Ignacio Arsuaga
Cambiar el mundo
La lucha por la libertad, la propia y también la ajena, la colectiva, acompaña al ser humano desde que existe. Hoy hemos dado en llamarla batalla cultural, pero hablamos de algo tan viejo como la propia Humanidad. Porque el ser humano ha sentido siempre el impulso de librar cuantos combates fueran necesarios para defender sus valores, sus principios, sus ideas, como queramos llamarlo.
Casi nunca se trató de batallas libradas por ejércitos multitudinarios, sino por grupos a menudo minoritarios de personas que no se rendían ante lo que les rodeaba, o lo que les era impuesto.
En nuestra era las grandes batallas fueron protagonizadas por grupos que, casi irrelevantes en sus orígenes, supieron enfrentarse sin temor, con coraje y decisión, a verdaderos monstruos culturales: la esclavitud, el racismo, el marxismo, el fascismo, el nacionalismo. Por cierto, todos ellos procedentes de una misma familia: la de los enemigos de la dignidad y la libertad del ser humano.
El siglo XIX vivió la batalla contra la esclavitud. El XX, contra el marxismo. En el siglo XXI nos enfrentamos a la última derivada de esta pulsión totalitaria que recorre las sociedades occidentales desde Hegel: la ideología de género.
La forma de afrontar y ganar la batalla contra la esclavitud en Gran Bretaña ilumina muy bien el camino que recorren las guerras culturales.
La lucha contra el esclavismo nació de corrientes de opinión que hoy llamaríamos movimientos cívicos (o desde la izquierda, resistencia) más que minoritarios y de origen religioso, que encontraron su liderazgo en personajes como Thomas Clarkson y posteriormente William Wilberforce, y se desarrollaron durante décadas en el terreno de la naciente opinión pública, utilizándola para influir sobre las instituciones políticas a través de campañas bastante parecidas a las que solemos lanzar desde HazteOir.org: recogida de firmas, merchandising, utilización de los medios de comunicación, edición y distribución de folletos y octavillas, manifestaciones, etc.
No muy distinto, salvando las distancias que impone el paso del tiempo y la complejidad de las sociedades contemporáneas, fue la articulación de la batalla contra el marxismo, que halla sus raíces en el genocidio de millones de personas muertas en todos los países donde se impuso o se trató de imponer el comunismo.
Después de décadas de lucha en países como Hungría y Checoslovaquia, de sacrificios como los protagonizados por los berlineses del Este tratando de saltar el muro para pasar al Berlín occidental, y de intelectuales heroicos como Solzhenitsyn, dos líderes de distinto carácter supieron recoger las ansias de libertad de quienes vivían sepultados bajo los regímenes comunistas: el liderazgo político de Reagan y el liderazgo moral de Juan Pablo II terminaron de sepultar esta suprema expresión de la tiranía.
¿Qué elementos comunes podemos encontrar en las batallas culturales que nos han precedido?
- En primer lugar la desproporción de los contendientes: de un lado, el poder establecido, con todos sus inmensos recursos, frente a minorías críticas que al principio son numéricamente irrelevantes.
- De ahí que se trate siempre de batallas de muy larga duración, para las que se requirió en todos los casos mucho tiempo, perseverancia, paciencia y determinación.
- Otro elemento común, y demasiado a menudo olvidado o silenciado, es el peso de la ciudadanía. Se trata de batallas que libra la sociedad, las personas, los Juan Nadie de cada época, a menudo a costa de grandes sacrificios. Cierto que siempre se requieren liderazgos claros, pero solo caminando de la mano de la gente se ganan las batallas culturales. Las personalidades brillantes, los referentes políticos o intelectuales, si surgen y actúan aislados de las necesidades de la mayoría, terminan siendo meras acotaciones a pie de página de los grandes cambios de la Historia.
- En su origen, los grupos que acabaron venciendo las batallas culturales, derrotando los contravalores, tienen siempre unos orígenes religiosos. Este carácter religioso y moral no se convierte en bandera del movimiento que se enfrenta a los contravalores, el banderín de enganche no es la religión, pero se encuentra en los orígenes de los movimientos que libran y triunfan en las batallas culturales y estas no se entienden sin considerar su fundamento religioso.
- Un elemento común más en todas las grandes batallas culturales: el éxito llegó cuando el movimiento ciudadano de rechazo y resistencia se encontró con la iniciativa valiente y decidida de personas que no dudaron en poner toda la carne en el asador, arriesgándose en la batalla final contra estas abominaciones, que tantos muertos causaron. En otras palabras, las guerras culturales se ganan cuando una mayoría de la sociedad las siente como propia, se siente amenazada personalmente por el valor a derrotar, se muestra dispuesta a plantarle cara y encuentra el canal adecuado para hacerlo, a menudo en forma de liderazgo político y/o moral.
En nuestros días nos enfrentamos a una nueva batalla cultural, la última descendiente de la cadena de contravalores impregnados de totalitarismo que acabamos de citar someramente: la ideología de género, expresión todavía desconocida o no comprendida por la inmensa mayoría de nuestras sociedades.
Esta es una batalla que, a diferencia de las precedentes, se dirige de manera prioritaria a un sector específico de la población, los niños, los jóvenes, y se libra en un ámbito muy concreto: la educación, los colegios, las universidades y la cultura del ocio y el entretenimiento dirigida a estos sectores de la población.
La ideología de género engloba al menos tres objetivos claros:
- La destrucción de la familia para sustituirla por un buenismo igualitarista que rompe con la ciencia, con la razón y con la biología para entregarse a la ingeniería social.
- El intento de sustituir la libertad del ciudadano por el poder omnímodo del Estado.
- La imposición del establishment político, cultural y mediático sobre los padres, que pierden la patria potestad con respecto a sus propios hijos.
Es en este terreno, el de los niños y los jóvenes, y en el ámbito de la educación, donde estamos contribuyendo a librar la batalla desde HazteOir.org.
Al igual que los abolicionistas del XVIII y XIX, que no se limitaban a trabajar en su país y extendían su lucha a otros lugares, también nosotros desde HazteOir.org entendemos esta como una batalla global. De ahí que a través de nuestra plataforma internacional CitizenGO pongamos todos nuestros recursos al servicio de esta causa.
La edición del libro , que recopila las leyes de adoctrinamiento de género aprobadas en España, la publicación que el lector tiene ahora en sus manos o el autobús de HazteOir.org se enmarcan en esta batalla global contra la ideología de género.
El #HOBus ha servido para poner el foco de la actualidad en estas leyes, que los partidos políticos pretendían que pasaran inadvertidas y aprobaron casi a escondidas. Consiguieron su objetivo y once autonomías tienen ya leyes de adoctrinamiento de género en vigor. Han conseguido que fueran ignoradas por la opinión pública y, lo que es más grave, por las personas contra las que van dirigidas: los niños y sus padres.
La campaña del autobús de HazteOir.org recorriendo España ha roto esta suerte de telón de acero del silencio político y mediático que rodea las leyes de adoctrinamiento de género. Pero la batalla es global y por ello el #HOBus ha traspasado fronteras y recorre también las ciudades de Estados Unidos, Colombia, Chile, Alemania, Francia, Italia, Perú, Suiza.
A ratos nos sentimos algo solos y echamos de menos voces potentes e influyentes que hoy no terminan de romper el silencio impuesto por el poder. Pero esperamos confiados porque sabemos que estas voces silenciosas se escucharán. Se alzarán y despertarán la conciencia de muchos.