En la escuela del Espíritu Santo
Jacques Philippe
A la que nos ha dicho:
«Haced lo que Él os diga»
(Jn 2,5)
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
«¡Oh, Jesús mío, qué fácil es santificarse! ¡Solamente hace falta un poquito de buena voluntad! Y si Jesús descubre ese mínimo de buena voluntad en el alma, se apresura a darse a ella. Y nada le detiene, ni las faltas, ni las caídas, absolutamente nada. Jesús tiene prisa por ayudar a esta alma, y si el alma es fiel a esta gracia de Dios, en poco tiempo logrará llegar a la más alta santidad que una criatura pueda alcanzar aquí abajo. Dios es muy generoso y no niega a nadie su gracia. Incluso nos da más de lo que pedimos. La vía más corta es la fidelidad a las inspiraciones del Espíritu Santo».
Este hermoso texto está extraído del Diario de sor Faustina.
En su sencillez y concisión, ofrece un mensaje extraordinariamente importante a todos los que aspiran a la santidad, dicho con sencillez, a los que quieren responder con la mayor plenitud posible al amor de Dios.
La gran pregunta de estas almas, en ocasiones angustiadas, es la de saber cómo hacerlo.
Es posible que tú, lector, formes parte de aquéllos a quienes esta pregunta no les preocupa demasiado. Quizá tu corazón no ha conocido jamás esa aspiración de amar a Dios tanto como sea posible amarle. Entonces, te lo ruego, suplica al Espíritu Santo que ponga en ti ese deseo y ¡pídele que no te deje descansar jamás! Entonces serás dichoso: «Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados» (Mt 5, 6).
Para los que aspiran así a la plenitud del amor, cualquier indicación que ilumine o acorte su camino es muy valiosa. Casi nadie tiene conciencia de ello, pero en mi opinión, es tan necesario que las almas santas se santifiquen más y más rápidamente, como que los pecadores se conviertan, pues ello beneficia igualmente a la Iglesia. El mundo se salvará por la oración de los santos.
Por eso, aunque no todos entenderán este lenguaje, consideramos de gran importancia el hecho de transmitir a los cristianos de hoy el gran mensaje de los santos, con el fin de permitirles progresar con mayor rapidez hacia la perfección del amor.
La cuestión clave de este camino es quizá la de saber en qué concentrar nuestros esfuerzos. Y eso no siempre es evidente, ni es siempre lo que nos imaginamos al iniciarlo.
En este pasaje, como en otras determinadas reflexiones de su «Diario», sor Faustina nos da una indicación, fruto de su experiencia, que merece ser oída: la vía más corta es la fidelidad a las inspiraciones del Espíritu Santo. Más que dispersar nuestros esfuerzos en aspectos de nuestra vida que quizá resultarían estériles o poco eficaces, sor Faustina nos propone centrarlos en este punto: estar atentos a reconocer, acoger y poner en práctica las inspiraciones del Espíritu Santo. Eso, con gran diferencia, será lo más «gratificante».
Vamos a explicar la razón, y a continuación describiremos lo que significa.
PRIMERA PARTE. LA SANTIDAD ES LA OBRA DEL ESPÍRITU
La ilusión general es la de pensar que la santificación es obra del hombre: se trata de trazar un programa de perfección bien claro, y de ponerse manos a la obra con valor y paciencia para llevarlo a cabo de forma progresiva. Y eso es todo.
Desgraciadamente (o afortunadamente) eso no es todo... Es indudable que el valor y la paciencia son necesarios. Pero ciertamente no lo es que la santidad consista en el cumplimiento de un programa de vida que nos fijamos. Por varias razones, dos de ellas las principales a las que nos referimos a continuación.
