Prefacio
Este pequeño libro es el resultado de dos décadas de reflexión e investigación sobre las desigualdades económicas, que he llevado a cabo desde que los debates sobre la importancia del comercio y la tecnología que tuvieron lugar a mediados de los años noventa me llevaron a interesarme por este asunto. Durante estos años, el tema de la desigualdad ha vuelto a ocupar un lugar destacado en las agendas de muchos economistas y en el interés del gran público.
Ambos hechos presentan ventajas y algún que otro inconveniente. La mayor proyección pública ha propiciado un discurso político sencillo con un poderoso atractivo. La atención de los economistas ha fomentado una gran cantidad de teorías, hipótesis y aserciones que en cierto modo compiten entre sí; lo que en su día fue un paisaje totalmente despejado está ahora plagado de matorrales espinosos, a través de los cuales es difícil ver y aún más difícil abrirse camino. Mi objetivo en este libro es ofrecer un panorama de los aspectos más importantes, manteniéndome a cierta distancia de las polémicas. Aunque es cierto que ningún libro sobre desigualdad económica puede ser estrictamente apolítico, éste no pretende ser un libro político.
A lo largo del texto defiendo dos convicciones. La primera es que la historia de las ideas económicas ofrece una guía sobre los principios; los problemas no son nuevos, y los primeros textos que los abordaron, empezando por el Discurso de Rousseau y La riqueza de las naciones de Adam Smith, aún merecen ser leídos. La segunda es que todo esfuerzo honesto de revisión de los hechos requiere la más cuidadosa de las atenciones a la hora de definir y calibrar los conceptos y los datos. Por estas razones, los lectores encontrarán capítulos dedicados a la historia de las ideas, a los conceptos de renta, gasto, riqueza y remuneración, a las fuentes de los datos y a las características de determinados sistemas de medición.
Los datos empíricos en los que me baso provienen fundamentalmente del trabajo de muchos años en el llamado Proyecto sobre Desigualdad de la Universidad de Texas (el UTIP, por sus siglas en inglés). El trabajo de este heterogéneo grupo, formado por sucesivas promociones de destacados estudiantes de posgrado, ha contribuido enormemente a la medición sistemática de las desigualdades económicas en todo el mundo, lo que a su vez ha permitido realizar avances en la inclusión de la desigualdad dentro de la teoría económica. Todo ello ha posibilitado la creación de la disciplina de macroeconomía de la desigualdad, así como el estudio de los cambios en la desigualdad producidos por fuerzas que afectan a todo el mundo en su conjunto. En lo que sigue, como he dicho, me basaré ante todo en este trabajo, pero he prescindido de las referencias directas durante el texto, agrupándolas todas al final.
Este libro es tan poco técnico como lo permite su tema principal, y tan legible como me ha sido posible escribirlo. He reducido las citas al mínimo imprescindible; siempre que se menciona un dato o una fuente, he incluido la referencia correspondiente en una nota al pie. Aquellos lectores que estén interesados en la interminable variedad de datos existentes sobre desigualdad pueden consultar el artículo académico «UTIP Global Inequality Data Sets 1963-2008», en la página web del UTIP: http://utip.gov.utexas.edu, o bien en las series de artículos de la Universidad de las Naciones Unidas.
El formato habitual de la prestigiosa serie de artículos de Oxford «What Everyone Needs to Know» (‘Lo que todo el mundo debe saber’) es el de plantear cuestiones y ofrecer respuestas. Aunque nunca antes había intentado escribir en este formato, me ha resultado muy interesante, y espero que el lector comparta mi opinión. He respetado este formato durante todo el libro excepto en el epílogo y el apéndice, que requerían un enfoque más directo.
No cabe duda de que existen algunas cosas sobre la desigualdad que todo el mundo debería saber. Para descubrirlas, junto con algunas digresiones, le ruego que siga leyendo.
Austin, Texas
5 de enero de 2015
Desigualdad
¿Debería importarnos?
¿Qué es la desigualdad económica?
La igualdad —«sostenemos como evidentes en sí mismas estas verdades: que todos los hombres son creados iguales»; «igualdad ante la ley»; «liberté, egalité, fraternité»— es un ideal. La desigualdad, sin embargo, es una realidad cotidiana, especialmente en el ámbito económico: en ocasiones la deploramos, pero vivimos con ella porque no tenemos otra opción. La desigualdad define y da forma a nuestras vidas; para la mayoría de la gente —a excepción de los ascetas, con frecuencia admirados pero pocas veces imitados— el hecho de la desigualdad genera la competencia que determina el estatus, la posición social y el prestigio, y con ello el éxito y el fracaso en la vida.
La desigualdad económica y social adquiere muchas formas: la de clase —una designación de grupo— es una de ellas, y si bien en el pasado su delimitación fue más estricta que en la actualidad, aún está presente entre nosotros; la de rango, que designa el lugar de un individuo en la escala del éxito, de los ingresos y del poder; la de riqueza, concepto que describe la valoración financiera de las posesiones personales o familiares del individuo, esto es, la acumulación de bienes propios o patrimonio; la de renta, que alude al flujo de ingresos obtenidos en un período de tiempo determinado; entre naciones, la de ciudadanía establece una jerarquía de derechos de acceso a bienes comunes y protecciones, como seguridad social y cuidados médicos a los que los ciudadanos tienen acceso; y en los hogares, los roles de familia y género marcan un orden de poder y privilegios. Todas y cada una de ellas son dimensiones de la desigualdad.
Los economistas tienden a mostrar un interés especial por tres tipos de desigualdad: las relacionadas con la remuneración, la renta y la riqueza. Y no es porque éstas sean necesariamente las más importantes, pues comparadas con, por ejemplo, las desigualdades de raza o género, no tienen por qué ser las más ligadas al estrés, a la felicidad o a la sensación de justicia o injusticia, por poner sólo tres ejemplos. Sin embargo, nosotros los economistas solemos tener tendencia a estudiar lo que podemos medir con mayor facilidad, y sin duda el dinero es nuestra vara de medir. Puede que sea una vara combada y retorcida —de hecho, lo es—, pero la usamos porque está ahí, y porque esperamos que al usarla podamos llegar a descubrir algo sobre el mundo que merezca la pena saber.