Maria Jesús Izquierdo - El malestar en la desigualdad

En primer lugar debo agradecer la contribución de Alexis Borras, que me ha liberado de una parte considerable de trabajo al ocuparse de la documentación, preparando las tablas de datos y los gráficos, y ayudándome también a revisar el texto. Margarita Izquierdo nunca me deja en la estacada cuando la necesito, en esta ocasión me ha ayudado también en la revisión. Margot Pujal, con sus comentarios, me ha permitido poner distancia en el trabajo. Regina Bayo-Borrás ha hecho una lectura cuidadosa del capítulo 3, y me ha advertido de algunas imprecisiones en relación a términos y conceptos psicoanalíticos, Marta Lamas, cuya amistad permanece a pesar de la distancia que nos separa, también me ha ayudado con sus comentarios. Gracias en fin a estas personas que quiero y que me hacen sentir querida. Finalmente, el título de esta obra lleva implícito un homenaje a otra: El malestar en la cultura.

Siempre que queremos compeler a alguien para que actúe según nuestros deseos y no podemos o no queremos usar la fuerza bruta, ofrecemos lo que pretendemos es un argumento objetivo racional […] cuando alguien acepta nuestro argumento en favor de un determinado comportamiento ético en un dominio social en particular, creemos que nuestro interlocutor está cediendo al poder de obligar transcendental de nuestro razonar, y no vemos que lo hace porque al aceptar como legítimo el dominio social en el cual el argumento tiene lugar, nuestro interlocutor está en el dominio emocional de aceptación mutua en el que son válidas las premisas de ese argumento.

Maturana, La búsqueda de la objetividad o la persecución del argumento que obliga.

Lo que convence a la gente son amores y no razones, sin embargo aspiramos a convencer mediante razones porque quisiéramos ser «objetivamente» valiosos. Lo que llamamos «objetividad» es una totalidad imaginaria a la que formulamos una demanda de amor o de obediencia, o bien a la que obedecemos o amamos por la semejanza construida al participar del mismo objeto de amor, de las mismas aspiraciones. Con este libro no busco el argumento que obliga, sino que expreso afectos, pero también manifiesto obediencia a ciertos ideales. Y puestos desear, por qué no la luna: también quisiera seducir a algunas y a algunos de los todavía no convencidos o tibios. Por estos últimos, tal vez se me escape la vena autoritaria pretextando objetividad.

En mis razonamientos he avanzado apoyándome en otras autoras y autores, en unos casos porque confirman mis ideas, porque me hacen pensar en cosas que no había tenido en cuenta previamente, o porque me permiten contrastarlas. Sin embargo, los he usado de una manera un tanto ecléctica: aunque la dimensión económica me parece fundamental, me interesa mucho la dimensión del poder. Aunque me siento más cercana a una perspectiva materialista, me interesa la reflexión postmoderna porque nos avisa del poder de la palabra. No me he limitado a trabajar o presentar materiales feministas, ni de género, porque tampoco es un libro sobre la desigualdad de género, sino sobre la desigualdad, siendo la de género la desigualdad primera. Tampoco pretendo haber alcanzado una visión desde fuera y por encima del mundo, sino que procuro recordar que lo que veo y lo que siento está mediatizado por el lugar que ocupo en el mundo. Soy una occidental cuya preocupación más importante no es encontrar agua o conseguir comida, o atenciones médicas para sus hijos. Ni tan solo entra en mis preocupaciones cómo conseguir un empleo que me permita satisfacer necesidades y algunos pequeños lujos. Con la alegría y el agradecimiento que me proporciona haber vivido más de la mitad de la vida —que puedo aspirar a vivir— sin que me hayan matado, con una casa en que recogerme, con gente a la que querer y por la que ser querida, con la confianza que da tener las necesidades básicas resueltas, una salud tan buena como cabe esperar, un hijo decente y capaz de gozar de la vida, qué sentido tiene dedicar este libro a la desigualdad y el sufrimiento que genera la desigualdad: el de reconocer la vida propia como un privilegio y el de tener conciencia de que el bienestar no es una condición permanente en el ser humano.