1. La tarea es superior a nuestras fuerzas
Es imposible acceder a la santidad por nuestras propias fuerzas. Toda la Escritura nos enseña que sólo puede ser fruto de la gracia de Dios. Jesús nos dice: «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,15). Y San Pablo: «El querer está en mí, pero no el hacer lo bueno» (Rom 7, 18). Los mismos santos lo atestiguan. Veamos cómo se expresa Grignon de Monfort hablando de esta santificación que es el plan de Dios para nosotros:
«¡Oh, qué obra admirable: el polvo transformado en luz, la suciedad en pureza, el pecado en santidad, la criatura en el Creador y el hombre en Dios! ¡Oh! ¡Obra admirable!, lo repito, pero una obra difícil en sí misma e imposible para la sola naturaleza; solamente Dios, por una gracia y una gracia abundante, puede conseguirlo; y la creación de todo el universo no es una obra maestra tan grande como ésta» .
Sean los que sean nuestros esfuerzos, no podemos cambiarnos a nosotros mismos. Sólo Dios puede terminar con nuestros defectos, con nuestras limitaciones en el orden del amor; solamente Él tiene un dominio lo bastante profundo de nuestros corazones para ello. Ser conscientes de esto nos evitará gran número de combates inútiles y de desánimos. No tratemos de hacernos santos por nuestras propias fuerzas, sino de encontrar el medio de actuar de modo que Dios nos haga santos.
Eso exige mucha humildad (renunciar a la orgullosa pretensión de lograrlo por nosotros mismos, aceptar nuestras carencias, etc.), pero al mismo tiempo es muy estimulante.
En efecto, si nuestras propias fuerzas tienen límites, no los tienen el poder y el amor de Dios. Y sin duda alguna, podemos conseguir que este poder y este amor acudan en socorro de nuestra debilidad: nos basta aceptarla serenamente y poner sólo en Dios toda nuestra confianza y nuestra esperanza. En el fondo es muy sencillo, pero como todas las cosas sencillas, necesitamos años para comprenderlas y sobre todo para vivirlas.
En cierto modo, el secreto de la santidad radica en descubrir que todo podemos obtenerlo de Dios, a condición de saber cómo recibirlo. Es el secreto de la vía de infancia de Santa Teresa de Lisieux: «Dios tiene un corazón de padre, y podemos obtener infaliblemente lo que necesitamos, si sabemos ganárnoslo por el corazón» .
Creo que la idea de que todo puede conseguirse de Dios, la ha encontrado Teresa en el que ha sido casi su único maestro, san Juan de la Cruz. Esto es lo que nos dice este último en su Cántico Espiritual:
«Grande es el poder y la porfía del amor, pues al mismo Dios prenda y liga. Dichosa el alma que ama, pues tiene a Dios por prisionero rendido a todo lo que ella quisiere, porque tiene tal condición, que, si le llevan por amor y por bien, le harán hacer cuanto quisieren» .
Esta frase audaz sobre el poder que pueden tener nuestro amor y nuestra confianza sobre el corazón de Dios comporta una hermosa y profunda verdad.
El mismo san Juan de la Cruz lo expresa en otros términos: «Lo que mueve y vence es una esperanza porfiada» . Y también:
«... se agrada tanto el Amado del alma, que es verdad decir que tanto alcanza dél cuando ella dél espera» .
La santidad no es un programa de vida, sino algo que se obtiene de Dios; incluso existen unos medios infalibles para obtenerla, pero la cuestión está en entender cuáles son... Todos tenemos la posibilidad de llegar a ser santos, simplemente porque Dios se deja vencer por la confianza que ponemos en Él. Lo que diremos a continuación, tiene como objeto situamos en este buen camino...
2. Sólo Dios conoce el camino de cada uno
Veamos la segunda razón por la que no podemos alcanzar la santidad trazándonos un programa: hay tantas formas de santidad, y por tanto tantos caminos hacia ella, como personas. Cada una es absolutamente única para Dios. La santidad no consiste en la práctica de un determinado modelo de perfección que sería idéntico para todos: es el brote de una realidad absolutamente única, que sólo Dios conoce y que sólo Él sabe hacer eclosionar. Nosotros ignoramos en qué consiste nuestra propia santidad, eso no se desvela más que a lo largo del camino, y con frecuencia es algo bien distinto de lo que podríamos imaginar. Hasta el punto de que el mayor obstáculo para la santidad es quizá el de «aferrarnos» a la imagen que nos hacemos de nuestra propia perfección...
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