Este ensayo de Carmen Serrano nos adentra en la problemática que padecen los niños de padres separados, cuando la relación entre ellos no se lleva con educación y cordura. «Los niños no vienen a este mundo para cumplir nuestros sueños, estamos obligados a intentar ayudarles para que ellos cumplan los suyos». «No sentirse querido por los que un día decidieron traernos a este mundo es lo que más dolor y desequilibrios emocionales causa en los niños». Cualquiera que abuse de su poder bajo el amparo que le de una ley debe saber que las leyes cambian, pero lo que nunca debe cambiar es «el respeto a los demás» y ésa sí que es la ley inamovible de todos los tiempos. «El título de padre y madre, para quien se lo gane y se lo merezca».
Carmen Serrano
¡Me ha dicho mamá que no me quieres!
mami, ¿tú elegiste a mi papá?
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Titivillus 28.08.15
Título original: ¡Me ha dicho mamá que no me quieres!
Carmen Serrano, 2013
Ilustrador: Maricruz Gisbert
Editor digital: Titivillus
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Los niños ni son cosas
ni mercancía privada.
CARMEN SERRANO (Valencia, España). Carmen Serrano, casada y madre de tres hijos, nació en Valencia en el seno de una familia de siete hermanos. Desde joven, percibió la importancia de que los niños obtengan una buena educación emocional para su crecimiento personal, social, profesional y, por supuesto, como futuros padres.
Después de años de investigación y crecimiento en este tema tan complejo, se aventuró a plasmar en un libro sus observaciones, vivencias y reflexiones.
Está orgullosa y agradecida por haber aprendido de los mejores psicólogos, abogados, y maestros. Grandes profesionales en educación emocional que la han avalado y ayudado a convertirse, a día de hoy, en una experta capaz de trasladar a la gente los asuntos más espinosos con un lenguaje próximo. Comunicación accesible a todo el mundo, sin barreras a causa de la edad o creencias políticas y religiosas.
Prólogo
Un padre o una madre no se hacen de un segundo para otro. No entras en una sala judicial siendo progenitora y sales siendo una madre No entras en la sala siendo un progenitor que solo les has dado un besito por la noche al llegar del trabajo, y sales de la sala convertido en el padre que los hijos necesitan, quieren y admiran, porque eso hay que ganárselo, seguramente renunciando a muchas horas que se invierten en el trabajo o con los amigos, y que ahora se roban a los hijos cuando más lo necesitan. ¡La infancia dura tan poco!
En nuestras carreras profesionales, los galones y los títulos los otorgan los magistrados, los catedráticos o los notarios. A más horas, más títulos, más peldaños ascendidos. A más dinero, más bienes materiales. Pero ante los hijos, son las horas de sueño; las horas con ellos en el parque; haciendo los deberes juntos; llevándolos a la visita con el pediatra; levantándoles el ánimo cuando están tristes; ayudándoles tras un suspenso; felicitándoles tras un merecido sobresaliente; haciéndoles saber y creer que pueden conseguir lo que se propongan; y apoyándoles en los partidos que perdieron, no solo en los que ganaron…
Son únicamente esas vivencias las que hacen que nuestros hijos nos otorguen galones, y ésos no los puede dar un juez. Por tanto, cuando solicitemos la custodia compartida, tengamos todo esto en cuenta. Que nuestro egoísmo motivado por un falso triunfo ante un juez no robe a nuestros hijos esas maravillosas vivencias con el padre o madre que sí puede y quiere dedicar dichas vivencias. Si uno de ellos siempre le dedicó más horas, si tiene mayor educación emocional, si sacrificó más por esos hijos sin que ningún juez se lo pidiera, si lo hizo únicamente porque lo sintió, seguramente será el que más galones tenga ante sus hijos, y es a éstos a los que un juez debe escuchar, no solo oír. Los niños, si no son manipulados por los adultos, difícilmente se equivocan.
Si de verdad tienen educación emocional, difícilmente nieguen a sus hijos horas con su padre o madre.
¿Podrá pensar alguien que yo nunca supe del sufrimiento de las mujeres que tienen que compartir los hijos?
Si es así, si algunas han pensado esto, ¡qué equivocadas están esas personas!
Es precisamente por ellas por las que un día decidí escribir este libro: para que no se repita una y otra vez este sufrimiento. Somos las que iniciamos este proceso, estas historias.
Ya son muchos años viendo cómo sufren amigas, amigos, conocidos y niños, muchos niños. Ya son muchos años viendo cómo la idea que tuvimos un día, cuando éramos más jovencitas y más ignorantes, les ha costado mucho sufrimiento a hijos y a aquellos hombres que elegimos como padres.
Algunas chicas deciden casarse o formar una familia con un hombre que a lo mejor no es el padre que realmente desean para sus hijos. Y deciden conformarse con ese hombre inadecuado porque simplemente lo aman con el corazón, cuando se sabe que además hay que amar con la cabeza, si hablamos de traer hijos al mundo; o porque, a pesar de que no lo aman, creen que con el tiempo sí lo amarán; o porque ese hombre tiene mucho dinero y esto les proporcionará una vida acomodada, sin complicaciones materiales; o porque, a pesar de ser un bicho raro, también tiene prestigio social y creen que con el tiempo cambiará; o por temor a que se les pase el arroz …
En fin, mil y una historias que se desarrollan mientras nadie nos advierte de que cuando soñamos con tener hijos, a esos sueños no les ponemos cara, ni horas de sueño, ni posibles sufrimientos o enfermedades de ellos. Son los sueños que durante años nos inculcaron a las mujeres, sin explicarnos la responsabilidad que asumíamos. Debíamos ser verdaderas madres para nuestros hijos.
¡Ay, amigas mías, cuánto sufrimiento para las que de verdad sois madres! Cómo lloráis al ver que vuestros hijos tienen que marcharse con su padre, pues sois conscientes de que es necesario para ellos, para su crecimiento personal, pero eso no evita que los echéis de menos, sobre todo cuando aún son tan pequeños. Al principio, es muy duro.
Quiero hacer una declaración de agradecimiento a todas las madres separadas que no abusaron de su poder ante la ley. Que, por encima de ello, fueron madres de verdad.
Habéis sido muy valientes y muy coherentes. Habéis sabido distinguir vuestra relación de pareja de vuestro deber con vuestros hijos, y para ello se necesita mucho valor. ¡Enhorabuena!
Pues teniendo claro que también es una gran enseñanza para vuestros hijos el saber —aprender— que no se trata de seguir viviendo una mentira, que no se trata de aguantar, sino de convivir como personas que se respetan y no se odian. Las separaciones, llegados a un punto de desencuentro, son necesarias precisamente para que los hijos aprendan lo que es el respeto, para que aprendan que nos podemos equivocar, pero se puede rectificar y continuar cada vida por separado.
Una madre con la valentía y entereza suficiente para saber que se equivocó de persona y por eso rectificó. O que aceptó que él, su pareja, quisiera dejar de serlo. Pero que hubo una consecuencia magnífica de esa elección: sus hijos. Y son esos hijos los que merecen una madre feliz.