso pudiera salvarnos de algunos de los riesgos conocidos de la vida moderna. Sin embargo, la ociosidad ofrece una imagen de la libertad más osada. Qué aspecto tendría esa imagen al completo es otro tipo de pregunta. Pero se puede conjeturar que los ociosos genuinos se ahorrarían las diferentes formas de dolor que aguardan incluso a quienes intentan aprovechar al máximo las instituciones gemelas del trabajo y la estima social. Es precisamente esa intuición la que apuntala la atracción de la ociosidad, a pesar de que permanece al margen de la importancia triunfal que atribuimos a esas instituciones en última instancia.
La idea de libertad ociosa — en la que el trabajo no es ningún tipo de virtud ni el camino hacia la valía— es significativa y lo bastante real para merecer protección. Aquí esa protección implicará sacar a la luz las deficiencias de los muchos pronunciamientos filosóficos que apoyan la visión oficial del mundo, en que la ociosidad es un mal mientras que, supuestamente, el ajetreo, el hacerse a uno mismo, la utilidad y la productividad son el núcleo mismo de lo que está bien para los seres como nosotros. Es posible que exponer las suposiciones y los problemas de los argumentos contra la ociosidad ayude a preservar la idea de libertad que esta encarna, aunque sea una libertad sobre todo por oposición: la liberación de esas perturbadoras expectativas a las que es demasiado difícil resistirse. Por tanto, la misión más importante del libro será, en cierto sentido, evitar que la argumentación filosófica contra la ociosidad tenga la última palabra. Y, de hecho, veremos que las acusaciones filosóficas no siempre se alejan mucho de las más prosaicas. La preocupación de que, por culpa de la ociosidad, estemos en peligro de desperdiciar nuestra vida, de no hacernos justicia a nosotros mismos o, sencillamente, de no contribuir, está articulada de formas sistemáticas y desafiantes en los textos que van a considerarse. Algunos lectores no estarán de acuerdo con mis críticas a las propuestas que afirman que los seres humanos están obligados a trabajar por algo mucho más extraordinario que la ociosidad. Es posible que otros piensen que en realidad no experimentan ningún deseo de ociosidad — eso es, al menos, lo que me dicen en algunas ocasiones— y, en consecuencia, no se sientan interpelados por los esfuerzos a su favor. Esta obra no espera convencerlos de que opinen lo contrario respecto a si deberían desarrollar ese deseo.