En este libro pretendía hacer una síntesis de mis trabajos anteriores, empezando por mi primer libro publicado y por la tesis doctoral que leí en 1984; pero el tiempo no pasa en balde, y me he dado cuenta, al revisar todos mis trabajos, que debía hacer algo más, partiendo de lo ya hecho. Como ya he dicho, la preocupación que se manifiesta en estas páginas es presentar la desigualdad social de las mujeres como una más, y al mismo tiempo como la desigualdad primera. No propongo como móvil la aspiración a crear un mundo más justo, más bello, o más decente, sino a luchar contra el sufrimiento evitable, aquel que producimos en nuestras relaciones con los demás y que podríamos no producir. No se trata de luchar contra la desigualdad porque sea «mala», sino porque nos hace hostiles a la vida y amenaza con destruirnos a todos, sobre todo a los oprimidos pero también a los opresores. Dado que se trata de un libro abiertamente interesado, a pesar de que mi formación básica procede del campo de la economía y la sociología, he considerado que debía superar la parcelación disciplinaria, ya que las propuestas de realización no pueden partir de disciplinas específicas, sino que deben presentar las distintas dimensiones de la vida humana. No propongo una lectura de lo físico como bióloga, de lo psíquico como psicóloga o de lo ético como filósofa, porque no podría hacerlo. Defiendo la idea de que luchemos contra la especialización disciplinaria, partiendo, cada una o uno de nosotros, de las disciplinas con las que se siente más familiarizado. Por tanto, lo que aspiro a presentar es cómo se modifica nuestra visión de la desigualdad social de las mujeres, partiendo de lo socioeconómico, cuando tenemos en cuenta la biología, el psicoanálisis, la historia y la ética.

Con la perspectiva biológica he tomado nota de tres cuestiones fundamentales: los individuos son individuos, no sexos, y entre sus múltiples características se puede identificar el dimorfismo sexual, al cual no se reduce la totalidad de la persona; la reproducción sexuada favorece la diversidad humana. Las diferencias sexuales, debidas a la combinación de caracteres procedentes del padre y de la madre, no favorecen que haya dos sexos, sino que haya seres diversos. En cuanto a la inmadurez en el momento del nacimiento, comporta una plasticidad que hace también de nuestros cuerpos el producto de condiciones socio-históricas. El hecho de que el cuerpo se construya en sociedad, advierte de que la desigualdad, la opresión, llegan a conformar nuestras capacidades físicas, lo que hace muy difíciles, aunque no imposibles, los cambios.

La dimensión psíquica se nos presenta como una bisagra entre lo físico y lo social. Nos mueven los deseos, pero los deseos se construyen socialmente, y cada sujeto tiene un papel muy importante en la elaboración del encuentro entre nuestras fuerzas vitales y nuestras fuerzas sociales. Conociendo las características y funcionamiento de nuestro aparato psíquico, podemos tomar nota de que la vida consciente solo es una pequeña parte de nuestra vida anímica, y los móviles conscientes, solo una pequeña parte de nuestros móviles. Adentramos en la dimensión psíquica nos ayuda a comprender por qué y cómo la razón no nos ayuda necesariamente a orientar nuestras acciones en la dirección que señalan nuestros deseos conscientes. Sino que la razón, aliada con nuestros deseos inconscientes, puede muy bien ser un cómplice que nos ayuda a presentar como aceptables, cosas contrarias a nuestros proyectos de vida. Tener en cuenta esa dimensión también nos ayuda a comprender por qué queremos y a la vez no queremos las mismas cosas, y lo que es muy importante, por qué, a pesar de que todos los seres humanos aspiramos a la felicidad —se defina esta en el modo en que se defina—, adoptamos conductas de autocastigo, sumando a los obstáculos que nos interponen los otros, o los límites de la naturaleza, nuestras propias acciones encaminadas de un modo inconsciente a impedir el objetivo ansiado.