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Joseph E. Stiglitz - El precio de la desigualdad

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Joseph E. Stiglitz El precio de la desigualdad
  • Libro:
    El precio de la desigualdad
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2012
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El precio de la desigualdad: resumen, descripción y anotación

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AGRADECIMIENTOS

L LEVO TRABAJANDO, COMO YA HE APUNTADO, en los orígenes y las consecuencias de la desigualdad desde mis tiempos de estudiante universitario, y durante los casi cincuenta años transcurridos desde que inicié mis estudios he acumulado enormes deudas intelectuales. Robert Solow, uno de mis asesores de tesis, y con el que escribí uno de mis primeros artículos sobre la distribución y el comportamiento macroeconómico, había escrito su propia tesis sobre el tema de la desigualdad. La influencia del Paul Samuelson, otro de mis asesores de tesis, salta a la vista en el análisis de la globalización que hago en el capítulo 3. Mis primeros artículos publicados sobre el asunto los escribí en colaboración con mi compañero de estudios George Akerlof, con quien compartí el Premio Nobel de 2001.

En la época en que asistí a la Universidad de Cambridge, con una beca Fulbright en 1965-1966, el reparto de la renta era un importante tema de debate, y estoy en deuda con los ya desaparecidos Nicholas Kaldor, David Champernowne y Michael Farrell, y sobre todo con sir James Meade y Frank Hahn. Fue allí donde empecé a trabajar con Tony Atkinson, quien posteriormente se ha convertido en una de las mayores autoridades mundiales en materia de igualdad. En aquella época todavía se pensaba que había una clara relación inversa entre desigualdad y crecimiento, y por entonces Jim Mirrlees estaba empezando su trabajo acerca de cómo se podían diseñar unos impuestos redistributivos óptimos (un trabajo por el que posteriormente recibiría el Premio Nobel).

Otro de mis profesores en el MIT (y a la sazón profesor invitado en Cambridge en 1969-1970) fue Kenneth Arrow, cuyo trabajo acerca de la información influyó notablemente en mi forma de pensar. Posteriormente, su trabajo, al igual que el mío, se centraría en el impacto de la discriminación; en cómo la información, digamos acerca de las capacidades relativas, afecta a la desigualdad; y en el papel de la educación en todo ese proceso.

Una cuestión crucial que abordo en este libro es el cálculo de la desigualdad. Ese cálculo plantea cuestiones teóricas que son muy afines al cálculo del riesgo, y mis primeros trabajos, hace cuatro décadas, los realicé en colaboración con Michael Rothschild. Posteriormente empecé a trabajar con un antiguo alumno, Ravi Kanbur, en el cálculo de la movilidad socioeconómica.

La influencia de la economía conductual en mi pensamiento debería saltar a la vista en este libro. El desaparecido Amos Tversky, un pionero en ese campo, me presentó por primera vez esas ideas hace aproximadamente cuarenta años, y posteriormente Richard Thaler y Danny Kahneman han influido enormemente en mi forma de pensar. (Cuando fundé la Journal of Economic Perspectives a mediados de la década de 1980, le pedí a Richard que escribiera regularmente una columna sobre la cuestión).

Me han resultado enormemente provechosas las discusiones con Edward Stiglitz acerca de algunos de los aspectos jurídicos que se abordan en el capítulo 7, y con Robert Perkinson sobre las cuestiones relacionadas con la elevada tasa de encarcelamiento de Estados Unidos.

Siempre me he beneficiado mucho de discutir las ideas cuando las formulo con mis alumnos, y quisiera destacar a Miguel Morin, un estudiante actual, y a Anton Korinek, uno reciente.

