A través de su propia experiencia vital, Nuria Roura, coach de estilo de vida Saludable, Energético y Nutritivo (SEN), te explicará su camino hacia la liberación y el desapego después de pasar por varios trastornos alimentarios y adicciones y te dará técnicas para mejorar y entender tu relación con la comida para que puedas disfrutar de una alimentación saludable, energética y nutritiva, mejorar tu salud física y emocional, encontrar aquello que a ti te aporta bienestar y darle un sí a la vida.
DECLARACIÓN DE INTENCIONES
Escribir este libro es muy significativo para mí porque en él me abro a contarte cosas que hacen que exponga mi vulnerabilidad sin capas de protección. Y lo hago porque siento que mi propósito es compartir contigo que estuve enferma y que conseguí transformarme. A los cuatro años viví un shock emocional que solo pude tapar hasta los quince años. A esa edad empecé a sentirme deprimida, y hasta los treinta años caí en el infierno de la anorexia nerviosa restrictiva, viví una fuerte codependencia patológica con mi madre, usé las drogas para ponerme al límite y tuve fuertes ataques de pánico, muchísima ansiedad y un gran miedo a la vida. Era una muerta en vida; sobrevivía con mucho sufrimiento. Sin embargo, pasar por todo eso hizo que cuando al fin decidí darle un sí a la vida, lo hiciese con gran fuerza, que es precisamente lo que pretendo compartir contigo.
En el libro comparto todas aquellas herramientas, conocimientos, reflexiones, hábitos y mantras que me han ayudado y acompañado a lo largo de los últimos cuatro años desde que empecé el cambio. Al estar basado en mi propia experiencia de vida, no pretende ser en ningún momento prescriptivo, pero estoy segura de que muchas de las cosas que a mí me ayudaron a sanar también pueden serte útiles a ti.
Sé que se puede dejar de vivir desde el miedo para hacerlo desde el amor. También sé que se pueden dejar atrás los conflictos emocionales de la infancia, los apegos, las adicciones, los trastornos de la conducta alimentaria, la ansiedad, la culpa, la vergüenza, la falta de autoestima, las creencias limitantes, los miedos y el vacío espiritual.
Con este libro deseo poder abrazarte para que me sientas cerca diciéndote: «¡Tú puedes!». Todo es energía, así que espero que mientras tengas el libro entre tus manos o lo leas, puedas sentir y vibrar en la energía de amor con la que lo he escrito.
Un fuerte abrazo,
Nuria
Primera parte
EL PORQUÉ DE LOS CONFLICTOS EMOCIONALES
LAS HERIDAS DE LA INFANCIA
El presente del hijo empieza en el pasado de sus padres.
N ATHALIE N ANZER
Nuestra historia familiar
La historia de cualquier persona empieza al nacer, o bueno, en el momento en que sus padres deciden que quieren tener un hijo en común; o incluso antes, como se sugiere en algunas terapias. Por ello, voy a contarte algo de mis padres, de mis orígenes. Mis padres se conocieron cuando él tenía unos cuarenta años y mi madre, treinta y uno. Mi padre había estado casado previamente con una mujer, de la que se había separado y había conseguido la nulidad matrimonial, y tenía un hijo preadolescente. Era un hombre con carisma y seguridad, que se hacía notar frente a mi madre constantemente. Mi madre no deseaba enamorarse de nadie, porque ya había vivido su gran historia de amor con otro hombre, con el que había tenido un hijo. Ella siempre me ha descrito a su primer marido como un hombre guapísimo, muy bondadoso, con una infancia bastante complicada y tan enamorado de ella que le escribía poemas cada día mientras estaba realizando el servicio militar. Yo me imagino su amor como aquellos que vemos en las películas clásicas. Pero como ocurre en esas películas, hubo algo dramático. El primer marido de mi madre tenía un tumor, y desgraciadamente sabían que no podría sanar. A pesar de esto, antes de que él falleciera se casaron y tuvieron un hijo en común, conscientes de que sería el mejor regalo que podría tener mi madre una vez que se quedara viuda. Cuando a los tres años de fallecer su primer marido mi madre conoció a mi padre, no pensaba que pudiera volverse a enamorar, pero lo hizo.
Formaron una bonita familia junto a sus respectivos hijos, en la que los «nuevos» hermanos se querían mucho. Pero al poco tiempo ocurrió algo que marcó sus vidas, y la mía. Un día en que mi madre acompañó a su hermana al médico dejó a su hijo con mi abuela. El niño insistió en acompañarlas, pero mi madre le dijo que no hacía falta, que él se quedara en casa de la abuela con sus primos. Mi abuela y mi tía vivían en una casa fuera del núcleo urbano, en una urbanización. Ese día el hijo de mi madre y un primo suyo quisieron ir a casa de un amigo y, al cruzar la carretera, lo atropelló una moto. El niño sufrió un fuerte impacto y tuvieron que llevárselo al hospital en estado grave. Por desgracia, falleció al día siguiente, concretamente el día del cumpleaños de mi madre, con tan solo cinco años de edad.
Fue un golpe muy duro para todos. Mi abuela se sentía culpable porque el niño se había quedado a su cargo, mi primo sintió un dolor enorme porque estaba junto a él cuando sucedió, mi padre se quedó destrozado, mi hermano mayor había perdido a su nuevo hermano y mi madre se sentía culpable por no haber permitido que su hijo las acompañara al médico. Y a pesar de la gran pérdida, mi madre nunca recibió ayuda de ningún psicólogo o terapeuta, de nadie que la escuchara o la ayudara a hacer el duelo. Tuvo que ponerse corazas, capas de protección, para seguir viviendo. Gracias a su fortaleza y a sus ganas de seguir adelante recuperó la ilusión, y un tiempo más tarde nació mi otro hermano, y un año y medio después lo hice yo, incluso a pesar de que los médicos le habían dicho que era un embarazo de riesgo por ser una tercera cesárea y no esperar el tiempo suficiente con respecto al anterior.
Pero mi madre siempre había deseado tener una hija, y siempre me cuenta que desde que se quedó embarazada de mí me lo contaba todo, y que yo le respondía, que escuchaba mi voz subiéndole por el esófago. Y una vez hube nacido, seguí siendo su gran confidente. Me veía a mí como una niña segura, con las ideas claras, empática, observadora, introvertida, discreta, dulce, cariñosa, responsable y autosuficiente. Me lo contaba todo: sus sentimientos, su infancia, sus pensamientos... Todo. Yo no me di cuenta de que debido a mi sensibilidad y «empatía» me estaba empapando también de su dolor y lo sentía como mío.