Las máquinas están diseñadas para funcionar constantemente, las personas, no. Hacemos frente a esta realidad con descansos de fin de semana, aplicaciones para meditar y vacaciones anuales, pero estos mecanismos tienen un impacto poco duradero. Para prosperar, necesitamos un enfoque más sostenible: desarrollar la capacidad para hacer pausas.
Desde hacer una respiración hasta tomarse un año sabático, una pausa puede ser muchas cosas. Y la buena noticia es que incluso una pequeña pausa de vez en cuando puede marcar una diferencia real y duradera.
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¿Qué hay en una pausa?
Una pausa es algo curioso. Parece muy simple y resulta familiar, pero, si nos fijamos en ella un momento, nos damos cuenta de que las apariencias engañan. Si te pregunto, por ejemplo, cuánto dura una pausa, ¿qué dirías? Puede parecer una pregunta fácil, pero ¿podrías dar una respuesta sencilla con algún grado de precisión o convicción? ¿Sería tu respuesta igual que la mía? ¿Cambiaría más adelante? Aunque sabemos reconocer una pausa cuando la vemos, no estamos tan seguros de cuánto puede llegar a durar. No es una unidad de tiempo definida, uniforme ni fija.
Esta cuestión demuestra asimismo que los efectos de una pausa pueden ser muy diferentes. Al invitarte a reflexionar sobre algo (por ejemplo, sobre la pausa), he conseguido que pusieras tu atención en ello. Lo que te ha permitido examinar una idea conocida (en este caso, «la pausa» en sí misma) y, tal vez, tu perspectiva haya cambiado. De modo que una pausa no consiste únicamente en tomarse un descanso, sino que puede consistir en una variedad de cosas.
Hay diferentes tipos de pausas con diferentes utilidades y beneficios. Existen pausas dramáticas o significativas. Uno puede hacer una pausa efectista o para pensar. Una pausa puede ser planificada o espontánea, momentánea o duradera. Una pausa te puede ayudar a prepararte para algo que va a suceder o a comprender algo que ya ha sucedido. La pausa es importante para la creatividad, la comunicación y las relaciones sociales. También es importante para el propio bienestar y la propia salud mental. Podemos hacer una pausa para organizarnos, para enfatizar algo, para conectar con los otros, para cambiar de perspectiva, para emitir un juicio, etc. La lista es larga. Una oferta así de amplia nos da la oportunidad de convertirnos en unos expertos en pausas. Esa naturaleza polifacética es lo que hace que valga la pena explorar la pausa. Es un fenómeno con matices, rico y de muchas dimensiones. Por vacía que parezca, en una pausa hay muchas cosas.
El objetivo de este capítulo es explorar esa compleja naturaleza. Lejos de definirla, lo cual puede reducir o limitar nuestra comprensión, quiero abundar en ella. Desmenuzar el concepto de pausa, desempaquetarlo y celebrar sus riquezas y su carácter sutil.
Aunque me he referido a la pausa como una «cosa curiosa», esto no es sino una trampa del lenguaje. Una pausa no es para nada una cosa. Es una apertura que propicia, permite o invita a muchos otros tipos de posibilidades. Estos son verbos muy amables y generosos: propiciar, permitir, invitar. La pausa no pide, ordena ni controla. Permite que suceda algo que, de otra manera, no ocurriría y nunca sabes realmente qué será.
Entonces, ¿qué es una pausa? Está claro que tiene algo que ver con el tiempo. Sin embargo, como hemos visto, incluso una cuestión aparentemente sencilla como «¿Qué longitud tiene una pausa?» es difícil de responder. Dependiendo del contexto, una pausa podría perfectamente durar tres segundos, diez o treinta; pero las pausas también pueden ocurrir a escalas completamente diferentes. Se puede hacer una pausa de un momento en una conversación o reunión: apenas unos segundos en silencio que expresan mucho. O aparcar algo durante una o dos horas para dar un paseo. Se puede parar unos días al año, como el retiro de lectura; o todo un año, estilo sabático. Una pausa puede existir por unos segundos, minutos, horas, días, años o más. Aunque muy diferentes en duración, a todas ellas las identificamos confiadamente como pausas.
Una pausa interrumpe algo, pero no se acaba ahí. Los efectos de una pausa van más allá de la duración de la pausa en sí; sus límites no están claramente definidos. El artista Tom Hiscocks describe la pausa como un plato marinado que deja un «sabor» que se puede apreciar después. Para él, pausar con frecuencia «se convierte en un recurso del que echar mano... Sabes que está ahí y que puedes volver a ella en cualquier momento, incluso en medio de la actividad». Por ello, una pausa puede continuar alimentándonos incluso cuando ya la hemos dejado atrás. De modo parecido, cuando nos espera una pausa planificada, esta puede actuar como un «punto de apoyo futuro». Saber que va a llegar nos ayuda a aguantar el tipo durante periodos frenéticos. Los efectos de la pausa pueden comenzar pronto y durar mucho.
Una pausa es algo en lo que te sumerges, aunque sea solo un momento. Es diferente de la alerta sonora de un email o de cuando alguien interrumpe impaciente en medio de una frase. Viene de dentro, no de fuera, y a menudo es una elección o algo consciente.
¿Hacer una pausa consiste en ralentizar? A veces sí, pero no siempre. Como dice el dicho, «vísteme despacio que tengo prisa». Esto sugiere que una acción apresurada —como, por ejemplo, sin pausa alguna— puede acabar siendo más lenta. Lo veo en mi trabajo con el teatro de improvisación. La mayoría de las personas presuponen que el teatro de improvisación consiste en pensar rápido, pero, de hecho, son los novatos los que se apresuran; los improvisadores experimentados saben cómo parar. Aunque puede resultar imperceptible para el público, las pausas son necesarias para hacer que la historia fluya y permiten a los actores darse espacio los unos a los otros y trabajar juntos de manera eficiente. Por ello, contrariamente a lo que cabría pensar, ser capaz de hacer una pausa puede hacer que las cosas fluyan de manera más rápida.