Tuve la suerte de poder prestar servicio en la Administración Clinton. La preocupación por la desigualdad y la pobreza era un tema central de nuestras discusiones. Debatíamos sobre cómo afrontar mejor la pobreza, por ejemplo, mediante una reforma de la asistencia social (unas discusiones en las que David Ellwood, de la Universidad de Harvard, desempeñaba un papel crucial), y sobre lo que podíamos hacer respecto a los extremos de desigualdad en la parte más alta, mediante una reforma tributaria. (Como señalo más adelante, no todo lo que hicimos fue en la dirección correcta). La influencia de las perspicaces ideas de Alan Krueger (actualmente presidente del Consejo de Asesores Económicos) sobre los mercados de trabajo, como el papel del salario mínimo, debería resultar evidente. En la última parte del libro aludo a mi trabajo con Jason Furman y con Peter Orszag. Alicia Munnell, que prestó servicio conmigo en el Consejo de Asesores Económicos, me ayudó a comprender mejor el papel de los programas de seguro social y de la CRA a la hora de reducir la pobreza. (Para las muchas otras personas que influyeron en mi pensamiento durante ese periodo, por favor véanse los agradecimientos de Los felices noventa [Madrid, Taurus, 2003]).

También tuve la suerte de poder prestar servicio como economista jefe del Banco Mundial, una institución que tiene como una de sus principales misiones la reducción de la pobreza. Con la pobreza y la desigualdad en el centro de nuestra atención, cada día era una experiencia de aprendizaje, cada encuentro era una oportunidad de adquirir nuevas ideas y de configurar y reconfigurar los puntos de vista sobre las causas y las consecuencias de la desigualdad, de comprender mejor por qué variaba de un país a otro. Aunque me asalta la duda a la hora de nombrar a personas concretas, he de mencionar a mis dos sucesores como economista jefe, Nick Stern (al que conocí en Kenia en 1969) y François Bourguignon.

En el capítulo 1 y en otros apartados hago hincapié en que el PIB per cápita —o incluso otros indicadores de renta— no ofrece una medida adecuada del bienestar. Mi forma de pensar en esta cuestión se ha visto muy influida por el trabajo de la Comisión para la Medida del Rendimiento Económico y el Progreso Social, que yo presidí, y que también estuvo dirigida por Amartya Sen y Jean-Paul Fitoussi. También he de reconocer la influencia de los otros veintiún miembros de la comisión.

En el capítulo 4 explico la relación entre la inestabilidad y el crecimiento, una relación cuya comprensión por mi parte se ha visto muy influenciada por otra comisión que presidí, la Comisión de Expertos del Presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre las reformas del sistema monetario y financiero internacional.

Quisiera dar especialmente las gracias a mis colegas del Roosevelt Institute, entre ellos Bo Cutter, Mike Konczal, Arjun Jayadev y Jeff Madrick. (Otros colaboradores que han trabajado en los actos del Roosevelt Institute, como Robert Kuttner y Jamie Galbraith también se merecen mi agradecimiento). Paul Krugman ha sido una voz inspiradora para todos los que querríamos ver una sociedad más equitativa y una economía que funcionara mejor.

En los últimos años, la profesión de los economistas no ha prestado, por desgracia, la suficiente atención a la desigualdad —como tampoco prestó suficiente atención a los demás problemas que podían dar lugar al tipo de inestabilidad que ha padecido el país—. El Institute for New Economic Thinking (INET) ha sido creado para intentar rectificar esa deficiencia y otras muchas, y quisiera mencionar mi deuda de gratitud con él, y sobre todo con su director, Rob Johnson (que también es compañero mío en el Roosevelt Institute y miembro de la Comisión de Naciones Unidas), por las extensas discusiones sobre los temas de este libro.

Como siempre, quisiera expresar mi agradecimiento a la Universidad de Columbia, por ofrecerme un entorno intelectual donde las ideas pueden prosperar, rebatirse y refinarse. Quisiera extender mi gratitud en especial a José Antonio Ocampo y a Bruce Greenwald, mi colega y colaborador desde hace mucho tiempo.

Aunque esas son mis deudas intelectuales en sentido amplio, tengo una serie de deudas especiales con quienes me han ayudado de una forma u otra con este libro.

Este libro germinó a partir de un artículo publicado en la revista Vanity Fair, titulado «Del 1%, por el 1%, para el 1%». Cullen Murphy me encargó el artículo y realizó un maravilloso trabajo de edición. Graydon Carter sugirió el título. Posteriormente, Drake McFeely, presidente de la editorial W. W. Norton, y mi editor y amigo desde hace mucho tiempo, me pidió que ampliara esas ideas en forma de libro. Brendan Curry, una vez más, hizo una labor excelente a la hora de editar el libro.

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